El primer mes de Bolsonaro, entre varios problemas y pocos éxitos
RÍO DE JANEIRO.- Sospechas de corrupción, un primer viaje internacional deslucido, marchas y contramarchas, una tragedia humana y ecológica, divergencias internas, una cirugía, algunas pocas medidas simbólicas para su base de apoyo... el primer mes de gestión de Jair Bolsonaro estuvo repleto de problemas y dio pocos frutos.
De cualquier manera, los desafíos reales comienzan ahora, con la asunción del nuevo Congreso, que será decisivo en definir la suerte de la administración del presidente ultraderechista de Brasil.
"No fue un buen comienzo. Enero estuvo marcado por una serie de inconvenientes que complicaron al gobierno y demostraron cierta falta de preparación. Se trata de un equipo nuevo, sin experiencia ejecutiva, y por lo tanto era esperable que no fuera brillante, pero las primeras señales no son buenas. Lo positivo es que aún existe un clima favorable, una luna de miel que puede amortiguar el impacto y dar tiempo a Bolsonaro para adecuarse al Palacio del Planalto", indicó a LA NACION el analista Paulo Calmon, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Brasilia.
La gran sorpresa del inicio de la nueva administración brasileña fue la rapidez con la que surgieron las primeras sospechas de corrupción en el entorno presidencial, más precisamente sobre el hijo mayor del mandatario, el flamante senador Flavio Bolsonaro. Ya antes de asumir su padre el poder, se reveló que un exasesor de Bolsonaro hijo -Fabricio Queiroz- había realizado suspicaces transacciones en efectivo que no se condecían ni con su salario ni con su patrimonio. Luego, las investigaciones apuntaron que el propio Flavio Bolsonaro había también hecho numerosos movimientos bancarios curiosos cuando era diputado estatal de Río, y hasta se descubrieron posibles vinculaciones a las temidas milicias cariocas de exagentes de seguridad corruptos. Todo esto con un presidente elegido con las banderas de la lucha contra la corrupción y la criminalidad, y el cambio con "todo lo que estaba ahí".
Hasta el momento, las dudas sobre el caso siguen sin haber sido claramente explicadas. Sin embargo, los titulares sobre "Zero Um" (01, como apoda Bolsonaro a su hijo mayor) fueron opacados por el accidente del dique de contención de desechos mineros en Brumadinho. Bolsonaro se mostró activo y decidido frente a la tragedia humana y ambiental, y eso evitó -por ahora- un desgaste político mayor.
Decepcionante resultó de todas formas la participación del presidente en el Foro Económico Mundial en Davos, que pretendía ser su gran presentación ante la sociedad internacional, la élite de inversores y líderes globales a los que Bolsonaro buscaba impresionar. Su presentación fue cortísima, muy vaga y dejó más preguntas que certezas sobre cómo recuperará la economía del gigante sudamericano. Y, para colmo, canceló a último momento una conferencia de prensa con sus principales ministros que podría haber servido para mitigar su pobre desempeño sobre el escenario.
Mientras tanto, al interior del gobierno surgían los primeros cortocircuitos: el presidente anunció un aumento de impuestos que luego fue desmentido por uno de los miembros del equipo económico; el ministro de Economía, el neoliberal Paulo Guedes, preparaba una reforma previsional integral pero los militares se resistían a ser incluidos en ella. Bolsonaro adelantó que trasladaría la embajada brasileña en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, aunque más tarde, en medio de críticas y advertencias del mundo árabe y musulmán, el vicepresidente, el general Hamilton Mourão, aseguró que no habría una mudanza por ahora. La propuesta de vastas privatizaciones que incluirían el sistema de comunicaciones público (EBC) se quedó en un proceso de "reestructuración". Y el aviso de Bolsonaro de que retiraría a Brasil del Acuerdo de París sobre cambio climático se evaporó en medio del recálculo del discurso antiambientalista del gobierno al que obligó el desastre en Brumadinho, que dejó más de 115 muertos y 248 desaparecidos bajo el barro por fallas de fiscalización a la minera Vale.
Armas
Ahora, con Bolsonaro despachando desde su cama de hospital tras la cirugía a la que se tuvo que someter el lunes pasado para que le retiraran la bolsa de colostomía que usaba desde que sufrió el atentado con cuchillo en la campaña electoral, la única medida importante aprobada por el gobierno, por decreto, fue una flexibilización de las reglas para la posesión de armas. Promesa de campaña y guiño a su base, fue más que nada simbólica: dejó descontentos a sectores armamentistas que abogan por una liberalización mayor.
Hubo otros cambios de reglas, algunas preocupantes que alteran la ley de acceso a la información, y otras de reestructuración de funciones de los ministerios que generan temores entre las organizaciones no gubernamentales, pero hasta ahora nada radical e ideológico como se temía.
"El gobierno ha sido prudente, más moderado de lo que se pensaba que sería; hasta vacilante. Tal vez porque aún no tienen muy en claro qué hacer, cuál será su estrategia, tal vez por las diferencias que hay al interior de la administración", destacó Fernando Schüler, profesor del instituto de enseñanza e investigación Insper.
Para el académico, Bolsonaro cuenta con la ventaja de un "crédito" en el amplio electorado que lo votó en octubre. "Ha sabido alimentar muy bien las expectativas, sobre todo de los mercados, aunque no haya nada concreto aún", señaló y explicó que por ahora la presión social es baja debido a que la economía sigue lentamente su rumbo de recuperación gracias a las reformas ya hechas por el gobierno de Michel Temer, que bajaron considerablemente la inflación (3,6%) y poco a poco vienen reduciendo el desempleo (12,3%).
La gran prueba de fuego para el gobierno será la relación de trabajo que construya con el Congrego. Ingresaron muchos legisladores nuevos, distanciados de la clase política tradicional, jóvenes, que no se sabe cómo funcionarán en un Parlamento muy fragmentado, en el que el oficialista Partido Social Liberal (PSL) cuenta con 55 diputados de un total de 513 y cuatro de 81 senadores.
"Existe el riesgo de que la articulación política se convierta en un campo minado, con divisiones que dificulten la actividad legislativa. Pero la esperanza es que el presidente, que estuvo 27 años como diputado, sepa conducir el proceso de negociación con el Congreso", dijo Calmon, de la Universidad de Brasilia, si bien remarcó que durante toda su experiencia en la Cámara baja Bolsonaro solo logró aprobar tres proyectos propios.
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