Los arqueólogos encontraron 2000 cadáveres de ciervos de un solo evento; los cahokianos pudieron haber concebido su ciudad natal como un lugar festivo
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Apiádense de los organizadores de las fiestas salvajes de Cahokia. Hace mil años, este asentamiento de la cultura misisipiana, ubicado cerca de la moderna ciudad estadounidense de San Luis, Misuri, era famoso por sus festejos, que duraban días.
Multitudes colmaban el espacio en las plazas, mientras bebidas llenas de cafeína pasaban de mano en mano. La gente gritaba sus apuestas mientras los atletas arrojaban lanzas y piedras. Los cahokianos festejaron con desenfreno: tras excavar en sus antiguos pozos de desechos, los arqueólogos encontraron 2000 cadáveres de ciervos de un solo festín social. La logística debió haber sido asombrosa.
Algo faltaba en la ciudad
Las cosas están más tranquilas durante estos días en Cahokia, ahora un lugar sereno bajo la protección de la Unesco. Pero los imponentes montículos de tierra insinúan el legado de la ciudad precolombina más grande al norte de México.
Se trató de un sitio cosmopolita de lenguaje, arte y espiritualidad. La población de Cahokia podría haber llegado a las 30.000 personas en su punto álgido, en el año 1050; convirtiéndola así en mayor de lo que era, en ese entonces, París.
Pero es lo que no tenía lo que hace sorprendente a Cahokia, escribe Annalee Newitz en su reciente libro Four Lost Cities: A Secret History of the Urban Age (“Cuatro ciudades perdidas: una historia secreta de la era urbana”). La masiva ciudad carecía de un mercado permanente, echando por tierra la vieja suposición de que el comercio es el principio vertebrador de la urbanización.
“Cahokia era realmente un centro cultural más que un centro comercial. Todavía me deja atónita. Me sigo preguntando: ¿dónde comerciaban?, ¿quién estaba ganando dinero?”, señala Newitz. “La respuesta es no. No fue por eso que construyeron ese espacio”.
Newitz no es la única que se sorprende. Las suposiciones de que el comercio es la clave de la vida urbana dieron forma a una visión occidental del pasado, explica el arqueólogo Timothy Pauketat, que estudió Cahokia durante décadas. “Definitivamente es un sesgo que influyó en los arqueólogos anteriores”, explica.
Al excavar ciudades en Mesopotamia, los investigadores hallaron evidencias de que el comercio era el principio organizador detrás de su desarrollo y luego usaron el mismo criterio en las ciudades antiguas de todo el mundo.
“La gente pensó que esta debía ser la base de todas las ciudades primitivas. Llevó a generaciones de búsqueda de ese tipo de cosas en todas partes”, dijo Pauketat. No lo encontraron en Cahokia, que Pauketat cree que puede haber sido concebido como un espacio para tender un puente entre el mundo de los vivos y de los muertos.
Para muchas culturas con raíces en la antigua Cahokia, “el agua es esta barrera entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos”, describió. Extendiéndose a lo largo de un paisaje que combina tierra sólida con pantano, Cahokia pudo haber servido como una especie de encrucijada espiritual.
“Es una ciudad construida entre el agua y la tierra seca”, afirma Pauketat. Los residentes vivos se asentaron en los lugares más secos, mientras que los lugares de entierro se destinaron en los lugares más húmedos. Los escaneos del sitio revelaron calzadas elevadas que unen los “vecindarios” de los vivos y los muertos, senderos físicos que literalmente unían los reinos.
Y si vivir en la cúspide de los dos mundos suena bastante sombrío, los cahokianos parecen haber concebido su ciudad natal como un lugar festivo. En el libro de Newitz, la autora detalló que los planificadores de Cahokia crearon estructuras y espacios públicos dedicados exclusivamente a reuniones masivas, lugares donde las personas se veían entusiasmadas por la alegría de las experiencias colectivas.
Lo más espectacular de todo fue la gran plaza de 20 hectáreas, donde 10.000 o más personas podían reunirse para celebraciones en un espacio rodeado por pirámides de tierra. “Es difícil imaginar la intensidad, la grandeza, la multidimensionalidad de un evento como ese”, manifiesta Pauketat.
Cómo eran las fiestas
Durante días, la comida y la bebida era llevada a la ciudad, donde un ejército de cocineros alimentaba a las personas que llegaban para las festividades. Los arsenales de caza silvestre, bayas, frutas y verduras se convirtieron en fiestas compartidas.
Los visitantes dormían en viviendas temporales o en casas de amigos y se dirigían a la plaza para bailes, bendiciones y otros eventos. En la plaza, la energía vibrante de la multitud se convirtió en un rugido colectivo cuando los espectadores apostaban en episodios de chunkey.
