Búsqueda en el Atlántico: anteriores pasajeros del sumergible describen una experiencia electrizante y “al límite”
Señalaron que la autorización que deben firmar antes de abordar menciona tres veces la palabra “muerte”, y sólo en la primera página…
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WASHINGTON.- Los anteriores viajeros que se subieron a ese tubo del tamaño de una minivan que es el sumergible de profundidad Titán sabían perfectamente que podían morir.
De hecho, el riesgo de muerte aparece mencionado tres veces en la primera página de la autorización que debieron firmar antes de abordar. Y cuando se sumergieron en lo profundo del océano, desconectados de la superficie, la luz del sol se fue apagando. En esas aguas de un negro insondable, las criaturas luminiscentes se hicieron visibles a través de un pequeño ojo de buey. Y de las paredes curvas del Titán, un frío gélido calaba los huesos.
A su inmersión de mediados del año pasado, el guionista Mike Reiss llevó un cuaderno y un lápiz. Si la nave fallaba, dice Reiss, podría escribir chistes desde el fondo del mar, “como mi legado póstumo al mundo”. Joseph Wortman, que hizo el viaje el 2021, dice que estar en el interior del Titán, cuya escotilla se cierra desde afuera, es una verdadera lección de humildad.
“Es una experiencia al límite”, dice Wortman, de 53 años y CEO de una empresa de calefacción de la ciudad de Detroit. “Si pasa algo no hay forma de salir. No podés llamar al 911 y te tenés que arreglar solo”.
Los anteriores pasajeros de excursiones en aguas profundas como la que desencadenó esta misión de rescate internacional en el Atlántico Norte dicen que los riesgos que entrañaba el viaje estaban claros, pero que la emoción de llegar a tales profundidades oceánicas venció cualquier temor. Dicen que la experiencia es incómoda e irritante, pero también la califican como única y electrizante. Los turistas abisales pagan 250.000 dólares por la experiencia, que incluye una capacitación de varias horas en buceo, según el sitio web de la empresa OceanGate, operadora del Titán.
La desaparición del sumergible, creado y operado por una pequeña empresa de Washington llamada OceanGate Expeditions, ha suscitado dudas sobre sus operaciones en aguas profundas. OceanGate enfrentó denuncias dentro de la industria, incluida la de al menos un exempleado.
Wortman dice que a los clientes de la empresa los une el deseo de explorar. Wortman es un experimentado piloto de aviones y ha tenido numerosas experiencias de viajes de aventura, como volar al borde de la atmósfera terrestre en un avión MiG-25 y formar parte del escuadrón de demostración de vuelo Blue Angels de la Fuerza Aérea norteamericana.
Wortman recuerda que el barco descendió durante varias horas, durante las cuales escucharon música mientras observaban a las criaturas luminiscentes a través del ojo de buey. También recuerda haber ayudado con las comunicaciones, intercambiando mensajes de texto con el equipo de la superficie.
El sumergible llegó a los restos del Titanic y se acercó a la popa. Wortman recuerda su emoción al saberse una de las pocas personas del mundo que había visto el naufragio de cerca, aunque dice que por momentos la experiencia era perturbadora. De hecho, lo primero que hizo al llegar a la superficie fue llamar a su familia para decirles que había salido todo bien.
Reiss, de 63 años y guionista de Los Simpson, realizó la expedición en julio pasado. Recuerda que el riesgo de muerte estaba presente todo el tiempo, pero que en el peor de los casos podría consolarse sabiendo que tuvo una buena vida.
Otro expasajero, David Pogue, corresponsal de Sunday Morning de la cadena CBS que viajó en el Titán el año pasado por invitación de OceanGate, compartió con el diario The Wall Street Journal una parte de la autorización que tuvo que firmar: “Esta operación se llevará a cabo dentro de una embarcación sumergible experimental que no ha sido aprobada ni certificada por ningún organismo regulador”, dice el texto. “Viajar dentro y alrededor de este vehículo puede provocar lesiones físicas, discapacidad, trauma emocional, o la muerte”.
Reiss recuerda que el Titán tiene el tamaño de una minivan sin asientos, pero dice que en ningún momento sintió claustrofobia.
Para hacer que el barco se incline hacia abajo, todos los pasajeros se juntaron en la proa. Para inclinarse hacia arriba, recuerda Reiis, se juntaron en la parte de atrás. “Suena muy riesgoso, pero en realidad es muy reconfortante que todo sea tan simple y tan básico”.
Después de su descenso, el sumergible quedó a unos 500 metros de los restos del Titanic. La brújula de la nave no funcionó, dice Reiss, y la tripulación tardó más de 90 minutos en encontrar el naufragio, así que solo tuvieron unos 20 o 30 minutos para explorar los restos.
El corresponsal Pogue dice que el sumergible tiene un inodoro rudimentario que consta de una bolsa y una botella, y que a bordo hay muy poca comida.
“Estás sentado en el suelo con la espalda contra una pared curva. No hay calefacción ni refrigeración... en la superficie te morís de calor y en el fondo te morís de frío”, apunta Pogue, cuyo viaje debió ser abortado a 11 metros de profundidad debido a una falla en la plataforma desde la que se lanza el sumergible.
Antes de abordar la nave, Pogue firmó la autorización con total confianza por el historial de seguridad de la empresa. “La autorización menciona literalmente ocho formas en las que uno puede morir o quedar discapacitado de forma permanente”, señala Pogue.
Arian Campo-Flores, Allison Pohle y Joanna Sugden
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