¿Qué sucederá con Dilma si es finalmente suspendida?
SAN PABLO.- La presidenta brasileña, Dilma Rousseff , seguirá la votación de esta noche en la Cámara de Diputados desde el Palacio de la Alvorada junto con uno pocos asesores.
Verá lo que puede ser el comienzo del fin de su carrera política sin su mentor de siempre, Luiz Inácio Lula da Silva , que anoche partió a San Pablo luego de pasar toda la semana negociando apoyos para la mandataria, o sin los amigos de otros partidos a los que hoy ella llama traidores.
Si esta noche los diputados brasileños aprueban el proyecto de juicio político por el supuesto crimen de responsabilidad fiscal, a Dilma le esperan varias semanas de turbulentas negociaciones en el Senado y probablemente un mayor aislamiento. Gobernar pasará a ser una prioridad secundaria.
Todo eso se intensificará incluso más si la Cámara de Diputados vota masivamente en su contra.
Recesión, escándalos de corrupción, juicio político en ciernes, derrumbe de su popularidad, falta de respaldo de parte de su propio partido, calles movilizadas, un país polarizado, los problemas de DIlma por sí solos son destructivos.
Juntos son una bomba de tiempo que no sólo puede dejarla fuera de la presidencia si no también definir su lugar en la historia, un lugar tal vez no muy positivo.
En las próximas semanas, si hoy pierde en Diputados, la presidenta deberá dedicarse a evitar igual resultado en el Senado con una actividad a la que, a diferencia de su padre político, siempre le rehuyó: la negociación.
Muy pocas veces en los últimos veces DIlma se reunió con diputados para tratar de neutralizar la ofensiva por el juicio político. Sólo lo hizo seriamente cuando el estallido era inminente: ayer.
Esa aversión al contacto político –que el oficialismo adjudica a un carácter introvertido y la oposición, a la soberbia- también predeterminó su relación con su vice, Michel Temer .
Harto de ser un "vicepresidente decorativo", Temer acusa a Rousseff de haberlo ignorado sistemáticamente, se convirtió en uno de sus principales adversarios y ya saborea su promoción a presidente.
En caso de que su nueva arte negociadora, su ofensiva en la Justicia o la movilización en la calle no funcionen para convencer al Senado de que derrumbe el impeachment, Dilma será suspendida por 180 días, probablemente a partir de mediados de mayo.
Serían seis meses inciertos y tormentosos para Brasil pero más para Dilma.
La única certeza con la que contaría la presidenta en ese período sería su residencia. Podría permanecer en el Palacio de la Alvorada y recibiría mensualmente unos 15.000 reales (unos 4300 dólares), la mitad de su sueldo de mandataria.
El resto, su futuro político, su legado, el apoyo de los aliados, no sería más que puras dudas. ¿La respaldarían contundentemente el Partido de los Trabajadores (PT) y Lula? ¿O preferirían dedicarse a reinventarse para las elecciones municipales de 2016 y las presidenciales de 2018? ¿Si el gobierno de Temer es eficaz en esos seis meses, lo brasileños darían ya por terminado el mandato de Dilma a pesar de que el juicio no haya finalizado?
En las pausas de una negociación que tampoco deberá abandonar en ese período si quiere recuperar su cargo, Dilma tendrá tiempo para repasar sus propios errores, y no sólo las traiciones y responsabilidades de otros en la peor crisis política de la democracia brasileña.
Dos son los rasgos de la presidenta de los que ella misma y el PT siempre se vanagloriaron: su honestidad y su pericia para la gestión.
"Nunca encontrarán nada porque nunca hice nada errado", suele decir sobre la investigación del Lava Jato la presidenta, que en su primer mandato echó a siete ministros sospechados de corrupción y que detesta que se ponga en duda su transparencia.
Pero la realidad, y más en estos últimos meses, la desmintieron. Uno a uno, varios testigos privilegiados del petrolão, incluido el senador oficialista Delcidio Amaral, señalaron que tanto Dilma como Lula estaban al tanto del esquema de sobornos que involucra a las constructoras, a Petrobras y a varios partidos, principalmente el PT.
Su honestidad también fue puesta en duda apenas después de que ganara las elecciones de 2014. En campaña hacia el ballottage contra Aécio Neves , acusó a su rival de querer poner en marcha un enorme ajuste fiscal que liquidaría los avances sociales.
Ella ganó. Y ella puso en marcha ese mismo ajuste, sólo un par de meses después de la victoria, de la mano de su entonces flamante ministro de Hacienda, Joaquim Levy.
Los brasileños repararon en ese engaño y le quitaron su respaldo a la presidenta. SI Dilma tenía el 42% de popularidad en noviembre de 2014, según Datafolha, llegó a marzo de 2015 con el 13%.
La presidenta se vio forzado a aplicar ese ajuste porque la realidad se había encargado también destruir su imagen de experta en gestión.
En 2011 recibió un país en crecimiento, con superávit fiscal, con poco desempleo y baja inflación. Hoy Brasil va por su segundo año de recesión, el desempleo se acerca al 10%, la inflación también roza los dos dígitos y el déficit fiscal es cada vez más abultado.
Ante ese escenario y tal vez no tan interesados en los maquillajes fiscales de los que se la acusa, un 61% de los brasileños quiere que la presidenta sea enjuiciada políticamente.
Aislada, con pocas fuerzas y poco poder, Dilma deberá hacer todo lo posible y todo lo imposible en las próximas semanas para impedirlo.
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