Brexiters y remainers, unidos por la frustración
Las divisiones continúan mientras crecen la ira y la impaciencia ante la indefinición del divorcio
LONDRES. Dos amigos toman cerveza en un bar. Uno le dice al otro: "Esto no da para más. Vámonos a otro lado". Ya en la calle, se dan cuenta de que no saben adónde ir, y el bar que abandonaron no los deja volver a entrar. La noche termina a las 2, en un puesto de kebab, con una discusión sobre quién tuvo la culpa de la salida frustrada.
La analogía del kebab circuló en las redes sociales para ilustrar, con humor, el clima de frustración que se vive en Gran Bretaña. Pasaron casi tres años del referéndum del 23 de junio, donde el 51,9% de la isla votó separarse de la Unión Europea (UE).
Divididos en lo ideológico, tanto brexiters (quienes votaron por irse) como remainers (los que eligieron quedarse) dicen compartir los sentimientos de vergüenza, exasperación y frustración por un Brexit que no se concreta. Esperan, impacientes, el desenlace de una suerte de cuento de la buena pipa: una historia sin progreso ni fin.
Un año después del referéndum, en las últimas elecciones de 2017, el Partido Conservador y el Partido Laborista prometieron la salida del país de la UE. "Ahora, más que nunca, Gran Bretaña necesita un plan claro", sostenía el manifiesto de los tories, firmado por May. Pero las idas y venidas sobre un Brexit "blando" o uno "duro", las disputas alrededor de la frontera en Irlanda del Norte, y las incógnitas en materia de comercio e inmigración demoraron el plan de partida y profundizaron las divisiones.
"Me preocupa que el mundo piense que somos un chiste", reflexiona Susan Fowler, de 45 años. Susan nació en Gales, pero vive en Londres. Al igual que seis de cada 10 londinenses y a diferencia de la mayoría de los ingleses y galeses, votó contra la salida, cuya campaña estuvo dominada por el color azul. Rachel Webb tiene la misma edad que Susan. Nació en Sheffield, en el norte de Inglaterra, y también vive en Londres. Votó por la campaña roja, el divorcio. "Soy racista e intolerante", declara con sarcasmo, haciendo eco de los adjetivos con que varios remainers describen a los brexiters.
Los casos de Susan y Rachel reflejan parte de la complejidad del Brexit. La decisión de irse o quedarse en la UE no está necesariamente ligada a una generación, región geográfica, clase social o ideología política. Es cierto que hay tendencias: las personas mayores, al igual que las de menor poder adquisitivo y aquellas pertenecientes a comunidades pesqueras o industriales suelen apoyar la salida, mientras que los más jóvenes, de mayor poder adquisitivo o que viven en grandes ciudades tienden a elegir permanencia en la UE. Pero la regla no siempre se cumple y es común que dos personas con similares características demográficas, pero diferentes posturas sobre el Brexit vivan en el mismo barrio o, incluso, bajo el mismo techo. Es ahí donde surge la tensión.
Esa tensión quebró al país. "Si estás 'del otro lado', es imposible tener una conversación civilizada. Hay mucha presión", explica Rachel. Las fracturas se reflejan, también, en los círculos familiares. "El Brexit dividió a mi familia por la mitad y disparó muchas discusiones", lamenta Susan. Su abuelo, de 92 años, optó por quedarse, pero su hermano mayor, de 47, eligió irse.
Algo similar ocurrió en la casa de David Annandale. Con un marcado acento escocés, David cuenta que, a pesar de no estar ciento por ciento convencido, votó por quedarse en la UE, como su abuelo. Su padre, en cambio, optó por irse. "Mi papá no entiende por qué no nos vamos de una vez. Está frustrado", explica. Las diferencias familiares también se dan en la política: el hijo del laborista Tony Benn, recordado como uno de los euroescépticos más famosos del país, es un ferviente remainer.
Un marzo para la historia
La Cámara de los Comunes tuvo un mes movido. Los diputados británicos rechazaron, por tercera vez, el acuerdo de salida que May y la UE alcanzaron en noviembre último, después de 20 meses de negociación.
Keith Cutting, un brexiter puro y duro del condado de Hertfordshire, al norte de Londres, resume el sentimiento que despertaron las discusiones parlamentarias de marzo en una palabra: exasperación.
"Los resultados del referéndum tienen que ser honrados. Si no, iríamos en contra de la voluntad popular", se queja. A pesar de haber votado en contra del Brexit, David está disconforme con la manera en que los parlamentarios trataron a quienes votaron por irse y le preocupan los efectos colaterales. "¿Volveremos a confiar en los manifiestos de nuestros partidos políticos?", se pregunta.
La espera está generando impaciencia; la incertidumbre, preocupación. "Me inquieta quedarnos aislados del mundo y que se dañe nuestra relación con los países europeos", señala Julie Smith, en el sur de Londres, que votó por la continuidad. A Graham Farmer, otro remainer, le preocupa el futuro de su Irlanda del Norte natal y el efecto que una frontera entre Belfast y Dublín podría tener en el estado de paz entre ambas naciones.
Al no haber precedente de un país que haya abandonado la UE, es difícil predecir cómo el Brexit afectará a la isla. "En el corto plazo, el futuro económico va a ser duro; en el largo plazo, vamos a prosperar", confía Keith. Menciona a Isaac Newton y Alexander Graham Bell para ilustrar cómo, durante siglos, los británicos estuvieron a la vanguardia de la ciencia.
"Creer que solos vamos a estar mejor es un delirio", desestima Graham. Susan agrega: "Solía estar orgullosa de Gran Bretaña y su diversidad cultural. Ahora, estoy avergonzada".
Separados en lo ideológico pero unidos en la frustración, los británicos siguen esperando la firma del divorcio. O, como lo bautizó el político de extrema derecha, Nigel Farage, el Día de la Independencia.
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