El ataque militar de Chechenia ocurrido en agosto de 2004 tuvo como saldo la muerte de 186 niños y conmocionó a toda Rusia
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El día que Beslán empezó a enterrar a sus muertos, había tantos autos cargados de ataúdes que se formó un embotellamiento en el camino hacia el cementerio. En esa pequeña ciudad del Cáucaso, todos habían perdido a un familiar o conocían a alguien que había muerto en el asedio a la escuela Nº1. El ataque terrorista, lanzado por militantes fuertemente armados, principalmente de Chechenia, duró tres días. Hubo 334 muertos, 186 de ellos niños.
Este martes se cumplieron 20 años desde que el asedio terminó repentinamente con explosiones devastadoras, pero todavía puedo oír los lamentos de las madres de Beslán, el dolor que se extendió por la ciudad en oleadas.
Puedo imaginar el ataúd blanco abierto de Alina, de 11 años, tendido en el jardín delantero de su casa con sus muñecas colocadas cuidadosamente a su lado.
Y siempre recordaré a Rima, que pasó tres días hacinada en el sofocante gimnasio de la escuela con sus nietos y cientos de otros rehenes, con bombas colgadas de los aros de básquetbol sobre ellos. En aquel entonces, confesó que se avergonzaba de haber sobrevivido.
Mientras ella y sus nietos corrían hacia la salida, bajo el fuego enemigo, tuvieron que trepar por encima del cadáver de un niño pequeño. “Dios, perdónanos por eso”, suplicaba Rima entre lágrimas.
Primeras lecciones
En 2004, el sufrimiento de Beslán se sintió en toda Rusia y resonó en todo el mundo. En primer lugar, la tragedia fue causada por las decenas de hombres y mujeres que irrumpieron en la escuela, dispararon al aire y tomaron como rehenes a cientos de personas petrificadas.
Acorralaron a madres con bebés y globos, y a niñas pequeñas con grandes lazos blancos en el pelo.
Familias enteras estaban celebrando el primer día de clases. Los militantes chechenos llenaron el gimnasio de explosivos y comenzaron a ejecutar a los rehenes hombres.
Ese verano boreal, la brutal guerra del presidente de Rusia, Vladimir Putin, contra los separatistas en Chechenia, lanzada cuatro años antes, ya había estallado más allá de las fronteras de esa república.
El día antes de que comenzara el asedio en la escuela de Beslán, 10 personas murieron cuando una mujer chechena se inmoló frente a una estación de metro de Moscú.
Antes de eso, militantes suicidas hicieron estallar dos aviones en el cielo y hubo un ataque mortal en un festival de música.
Pero desde hace dos décadas hay preguntas persistentes y preocupantes sobre cómo Putin y sus funcionarios manejaron el ataque a Beslán en su convencimiento de “no ceder ante los terroristas”.
¿Intentaron siquiera negociar? ¿Por qué afirmar que los atacantes no hicieron demandas políticas cuando habían pedido que las tropas rusas se retiraran de Chechenia? ¿Se podría haber liberado a más niños?
Más importante, ¿por qué los rescatistas dispararon desde tanques y usaron lanzallamas cuando todavía había cientos de rehenes dentro de la escuela?
Para muchos, el asedio de Beslán ofreció lecciones tempranas cruciales sobre el putinismo, incluyendo que no escatimaría nada ni a nadie para aplastar a quienes lo desafiaran.
Protección de su imagen
Tuvieron que pasar 20 años para que Putin visitara las ruinas de la escuela Nº1. Incluso entonces, no asistió a los actos de aniversario con las familias. Viajó allí hace apenas dos semanas, y fue solo.
Algunas paredes destrozadas de la escuela se dejaron en pie como monumento, cubiertas con un sudario dorado y con fotografías enmarcadas de los fallecidos. Allí, en medio del gimnasio donde se encontraban los rehenes, Putin colocó flores debajo de una cruz de madera.
Para la mayoría de los líderes mundiales, sería inimaginable no haber visitado este lugar antes. Fue el ataque terrorista más mortífero de la historia de Rusia. Pero Putin siempre ha preferido que lo filmen en un avión de combate o flanqueado por soldados.
