Caen los precios de la nafta y los alimentos en el mundo, pero el alivio no llega a los países pobres
Desde el pico que alcanzaron en los primeros meses del año, los precios empezaron a bajar, pero siguen por encima de los valores del año pasado
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WASHINGTON.- Contradiciendo los ominosos pronósticos iniciales, muchos de los precios globales de alimentos, combustibles y fertilizantes que se dispararon cuando Rusia invadió Ucrania ya volvieron a sus niveles de la preguerra, pero los planificadores de políticas públicas advierten que el riesgo de hambruna y crisis financiera en los países emergentes no se ha disipado.
La invasión del 24 de febrero sacudió los cimientos de los mercados de materias primas. Desde entonces, sin embargo, el temor de que la guerra obturara las exportaciones a través del Mar Negro demostraron ser infundadas.
Los barcos cargueros de granos rusos siguen zarpando de los muelles de Novorosíisk rumbo a clientes de África y Medio Oriente, y el 1 de agosto, gracias a un acuerdo negociado en Naciones Unidas, se reanudaron los envíos limitados de granos desde el puerto ucraniano de Odessa.
La presión sobre el precio de los commodities también cedió después de que los especuladores de Wall Street empezaron a vender sus tenencias en respuesta al aumento de la tasa de interés implementada por la Reserva Federal norteamericana (Fed): a partir de ese momento, el posible aumento del precio de las materias primas dejó de ser una apuesta menos segura.
Hoy el trigo es más barato que cuando empezó la guerra. El barril de crudo “Brent”, el precio de referencia mundial, sigue sobrevolando los 97 dólares, su valor de mediados de febrero. Y el precio de la urea fertilizante, que casi se duplicó en las primeras semanas de la guerra, ha vuelto a sus niveles de preguerra.
Los analistas, sin embargo, advierten que la tendencia podría revertirse, y que la volatilidad de los mercados se prolongará hasta el año que viene.
“Lo peor que podía pasar no ocurrió, pero en los mercados cunde una falsa sensación de seguridad”, dice Sanjeev Krishnan, director de S2G Ventures, una firma de inversiones de Chicago especializada en alimentos y agroindustria. “En los próximos meses puede haber mucha más inestabilidad.”
Esquivar una crisis global profunda depende de la interacción muchos factores, desde las políticas públicas y las condiciones climáticas en infinidad de países, hasta los movimientos de la diplomacia internacional o un impredecible conflicto armado en Europa.
Y como Rusia ya lanzó uno de sus misiles contra las terminales de granos del puerto de Odessa, muchos se preguntan si el acuerdo para reanudar las exportaciones de Ucrania se mantendrá. Los eventos de clima extremo, como la sequía plurianual que afecta el Cuerno de África, amenazan las cosechas en varios continentes. Y el embargo sobre los envíos de energía rusa a sus clientes europeos que podría aplicarse hacia fines de año puede empujar los costos del gas natural, que ya está haciendo subir el precio de los fertilizantes.
De todos modos, la situación actual implica una mejora. En la primera mitad del año, la guerra entre Rusia y Ucrania -países vecinos que juntos representan más del 25% del trigo comerciado internacionalmente- hizo que el precio de los granos se dispare un 63% en menos de dos semanas. En ese lapso también se duplicó el precio de los fertilizantes nitrogenados, y el precio del barril de crudo arañó los 128 dólares.
Pero la posterior caída de los precios llevó poco alivio a los países que dependen de los mercados globales para abastecerse de las materias primas esenciales.
Aumento del precio de alimentos
Un tercio de los 153 países relevados por el Programa Mundial de Alimentos registraron una inflación anual del precio de los alimentos de al menos el 15% durante el trimestre que concluyó el 31 de julio, según Friederike Greb, economista que integra dicha agencia de Naciones Unidas.
En el Líbano, los alimentos sufrieron un astronómico aumento del 332%, mientras que en Irán fue del 87%, y en Turquía del 95%.
“El descenso de los precios internacionales es definitivamente una buena noticia para la seguridad alimentaria global, pero viendo lo que ocurre concretamente en el terreno, no hay razones para dejar de preocuparse”, advierte Greb.
Según el FMI, los cambios en los precios globales de los commodities tardan entre 10 y 12 meses en filtrarse hasta los mercados locales y los mostradores.
Y cuando finalmente llegan, en las naciones importadoras ese descenso de precios no llega a reflejarse, debido a la depreciación de la moneda local: las sucesivas alzas de la tasa de interés de la Fed a lo largo de este año encarecieron el dólar estadounidense frente a casi todas las divisas del mundo.
Las monedas de Zimbabwe, Sudán del Sur, Turquía, Sri Lanka, Laos y Malawi perdieron al menos el 25% de su valor frente a la divisa norteamericana. En los hechos, eso implica un aumento de costos para las empresa locales y los gobiernos que importan materias primas, cotizadas en dólares.
