Boris Johnson sobrevivió a una nueva rebelión interna, pero quedó debilitado
El Partido Conservador había anunciado esta mañana la moción de censura; 211 diputados votaron a su favor
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PARÍS.- El primer ministro británico, Boris Johnson, evitó hoy ser destituido por un voto de censura de su propio partido por 211 votos en contra y 148 a favor. No obstante, tras una serie de escándalos que derrumbaron su popularidad, el líder conservador sale de esta prueba extremadamente fragilizado.
Para que la moción de censura promovida por más del 15% de los diputados conservadores tuviera éxito, eran necesarios 180 votos a favor: la mitad de la bancada tory más uno. No fue así, pero más del 40% de los diputados de su formación votó contra su permanencia en el poder. Gracias a esta victoria, Johnson no podrá ser objeto de una nueva moción de censura durante un año.
Pero la gran pregunta esta tarde era, ¿Cómo hará para seguir gobernando sin el apoyo de sus propias filas y la desconfianza general de la población?
Los acontecimientos se habían precipitado el lunes por la mañana, apenas 24 horas después que terminaron los festejos de los 70 años de reino de Isabel II. En un lacónico comunicado, Graham Brady, presidente del “comité 1922″, encargado de la organización interna del Partido Conservador, anunció que “el umbral de 15% de parlamentarios (de esa formación) que solicitan un voto de censura contra el jefe del partido fue superado”.
De inmediato, poniendo buena cara a la adversidad, el portavoz del primer ministro publicó a su vez un mensaje afirmando que esa votación “ofrecía una ocasión para poner fin a meses de especulación y permitir al gobierno hacer borrón y cuenta nueva, pasando a otra cosa y respondiendo a las prioridades de los británicos”.
“El primer ministro se felicita de la ocasión que se le ofrece de presentar sus argumentos a los diputados y recordarles que no existe fuerza política más temible que cuando todos se unen y se concentran en las cuestiones que cuentan para los electores”, agregaba el texto.
Como los anteriores, ese argumento de compromiso no convenció a nadie. Desde hace meses, las criticas contra Boris Johnson aumentan en su propio campo debido al efecto devastador del informe redactado por Sue Gray sobre el tristemente célebre “partygate”. Para poder redactar ese texto, la alta funcionaria estudió en detalle las fiestas organizadas en Downing Street —la sede del gobierno— durante los confinamientos, que impusieron duros sacrificios a los británicos. Gary relató una serie de reuniones donde el alcohol circuló en profusión, hubo altercados, música y la utilización de puertas secretas en la madrugada, así como falta de respeto a los agentes de seguridad y de limpieza. Johnson, condenado a pagar una multa —algo nunca visto en un primer ministro en ejercicio—, afirmó “asumir toda la responsabilidad de lo que sucedió”, aunque estimó que debía “proseguir” su trabajo.
Ese fue el momento en el cual numerosos diputados conservadores llegaron a la conclusión de que la permanencia del premier en Downing Street era imposible. La idea de que quien viola la ley no puede ser el mismo que las dicte fue un poderoso argumento. Los representantes conservadores también señalaron la práctica consuetudinaria de la hipocresía por parte de Johnson, sobre todo porque, durante la pandemia, el jefe del gobierno mantuvo numerosas conferencias de prensa conminando a la gente a respetar la ley para salvar vidas. Johnson también demostró el mismo desprecio por la ley cuando trató de prorrogar las sesiones del Parlamento durante los momentos más difíciles del Brexit y, más recientemente, cuando amenazó con ignorar partes del protocolo internacional sobre Irlanda del Norte, firmado con la Unión Europea.
En todo caso, el escándalo del “partygate” derrumbó definitivamente la popularidad del primer ministro y provocó una durísima derrota de los conservadores en las elecciones locales a comienzos de mayo. Su permanencia en el poder se debió hasta ahora al papel que desempeñó en la respuesta occidental a la invasión de Ucrania.
Mucho tiempo considerado “una máquina de ganar elecciones”, Boris Johnson, el campeón del Brexit, se ha transformado en el objeto de todas las críticas, en un contexto de caída histórica del poder adquisitivo de los británicos. Un reciente sondeo del instituto YouGov sugiere que, si hubiera elecciones legislativas en este momento, los conservadores —en el poder desde hace 12 años— perderían casi la totalidad de las circunscripciones de las regiones populares ganadas a los laboristas en 2019, incluso la del propio Johnson en los suburbios de Londres.
El triunfo de hoy tampoco significa la desaparición total de las amenazas que pesan sobre el futuro del primer ministro: una investigación parlamentaria debe determinar, antes del otoño boreal, si mintió a la Cámara de los Comunes. Si así fuera, podría verse obligado a renunciar.
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