Balotaje 2023 | El mundo tampoco le dará respiro al próximo presidente
Durante la gestión de Alberto Fernández, los tumultos del mundo se mezclaron con una gestión deficiente y ausente, y el país siguió la senda inversa de una región que crece poco, pero crece
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A Alberto Fernández le gusta responsabilizar al mundo por todos los males de su mandato, que no son pocos. La pandemia, las guerras, la inflación y las tasas altas, la sequía, todas conspiraron contra él –suele quejarse- y conjuraron el escenario de pobreza, informalidad, deuda, falta de divisas y de futuro que agobia a la Argentina y que no le dará ni un minuto para festejar al candidato que hoy gane la presidencia.
Sí, todos esos fenómenos asolaron al mundo desde que Fernández asumió, el 10 de diciembre de 2019, a hoy. Pero mientras la mayoría de los países comienza a recuperarse, la Argentina se hunde más y más. La crisis de inflación global golpeó en 2021 y 2022, pero este año llegó con índices a la baja. América Latina tendrá en 2023 un 5% de inflación y un 3,6%, en 2024, según el FMI. En la Argentina ya ni sabemos en cuánto terminará este año…
La sequía, por ejemplo, afectó tanto a nuestro país como a Uruguay; la economía argentina se reducirá en 2023 un 2,5%, según el FMI, en tanto que la uruguaya crecerá un 1%. Hasta la economía de Ucrania avanzará este año (2%). Los tumultos del mundo se mezclaron con una gestión primero deficiente y después ausente y la Argentina siguió la senda inversa de una región que crece poco, pero crece.
Cuando Alberto Fernández asumió, el mundo giraba con algo más de serenidad que hoy. Las proyecciones de crecimiento eran algunas décimas más altas, la inflación global estaba quieta, la guerra más caliente era la comercial y la amenaza de terrorismo islámico empezaba a ceder aunque la erosión democrática inquietaba más y más al mundo.
Cuatro años después, el mundo aún no hace pie ni logra recuperarse de los cisnes negros que con regularidad irrumpieron para convertirlo en un planeta mucho más desafiante y peligroso que el de 2019.
La pandemia se fue, pero en su camino arrasó con la salud, la economía y el ánimo global. Viejos conflictos se convirtieron en guerras–la invasión de Rusia a Ucrania; el enfrentamiento entre Israel y Hamas- que desestabilizan al mundo y alimentan las grietas dentro de muchos países. Hoy nadie sabe ni cómo ni cuándo terminarán. La inflación global se descontroló y el remedio –la suba de tasas- es malo, pero el trauma de los precios fue tan grande que pocos saben cómo desarmarlo.
Las soluciones de los tomentos globales parecen distantes cuando no imposibles y el mundo acumula problemas y amenazas, desde guerras latentes (Taiwán) hasta fenómenos tecnológicos (inteligencia artificial) y naturales (cambio climático) capaces de dar vuelta nuestras vidas.
Ya ninguna potencia tiene la habilidad y el poder para resolverlos por sí sola. Y las dos naciones más influyentes – unos Estados Unidos y una China tan interdependientes como enemistadas- apenas saben o pueden conducir su competencia sin provocar más riesgos existenciales para el planeta.
La Argentina se hunde y, para rescatarla, el próximo presidente necesitará del mundo. Pero el mundo, agobiado y fragmentado, tendrá poco tiempo y paciencia para ella.
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