“Seguimos en medio de una crisis de enormes proporciones”, dice Greb.
Un total de 345 millones de personas de 82 países corren riesgo de morir por falta de alimentos, más del doble que antes de la pandemia, según datos del Programa Mundial de Alimentos. Y a pesar de que el precio de los commodities en los mercados internacionales recientemente bajó, la comida, la energía y los fertilizantes siguen mucho más caros que hace un año.
“Es demasiado pronto para decir que lo peor ya pasó”, dice Ngozi Okonjo-Iweala, director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Las dudas del futuro
Las apuestas de los especuladores financieros terminó de fogonear el alza de precios de la primera parte del año. En febrero, antes del inicio de la guerra, en los mercados a futuro de Chicago los administradores de capitales apostaban que el precio del trigo iba a bajar, según datos de la Comisión de Negociación de Futuros de Estados Unidos.
Pero dos semanas después de la invasión a Ucrania, el rebaño bursátil ya apostaba masivamente por un aumento de los precios. Esa presión alcista alcanzó su punto álgido a mediados de mayo, poco después del segundo aumento de tasas de la Fed en tres meses, pensado para reducir la inflación del 8,5% a su meta del 2% anual.
“Cuando la Fed dice que la inflación va a volver al 2%, hay que salirse de los mercados de commodities”, dice el economista Dan Basse, de AgResource, con sede en Chicago.
Pero el mercado de cada materia prima está determinado por factores propios. El precio del petróleo, por ejemplo, ha experimentado una pronunciada caída desde principios de junio, por el temor a una recesión mundial que reduzca la demanda de crudo.
El horizonte del precio del trigo se nubló ominosamente en los primeros meses de la guerra, cuando Rusia dejó de ingresar los datos de sus exportaciones a la base de datos Comtrade de las Naciones Unidas, dice Joseph Glauber, investigador del Instituto Internacional de Investigación de Políticas Alimentarias, que a partir de ese momento empezó a calcular las cifras de exportaciones rusas en base a los informes de compra de los clientes de Moscú.
“Las cifras de este año muestran aproximadamente el mismo nivel de exportaciones de Rusia que el año pasado”, dice Glauber. “El comercio ruso está encaminado”.
Una de las razones de la caída del precio del trigo son justamente esas exportaciones rusas superiores a lo previsto. A eso se suma el acuerdo alcanzado el mes pasado por diplomáticos rusos, ucranianos y turcos, que destrabó el envío de parte de los 20 millones de toneladas de granos ucranianos que habían quedado atrapados por la guerra.
Según la base de datos de la ONU, este mes zarparon de puertos ucranianos unos 14 barcos que transportaban maíz, aceite de girasol y soja. Los cargueros se detienen en Turquía, donde los inspectores verifican que no haya armas escondidas entre los alimentos, y luego siguen camino rumbo a destinos como el Líbano, China, Italia y Corea del Sur.
Un verdadero acto de equilibrismo
Aumentar el flujo de granos ucranianos hacia los países emergentes, donde se necesita desesperadamente para evitar la hambruna, es un verdadero acto de equilibrismo. Si el grano que estaba atrapado en Ucrania inunda los mercados mundiales, el precio del trigo podría hundirse y arrastrar consigo a los agricultores ucranianos, que ya pagaron costos más altos por los fertilizantes y las semillas y necesitan recuperar su inversión, analiza Máximo Torero, economista en jefe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (ONUAA).
El precio de la urea, un fertilizante nitrogenado de uso muy extendido, cayó a la mitad de su pico máximo de abril, cuando alcanzó los 940 dólares por tonelada. Pero el principal combustible para la fabricación de esos nutrientes es el gas natural, y como el gas aumentó, a partir de mediados de junio el precio de la urea volvió a subir.
También bajó el precio de otro fertilizante como la potasa, cuando Bielorrusia -aliado del Kremlin y un importante productor mundial de ese nutriente- , reanudó sus exportaciones, aunque limitadas. A los mercados mundiales ingresan cada mes unas 100.000 toneladas de potasa bielorrusa, muy por debajo del millón de toneladas promedio antes de la guerra, pero más de lo que esperaban los analistas.
Al aumento de precios inicial por la guerra, los agricultores también respondieron reduciendo el uso de potasa y fosfato, dice Chris Lawson, analista en jefe de fertilizantes del CRU Group.
“Las situación todavía es muy, muy frágil y ajustada”, dice el analista. “Pero al menos hasta ahora no ha sido el Apocalipsis que muchos anticipaban.”
Por David J. Lynch
The Washington Post
(Traducción de Jaime Arrambide)
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