Crecen en Brasil los rumores de una toma del poder de los militares
RÍO DE JANEIRO.- Hace un par de meses, mientras repasaba las noticias desde su casa en la ciudad de Belén, Carlos de Lima Belucio se alarmó: la gente estaba en pánico por la aparición del coronavirus, y algunos países habían cerrado sus fronteras y confinado a la población.
Entonces se le ocurrió una idea, la única forma de salvar a Brasil: el presidente Jair Bolsonaro tenía que escenificar una toma del poder por parte de los militares.
Belucio decidió ignorar la recomendación de quedarse en casa y empezó a sumarse a las manifestaciones que les reclamaban a las fuerzas armadas de Brasil que barrieran con las instituciones que obstaculizaban el poder de Bolsonaro . De ser necesario, recurriendo a la violencia. El país, decía Belucio entonces, debía permanecer abierto.
"La pandemia es pura cortina de humo", dice Belucio, de 43 años. "Con un régimen militar, todo sería mejor."
Mientras la nación más grande de América Latina enfrenta la peor crisis sanitaria y económica de una generación y Bolsonaro cruje bajo la presión de la pandemia, el espectro de las Fuerzas Armadas sobrevuela la vida pública como nunca desde la caída de la dictadura militar, en 1985.
A medida que su presidencia es engullida por los sucesivos escándalos, el populista de ultraderecha y excapitán del Ejército amplía la presencia de generales y exgenerales en su gobierno, permitiendo que uno de ellos implemente un gran paquete de ayuda económica que socava el poder del ministro de Economía. Los seguidores más radicalizados de Bolsonaro reclaman que los militares tomen el poder, y Bolsonaro participa personalmente de esas manifestaciones políticas, legitimando de esa manera el reclamo.
"No toleraremos más interferencias: mi paciencia se acabó", le dijo Bolsonaro a la multitud reunida este mes en Brasilia para pedir la remoción de presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia. "El pueblo está con nosotros, y las Fuerzas Armadas están con el pueblo".
La amenaza de la intervención de las fuerzas militares en asuntos internos –sin importar lo improbable que sea–, desestabiliza aún más la impredecible situación de un país de 210 millones de habitantes, donde ya murieron más de 13.000 personas de una enfermedad que el presidente Bolsonaro considera una "gripecita". La economía brasileña se hunde, los hospitales vieron desbordada su capacidad, y los desempleados más pobres temen pasar hambre.
Las líneas políticas se van definiendo a medida que Bolsonaro pierde aliados y los pedidos de destitución cobran fuerza. Sus detractores lo califican de "amenaza mortal para la democracia", y sus seguidores responden que es el único capaz de salvar a Brasil de una clase gobernante corrupta, de los funcionarios que imponen restricciones a los desplazamientos y el comercio, y de los controles y contrapesos que le impiden a Bolsonaro aplicar su agenda de gobierno desde que ganó las elecciones con el 55% de los votos, en 2018.
En las últimas jugadas de Bolsonaro los analistas perciben un manoteo desesperado para sobrevivir políticamente. Sus índices de aprobación se hunden. Dos funcionarios poderosos y muy populares que ocupaban las cruciales carteras de Salud y de Justicia, abandonaron el gabinete. El Supremo Tribunal Federal dio luz verde para que se investiguen las acusaciones de uno de ellos, el exjuez y exministro de Justicia, Sergio Moro, sobre un supuesto intento de Bolsonaro por cambiar la cúpula de la Policía Federal para proteger eventualmente a sus aliados políticos, incluidos sus hijos.
Siguiendo ese razonamiento, hoy Bolsonaro necesita más que nunca a los militares, no sólo para garantizar la resiliencia de su popularidad, sino para intimidar cualquier pedido de juicio político. "Parecen los movimientos de alguien que se fue aislando y que intenta desesperadamente poner a la gente y a los militares en contra del resto de las instituciones", dice David Magalhães, politólogo de la Pontificia Universidad Católica de San Pablo. "No sé qué puede pasar a partir de ahora."
Bolsonaro, cuyo emblemático gesto de campaña era apuntar sus dedos imitando un revolver, ya amagó varias veces con desplegar las Fuerzas Armadas para mantener el orden. El año pasado, cuando se vivió una ola de protestas en gran parte de América del Sur, Bolsonaro le pidió autorización al Congreso para sacar las tropas a la calle ante cualquier hecho de violencia. Su hijo y su ministro de Economía fueron más lejos todavía y hasta dejaron entrever que tal vez fuese necesario disolver el Congreso y acallar a los medios de prensa, "si la izquierda se radicaliza", dijo Eduardo Bolsonaro.
Los analistas y varios militares retirados dicen que es muy improbable que Bolsonaro encabece una toma militar del país. La gente, la élite brasileña y los propios militares se opondrían, dicen los analistas.
"La Armada, el Ejército y la Fuerza Aérea son órganos del Estado que consideran esencial la independencia y la armonía entre las diversas ramas del Estado para el gobierno del país", manifestó el ministro de Defensa, Fernando Azevedo e Silva en declaraciones tras una marcha en Brasilia. "Las Fuerzas Armadas siempre estarán del lado de la ley, el orden, la democracia y la libertad."
Pero el mero hecho de que el tema se haya colado en la agenda pública revela el duradero poder de seducción de los militares en un país que nunca enfrentó realmente lo ocurrido entre 1964 y 1985, una dictadura militar de 21 años que contó con el apoyo de Estados Unidos, que cercenó las libertades e institucionalizó la censura, la tortura, el asesinato y la desaparición forzada de personas.
A diferencia de otros países latinoamericanos que llevaron a juicio y encarcelaron a las cúpulas militares por los crímenes de la dictadura, Brasil nunca quiso buscar a fondo a los responsables de la violencia política.
Roberto Sebastião Peternelli Junior, exgeneral y ahora diputado, dice que no hay bases legales ni para la remoción de Bolsonaro ni para una toma del poder por parte de los militares, y agrega que ese es el pensamiento generalizado en las Fuerzas Armadas. "Todos nosotros, los reservistas, fuimos educados con los mismos principios éticos y morales", dice Peternelli. "No veo a los militares actuando en otro sentido".
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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