Las tumbas de los niños que no pudo salvar no hacen nada por su imagen de hombre de acción. De hecho, había estado en Beslán antes, pero pasó casi inadvertido.
Inmediatamente después de que terminara el asedio, voló tarde por la noche para visitar un hospital al amparo de la oscuridad.
Le dijo a la comunidad de Beslán que toda Rusia estaba de luto con ellos, pero al amanecer ya se había ido. “Llegó demasiado tarde”, recuerdo haber oído decir a las familias en duelo. “Debería haberse quedado con nosotros”. Pero Putin no se atrevió.
Cuatro años antes, un encuentro previo con mujeres en duelo lo había marcado y asustado. Cuando el submarino Kursk se hundió en el año 2000, el mandatario ruso tardó cinco días en interrumpir sus vacaciones y, cuando se reunió con los familiares, lo hicieron añicos.
Así que Putin comenzó a hacer de la reunión cuidadosamente coreografiada un sello distintivo de su presidencia. Solo pequeñas multitudes previamente seleccionadas. Todo bajo control.
Números y mentiras
El mes pasado, en Beslán, solo tres madres fueron llevadas a encontrarse con el presidente. “Fue un acto de terror terrible que se llevó las vidas de 334 personas”. Así describió Putin la tragedia ante las mujeres y ante las cámaras de la televisión estatal. “De esa cifra, 136 eran niños”, continuó.
Las madres no estaban siendo enfocadas en ese momento, pero seguro que se estremecieron ante su error. Porque fueron 186 los niños asesinados en Beslán. Es una cifra grabada en el cerebro de todos los habitantes de esa ciudad. Es lo único que no se olvida.
Pero Putin no visitó Beslán para empatizar. Las madres de negro eran solo un elemento decorativo. Las estaba utilizando para demostrar algo.
Hace dos décadas, recordó a los rusos, luchó y ganó su guerra contra el terrorismo. Ahora dice luchar contra los “neonazis” y un Occidente hostil en Ucrania, y juró que también ganará esa guerra.
La distorsión y las mentiras ya estaban en el manual de Putin de 2004. En aquel entonces, las autoridades informaron de un número muy inferior al real de rehenes en Beslán.
Llegué a la ciudad el primer día del asedio y pronto me di cuenta de que había tres veces más rehenes cautivos en esa escuela de lo que admitían las autoridades. Todos los vecinos nos lo dijeron, pero los periodistas de la televisión estatal, siguiendo instrucciones, continuaron repitiendo la mentira.
La gente temía que las tropas se estuvieran preparando para asaltar la escuela, por lo que las autoridades restaron importancia al posible número de víctimas.
Lecciones para Putin
A menudo me he preguntado qué le sucedería a un gobierno en una democracia occidental después de un ataque que terminó con muchos más rehenes muertos que terroristas. Creo que tendría dificultades para sobrevivir a la inevitable investigación oficial o a las siguientes elecciones. Putin no tuvo que preocuparse por ninguna de las dos cosas.
En 2017, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminó que Rusia había incumplido su deber de proteger a los rehenes y había utilizado “fuerza indiscriminada” para acabar con el asedio.
El caso fue presentado por madres desesperadas y afligidas que buscaban justicia. Pero no hubo una nueva investigación en la propia Rusia. Ningún alto funcionario rindió cuentas.
Cuando las tres madres de Beslán se quejaron de eso ante Putin en agosto, en su reunión, él manifestó sorpresa y prometió investigarlo. Ha tenido 20 años.
Sin embargo, abordó una cosa, justo después del asedio. En 2004, Putin anunció que cancelaría las elecciones directas para gobernadores en las regiones de Rusia, afirmando que eso ayudaría a mejorar la seguridad. No había ninguna conexión con el ataque de Beslán.
Cuando el parlamento se reunió para votar la medida, los políticos de la oposición hicieron piquetes frente al edificio advirtiendo que una dictadura se avecinaba.
Dos décadas después, ya no hay oposición. Los medios estatales han sido completamente domesticados. La democracia ha sido aplastada.
La principal lección que Putin aprendió del asedio de Beslán fue la de aumentar el control.
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