Bernhard Goetz, el “justiciero del subte” que escondió la motivación racista de su ataque
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En diciembre de 1984, Bernhard Goetz se subió al subte neoyorquino sin saber que días más tarde iba a convertirse en el “justiciero” de la ciudad y que, gracias a las decisiones que tomó adentro de ese vagón, un grupo de ciudadanos iba a comenzar una guardia urbana voluntaria para prevenir el delito en la vía pública. Tampoco sabía que su historia iba a dar pie a la “tolerancia cero” que comenzó a regir en materia de seguridad en la ciudad a partir de 1990. Y menos aún sabía que, meses más tarde, luego de hablar con todos los medios del país y contarles qué pensaba sobre la población afroamericana, iba a dejar de ser un héroe popular para convertirse en el atacante racista que, aparentemente, nunca dejó de ser.
La tarde que Goetz, un ingeniero nuclear neoyorquino de 36 años se subió al tren en Manhattan, cuatro adolescentes afroamericanos se le acercaron. Primero, uno le pidió cinco dólares, después, le pidieron la billetera. Goetz se paró del asiento y sacó de su abrigo un revolver calibre 38 y les disparó a todos. El conductor del subte detuvo la marcha entre dos vías al escuchar los disparos, y el hombre logró saltar del tren y escaparse por las vías.
El caso de Goetz y su posterior reflejo en los medios es el foco de El justiciero urbano, el segundo episodio de Juicios mediáticos, la docuserie en la que Netflix reconstruye casos judiciales en los que los medios de comunicación no solo hicieron una intensa cobertura, sino que además incidieron de alguna forma durante el proceso.
Durante los nueve días en que la policía buscó al autor del hecho, el caso se reconstruyó a partir de los testimonios de algunas personas que estaban en el vagón: Bernhard, en esta versión, viajaba tranquilo cuando cuatro jóvenes quisieron asaltarlo y él simplemente se defendió. Fueron nueve días en los que Goetz se convirtió en un héroe anónimo, "el vigilante del subte", tal cual lo presentaron los medios de comunicación, el justiciero que había llegado para defender al ciudadano común de los miles de delitos que se registraban en el subte de Nueva York cada día.
El identikit de la policía puso a la cara del ingeniero en diarios, revistas y canales de televisión, por lo que, finalmente, Goetz decidió entregarse a la policía. En su apariencia y actitud, "The Subway Vigilante" no era nada de lo que los neoyorquinos esperaban: un hombre delgado, introvertido, que se declaró culpable frente a los detectives mirando al suelo. "No voy a pelear por esto, ya les dije todo lo que sabía", le dijo a la Policía en su primera declaración, acusado de cuadruple intento de homicidio y portación ilegal de armas. Además, Goetz le contó a los investigadores que en 1981 ya había sufrido un robo en el subte, en el que lo habían golpeado en la rodilla y lo empujaron contra una puerta de vidrio. "No me importaba que me mataran", dijo sobre el episodio en el que le disparó a cuatro jóvenes. "Lo que no quería es que me lastimaran".
El interés y el fanatismo que despertó Goetz llegó al punto tal de que un grupo de hombres ligados a la Asociación Nacional del Rifle (ANR) formó "Los ángeles de la guarda", un grupo de voluntarios dedicado a patrullar el subte de Nueva York y a recaudar fondos para los gastos de la defensa legal del ingeniero. Para la ANR, Goetz era la mejor propaganda que podían tener a nivel nacional: un hombre educado, con miedo por la situación que se vivía en Nueva York por esos días, se defiende de un intento de robo, y "se salva" gracias a su revolver. A partir del caso Goetz, de hecho, la organización multiplicó su peso político y creó un nuevo eslogan: "Lo único que frena a un hombre malo con un arma es un hombre bueno con un arma".
Asesorado por sus abogados, Goetz dio cientos de entrevistas a medios de todo el país, pero, en su relato, aparecieron matices que la arenga del "justiciero" había minimizado o incluso ocultado. Detalles no menores como declaraciones abiertamente racistas que había hecho entre sus vecinos en el pasado, y detalles sobre lo que ocurrió el 22 de diciembre de 1984 en el vagón en el que viajaban Goetz y los cuatro jóvenes afroamericanos.
"Dos estaban a mi izquierda y los otros dos, a mi derecha. En ese momento yo ya sabía que tenía que sacar el arma", reconstruyó Goetz. "Cuando vi la sonrisa de uno de ellos y cómo le brillaban los ojos y lo estaba disfrutando, ahí me di cuenta de que los tenía que matar a todos". Pero lo más relevante que se conoció durante el proceso judicial fue la forma en la que le dio un segundo disparo a uno de los cuatro asaltantes. "Al que estaba parado al lado mío lo vi bastante bien, y no creo que él pueda contar esto porque ya estaba fuera de sí, pero le dije 'vos no estás tan mal, acá tenés otra', y volví a dispararle. Darrel Cabey, el joven que estaba en el suelo, recibió el segundo disparo en la columna vertebral y quedó paralítico de forma permanente.
De la misma manera que para la ANR el caso marcó un antes y un después, también para las organizaciones antiracistas norteamericanas, el caso Goetz y la empatía que en un principio generó el atacante, daban cuenta de la discriminación que la población afroamericana padecía en todo el país. "Si los cuatro supuestos asaltantes no hubieran sido afroamericanos, Goetz no hubiera asumido que estaban a punto de robarle", dice en Juicios mediáticos Al Sharpton, activista por los derechos civiles. "El caso Goetz demostró que podés tener el máximo perjuicio a una vida afroamericana y para la ley eso no va a tener ningún valor. Fue realmente triste el mensaje que le dio a la sociedad".
Tanto Cabey como sus tres amigos -todos afroamericanos de 19 años y oriundos del Bronx- tenían antecedentes penales, aunque todos por delitos leves. Ninguno iba armado, aunque dos de ellos tenían destornilladores en el bolsillo.
Los abogados de Goetz argumentaron que el ingeniero había actuado en defensa propia, y en 1987 la justicia lo libró de los cargos de intento de homicidio, pero lo condenó a 250 días de cárcel por posesión ilegal de armas. En abril de 1996, Cabey demandó en lo civil a Goetz por los daños que le causó y la justicia determinó que tenía que pagarle 43 millones de dólares, aunque casi una década después del ataque, el acusado se declaró en bancarrota, por lo que Cabey nunca fue indemnizado por lo sucedido, aunque las organizaciones que lo apoyaron lo consideraron una pequeña victoria simbólica.
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