La odisea de conseguir un vuelo para volver de Miami
Pasó lo impensado. No iba poder volver a casa. Al menos eso era lo que decían las decenas de mensajes que me habían llegado de amigos y familiares. Estaba en el desfile de cierre de Universal Studios, en Orlando, y las personas vestidas de criaturas mitológicas que bailaban parecían más reales que el DNU de Alberto Fernández recién publicado. Para evitar entrar en pánico, leía una y otra vez la frase: "Se podrán disponer excepciones a fin de facilitar el regreso de las personas residentes". Quizás si la repetía en voz alta alguien me escuchaba y podía brindarme ayuda. Pero eso no pasó.
No quería volver al hotel a escuchar la conferencia de prensa. Sentada en una vereda de ese mundo abstraído de la realidad, me conecté al canal oficial de Casa Rosada en Youtube y esperé. La gente a mi alrededor estaba divertida, nada había cambiado. En ese lapso, leí que los parques de diversiones de Estados Unidos cerraban sus puertas el sábado. ¿Nadie se había enterado? Barajé toda clase de conjeturas sobre mi destino, pero la incertidumbre diluyó mis planes en segundos.
Al día siguiente comencé a llamar a Aerolíneas Argentinas y a escribir mensajes al WhatsApp de la compañía. Ante la falta de respuesta, mi pareja y yo decidimos perder la última entrada del parque y volver a Miami. Nos enteramos que el consulado armaba una lista con los argentinos que querían ser repatriados. La página estaba caída y los mails eran ignorados. La reserva del pasaje original del 19 de marzo seguía en pie. Eso nos tranquilizó. Durante el viaje en la ruta escuchamos por la radio a Donald Trump declarar "emergencia nacional" con casi 2000 infectados en 47 estados.
Mi madre logró comunicarse desde Buenos Aires con Avantrip, la empresa con la que adquirimos el pasaje. Ellos insistieron con que la única vía de resolución era Aerolíneas y aconsejaron que no modificara el pasaje porque entraría en una lista de espera infinita. El contestador de Aerolíneas -"Todas las líneas están ocupadas ahora, por favor intente más tarde"- de alguna forma me hacía sentir acompañada.
A las 18 llegó el maldito mail. Cancelaron nuestro vuelo del jueves. Estábamos varados. Nos comunicamos con un colega periodista que nos dio el 0800 habilitado por Cancillería. Atendió un hombre fastidiado pero amable, parecía un contestador que repetía el mismo mensaje. Había que ir a las oficinas de Aerolíneas, detrás del aeropuerto de Miami. La mala noticia era que abrían a las 9 del día siguiente.
Preocupados, buscamos ayuda entre nuestros contactos y conseguimos un número de prensa de la empresa. A las apuradas y con cansancio en su tono de voz, ella explicó: "Los pongo en un vuelo que sale en unas pocas horas. Es el único lugar que tengo. Esto es demencial, cierra la Argentina y aún no sabemos cómo será el proceso para repatriar a la gente después del 16". A los pocos minutos nos llegó el mail de confirmación.
Armamos las valijas y fuimos al aeropuerto en la madrugada. La bronca de interrumpir las vacaciones estaba paliada por los mensajes de nuestros conocidos: "Esto es un infierno. Regresen". Durante el vuelo, vimos a familias enteras con barbijos y a personas quejarse con dos azafatas por estar sentadas al lado de un hombre que tosía. Las tripulantes usaron guantes durante el vuelo e intentaron calmar la ansiedad con anécdotas personales.
En Ezeiza, tuvimos que entregar la declaración jurada sobre el estado de salud, pasamos por las cámaras termográficas y nos impidieron el ingreso al Free Shop al grupo de pasajeros que regresaban de las zonas afectadas. Mi familia se las ingenió para buscarnos en dos autos. En una escena tragicómica, me saludaron a diez metros de distancia y me dejaron el vehículo vacío en marcha. No voy a mentir, me sentí angustiada y un poco sola. Ahora es tiempo de cumplir la cuarentena obligatoria.
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