Se trata de un juego que consistía en que el participante hacía rodar un disco de piedra por la superficie lisa del suelo. Intensamente concentrados, cientos de atletas arrojaban sus lanzas incluso cuando la piedra aún rebotaba y rodaba.
El ganador era aquel cuya lanza se clavaba más cerca de la piedra, como un enorme juego de bochas pero con proyectiles mortales.
Los postes altísimos que bordeaban la gran plaza podrían haber proporcionado otro espectáculo de gracia atlética, ahonda Pauketat. El arqueólogo imagina que los hombres trepaban los postes o se ataban para realizar danzas en el aire, un ritual que todavía se practica en algunas comunidades mayas de Mesoamérica.
“En la ceremonia mesoamericana, se colocan estos postes de ciprés grandes y altos y cuatro hombres que se disfrazan de pájaro y vuelan alrededor”, detalló. “Tenemos esos postes en Cahokia”. Pulseras y adornos con caracoles, plumas y cuero fino eran parte de los disfraces más elaborados para tales eventos, explicó el arqueólogo.
A los cahokianos les encantaba el rojo, blanco y negro. La gente adornaba su cabello con elaborados moños, con peinados mohicanos y plumas. Los tatuajes también estaban presentes en algunos cuerpos y rostros. Cuando terminaban las fiestas, los cahokianos arrojaban desechos a pozos que ahora sirven como relatos de lo que comieron y bebieron juntos.
Hace una década, el análisis de vasos de cerámica rotos que los arqueólogos encontraron en Cahokia reveló biomarcadores de una especie de bebida, conocida como yaupon, que es la única planta con cafeína nativa de América del Norte.
Los cahokianos, al parecer, mantuvieron las festividades en parte para captar la atención. Y dado que el área de distribución nativa de yaupon se encuentra a cientos de kilómetros del sitio de la ciudad, sabemos que hicieron un esfuerzo significativo para obtenerla. Eso, a su vez, pudo haber consolidado el uso de las plantas en la vida ritual.
“Parte de su valor está en la dificultad de adquirirlas”, dijo la antropóloga Patricia Crown, quien dirigió el análisis de los vasos de cerámica rotos. “Tenías que tener las conexiones para poder obtener la sustancia si era realmente importante para el sistema religioso”, agregó.
Cahokia, hoy
En la actualidad, el lugar de la antigua Cahokia se conserva bajo el nombre de Sitio Histórico Estatal de Cahokia Mounds, Patrimonio Mundial de la Unesco donde se realizan las investigaciones arqueológicas. Setenta de los montículos originales están protegidos y una larga escalera conduce a la cima de la pirámide Monks Mound, con vistas a la gran plaza.
Con audioguías, los visitantes recorren un sendero de 10 km que serpentea a través de pastizales, bosques y humedales. Una vez más, como en la antigüedad, una constelación de postes altos se alinea con el sol naciente para medir el paso de las estaciones.
El centro de interpretación del enclave presenta escenas de la vida recreadas, junto con exhibiciones de herramientas de piedra y cerámica moldeada por hábiles manos cahokianas. La vida moderna no está muy lejos: Cahokia está enmarcada en una extensión de carreteras interestatales y suburbios de Estados Unidos.
Pero no fue el desarrollo moderno lo que puso fin a la emocionante historia de Cahokia. Con el tiempo, los habitantes simplemente optaron por abandonar la ciudad, aparentemente impulsados por una combinación de factores ambientales y humanos, un clima cambiante que paralizó la agricultura, la violencia o las inundaciones desastrosas.
Hacia 1400, las plazas y los montículos estaban desolados. Cuando los europeos se encontraron por primera vez con los notables montículos de Cahokia, vieron una civilización perdida, explica Newitz en su libro.
Se preguntaban si algunas personas lejanas habían construido Cahokia y luego la abandonaron, llevándose consigo la brillante cultura y la sofisticación que una vez prosperaron en el suelo de las tierras bajas del Misisipi, donde la tierra se enriquece con las inundaciones fluviales.
Pero la gente de Cahokia, por supuesto, no desapareció. Simplemente se fueron de allí y con ellos la influencia de Cahokia se trasladó a lugares remotos, donde algunos de sus pasatiempos más queridos son celebrados hasta el día de hoy.
El yaupon que les encantaba beber está experimentando un regreso a la moda como té local sostenible que se puede cosechar del bosque. El chunkey, el juego favorito de Cahokia, tampoco desapareció.
En algunas comunidades nativas, atrajo a una nueva generación de atletas jóvenes y está en la lista de juegos de la comunidad cherokee, junto al stickball y las cerbatanas.
Pero hay más que eso. A los cahokianos les encantaba relajarse con una buena barbacoa y eventos deportivos, una combinación que, indica Newitz, es notoriamente familiar para casi todos los estadounidenses en la actualidad. “Festejamos de esa manera en todo Estados Unidos”, dijo. “Encajan perfectamente en la historia” del país.
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