Buckhannon: en el lugar más "trumpista" del país, se respira optimismo tras un año de gobierno
La promesa de una inversión china mantiene en vilo a los votantes que, aunque fieles a Trump, no dejan de criticar su verborragia
BUCKHANNON, Virginia Occidental.- A Buckhannon le dicen "el lugar más trumpista de Estados Unidos". Es un pueblo de unos 5600 habitantes, chato, donde abundan las iglesias y las casas con pórticos y jardines. Durante años, sufrió por el declive del carbón. Pero ahora se respira optimismo: con Donald Trump, su gente dice que está mejor. Critican su verborragia, pero aman lo que hace.
"¿Escuchaste que China va a poner un montón de plata en Virginia Occidental?", pregunta a LA NACION Jimmy, de 72 años, mientras bebe un café en The Donuts, un restaurante en la entrada del pueblo que no cierra nunca donde todos los días parece verse a la misma gente. "Hay como dos docenas de esos chinos pequeños dando vueltas por acá y van a poner 83.000 millones de dólares", continúa.
Trump y el presidente chino, Xi Jinping, firmaron un acuerdo para que China Energy Investment, la mayor energética del mundo, invierta en la nueva joya de la región: el gas, heredero del carbón. Todo el pueblo habla de "los chinos", augurio de más trabajo. Jimmy maneja una excavadora y trabaja en la construcción de pozos. Entusiasmado, muestra fotos de las obras en su teléfono.
"Me gusta casi todo lo que hace excepto cuando abre la boca", dice Jimmy sobre Trump. "Su boca necesita un poco de cinta adhesiva. Su pluma hace un buen trabajo. Dice lo que pensamos, pero se supone que no debe hacer eso", cierra. Cerca suyo, Dave, un jubilado de 74 años, coincide: "Me gusta el mensaje, pero no el mensajero. Tiene que meterse una media en la boca y seguir la corriente, en serio".
Buckhannon está en el condado de Upshur, en el centro de Virginia Occidental, un bastión conservador a cuatro horas de Washington. Trump construyó su triunfo en pueblos como Buckhannon: allí, sacó el 76% de los votos. Un motivo: su promesa, incumplible, de resucitar los tiempos de grandeza del carbón, desplazado por el mercado. Trump eliminó topes impuestos por Barack Obama, pero aun así en los Apalaches la producción se mantuvo estancada todo el último año.
Así y todo, el pueblo no brinda esa atmósfera de agonía de algunos rincones del Rust Belt, antaño cuna del acero y donde Trump también cosechó un fuerte respaldo. Es rústico, pero tiene encanto. En la calle principal -Main Street, nombre típico-, por donde circulan más camionetas que autos, apenas se ve un local vacío. Un café ofrece sándwichs gourmet y variedad de tés. Los comerciantes dicen que tuvieron un buen año. Pero aun así Buckhannon sufre los mismos problemas de la región: una de cada cuatro personas es pobre, el desempleo -en caída- es más alto que en otras partes del país y los ingresos, más bajos. En el hospital ven sobredosis de opioides casi todos los días.
"No está bueno por acá. Las cosas no están donde pensamos que estarían", afirma Christine Kalafat, de 65 años, quien trabaja en una tienda de empeños en las afueras del pueblo. Dice que el negocio está deprimido, que no ha visto beneficios desde que Trump asumió y que espera "algo de ese acuerdo con China".
"Estoy decepcionada de que no hayan pasado más cosas, supongo. Esperábamos más cosas. No es que no vayan a pasar. Trump solo lleva un año, y lleva tiempo", justifica.
Christine fundó la tienda con su marido en 1987. Hace unos años, se la dejó a su hijo, aunque eligió seguir trabajando. Le gusta. Vende de todo: relojes, guitarras, vestidos, equipos de música y armas, su producto más popular. Buckhannon es tierra de armas, explica. Se ve en la calle. Mucha gente viste ropa de cacería. Christine explica en pocas palabras el apoyo a Trump: la gente del lugar estaba cansada de las regulaciones ambientales que "pegan a la economía" y el presidente "tiene los valores que la gente busca".
"Tenía un mensaje, ¿sabés? Estados Unidos primero", coincide Jake Anderegg, de 67 años, dueño de una joyería. "A veces la forma en la que se expresa no creo que sea apropiada. Pero eso no quiere decir que no estoy de acuerdo con sus políticas. Simplemente significa que no siempre estoy de acuerdo con lo que dice y la forma en que lo dice", resume.
Jake dice que la economía está mejor y la gente tiene más confianza. Al lado suyo, Mary Malcomb, de 61 años, quien trabaja para él, apunta: "El presidente no debería tuitear". Los dos votaron a Trump y, aunque están "menos entusiasmados", volverían a hacerlo.
Es un sentimiento extendido. La gente está satisfecha con Trump, aunque critique su estilo. Algunas personas muestran cierta frustración, pero le dan margen: lleva solo un año, insisten. Hay, por supuesto, críticos acérrimos, y también partidarios más radicalizados que sienten que Trump, como él mismo dice, hizo más que ningún otro presidente en su primer año. Otros ofrecen un pragmatismo sin límites: lo defenestran, pero igual lo respaldan.
"Estoy feliz con sus políticas, pero creo que es un idiota", dispara Brian Stewart, de 50 años, padre de cuatro hijos y dueño de una tienda de antigüedades. "Mientras la economía vaya bien, dejo pasar todo lo demás. Pero realmente no me gustan los tuits, me deja un mal gusto en la boca", apunta.
Maria Andrews, de 54 años, dos hijos, dos nietos, empleada de la tienda, le achaca que solo respalda a Trump porque bajó sus impuestos. Brian se ríe. Ella dice que no lo votó por plata. Lo votó porque sentía que el país "ya no tenía moral". No es que crea que Trump la tenga, pero sí el Partido Republicano. Era demócrata, pero al ser abuela se pasó al otro lado. No quería que sus nietas crecieran pensando "que ya no hay más género, que se puede ser niño o niña".
"Estoy a pleno con el muro", agrega, y también se queja de los tuits. "¿No hay alguien que lo pueda controlar? ¿Un secretario de prensa?", pregunta. "Si pudiera mantener la boca cerrada, hasta podría llegar a estar bien", continúa.
"Sí, pero eso no va a pasar", le responde Brian.
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