Boris y Trump, un idilio que puede llegar a su fin
Después del Brexit deberán negociar un tratado de libre comercio que puede ser letal para su sintonía
Si existiera un Oscar para el guion menos creíble, enero de 2020 sería el gran candidato. Durante el primer mes del año, los noticieros mundiales parecieron una película distópica: estuvimos al borde de la Tercera Guerra Mundial por la tensión entre Estados Unidos e Irán, Australia sufrió todo tipo de catástrofes apocalípticas, se fracturó la familia real británica, el presidente norteamericano enfrentó un impeachment y un misterioso virus surgido en China generó una alerta global.
La frutilla del postre ocurrirá esta medianoche, cuando, después de tres años y medio de negociaciones, Gran Bretaña finalmente salga de la Unión Europea. El Brexit, tan temido por muchos europeos, ya es una realidad.
El plan del primer ministro Boris Johnson es ahora apostar a la tradición de libre comercio del país y construir una "Gran Bretaña global", heredera del imperio que supo dominar el mundo. Entre los no poco desafíos que tiene por delante, el más crucial es relanzar su "relación especial" con su aliado histórico, Estados Unidos. Ambos países deberán negociar ahora un tratado de libre comercio.
La tarea a priori puede no parecer demasiado complicada, dado que el presidente norteamericano, Donald Trump, fue uno de los líderes mundiales que más aplaudieron el Brexit. A eso se le suma la buena sintonía que hasta ahora ha mostrado con Johnson. Los dos líderes comparten algo más que un peinado parecido: encarnan un estilo de gobierno disruptivo, populista y alejado de las tradiciones políticas de sus respectivos países.
Pero las semejanzas terminan ahí, y nada parece alentar que las negociaciones para ese acuerdo vayan a ser fáciles. Trump es una figura que genera mucha resistencia dentro del establishment político británico y, a diferencia del magnate, que irrumpió como un outsider de la política, Johnson es una figura que salió del riñón del círculo del poder. Si Johnson quiere convertir a Gran Bretaña otra vez en una potencia por peso propio, va a tener que demostrar liderazgo propio y, sobre todo, no mostrarse como una marioneta de Estados Unidos, un mote con el que suelen ser criticados los primeros ministros británicos. Esta presión que recae sobre Johnson puede ser lo que termine por derrumbar el idilio entre los dos líderes de peinados extravagantes.
Esta semana tal vez hayamos visto un anticipo de cómo piensa manejarse Johnson en su relación especial con Trump. Por un lado, elogió el acuerdo de paz para Medio Oriente que el presidente norteamericano presentó juntó al premier israelí, Benjamin Netanyahu, un plan que no despertó ningún entusiasmo realista de poder concretarse. Pero, por el otro lado, en abierto desafío al magnate, su gobierno le abrió las puertas a la compañía china Huawei para que forme parte de la construcción de la red de 5G en las islas británicas.
Para los halcones norteamericanos, esto equivale a haberle dado a la KGB el tendido de las líneas telefónicas en los tiempos de la Guerra Fría. Trump considera que Huawei es una extensión del régimen chino, y tal vez uno de los lobbies más activos que ha tenido en política exterior haya sido alertar a sus aliados occidentales de que van a ser espiados de por vida si dejan entrar a Huawei a sus redes de internet.
Los potenciales conflictos a la hora de negociar un tratado de libre comercio son grandes y complejos: van desde el impuesto digital que Gran Bretaña quiere aplicar a las gigantes norteamericanas del sector (Google, Amazon, Facebook, Apple), pasando por la demanda norteamericana de que Londres acepte la importación de productos alimenticios con menos regulaciones para proteger la salud (como el pollo clorado y la carne con hormonas), y hasta el lobby de las poderosas farmacéuticas norteamericanas para que Johnson les abra el mercado del sistema público de salud (NHS).
No solo los obstáculos son grandes, sino que nadie espera que Donald Trump adopte otra postura que la de ir por todo, como ya demostró en sus negociaciones con China. Y después de la decisión sobre Huawei, Johnson ya demostró que no está dispuesto a hacer cualquier concesión.
En medio de tantas incógnitas sobre el futuro, tal vez esta medianoche los londinenses extrañen como nunca las campanadas del Big Ben, que atraviesa un período de reparación. El silencio del mayor ícono británico puede ser un augurio de lo que está por venir.
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