Ballottage en Chile: las dificultades de las encuestas para un escenario de fragmentación
El reto de identificar a los votantes probables, clasificar a los indecisos y la prohibición demoscópica de dos semanas dificultan los pronósticos
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BOGOTÁ.- Chile enfrenta la fase final de la elección más polarizada desde el retorno de la democracia con un consenso en las encuestas que es más frágil de lo que parece. Hasta el 4 de diciembre, todas las casas daban a Gabriel Boric, candidato de izquierda, como vencedor. Pero las dudas sobre las encuestas se mantienen. Más que sobre ellas o sus métodos, que probaron su eficacia acertando que los dos candidatos pasarían a segunda vuelta, sobre la posibilidad de captar los matices de un contexto tan incierto como el actual. Dicha incertidumbre se ve reflejada en la enorme variedad de márgenes que le dan los sondeos a Boric. Mientras algunos esperan una victoria más que asegurada, otros ven la distancia dentro del margen de error, indicando que la elección está más abierta de lo que podría parecer de sólo tener en cuenta el titular de quién va primero.
Es probable que una parte importante de estas diferencias estén en la pregunta más difícil que puede enfrentar una encuestadora en un país donde el voto no es obligatorio: ¿Cómo identificar correctamente quién va a votar y quién no? Tendemos a imaginar el electorado dividido en dos mitades: una roja y otra azul. La enorme brecha no sólo ideológica, sino discursiva y estética, de visiones sobre la moral y las formas de vida, incluso, que hay entre Boric y José Antonio Kast no hace sino reforzar esta plantilla para mirar a la realidad. Pero con ella estamos restringiendo considerablemente nuestro campo de visión: en estos dos cajones solo encajan los votantes convencidos. Aquí estarán probablemente una inmensa mayoría de los que votaron por Kast o Boric en la primera vuelta. También una buena parte (siendo analíticamente generosos, incluso una mayoría) de los votos más nítidamente inclinados a un lado o a otro de los candidatos que no pasaron a segunda vuelta. Pero ni siquiera incluyéndolos llegaríamos a la mitad del electorado total chileno.
Casi un 53% de la población decidió no ejercer su derecho a voto. De los que sí lo hicieron, habrá una parte considerable (especialmente entre los candidatos más distintos a los que terminaron pasando de ronda) que se replanteará si hacerlo este 18 de diciembre. De quienes en noviembre se quedaron en casa, posiblemente algunos se vean impelidos a acudir a las urnas aunque sea para evitar que el candidato que más les desagrada acabe venciendo: la polarización moviliza por rechazo más que por adoración. Tenemos entonces más de dos cajones en los que meter a la ciudadanía: uno rojo uno azul, unos pocos con tonos menos distinguibles, y uno más, ocupado por una mayoría, que no sabemos bien de qué color pintar.
El consiguiente reto para los encuestadores no se limita a clasificar a los votantes en dos categorías, sino en muchas más. Y la primera, la más difícil, es decidir quiénes van a terminar en la de “no votó”. El problema principal de las encuestas estadounidenses en 2016 no fue que la gente le mintió a los encuestadores sobre su voto a Trump, sino que éstos obviaron preguntar al suficiente número de personas de una determinada categoría sociodemográfica (hombres blancos sin estudios superiores) que normalmente vota poco, responde menos a las encuestas, pero que fue la que terminó dando esos apoyos extra al candidato republicano. En todo el mundo, la tasa de no respuesta a las encuestas no ha hecho sino crecer en los últimos años, convirtiéndose en el principal problema técnico para quienes acuden a este método. Es difícil anticipar cómo se va a repartir este sesgo de no respuesta entre los votantes chilenos en un contexto inédito, con candidatos distintos a los habituales, y en mitad de un proceso de cambio estructural como el que atraviesa hoy el país.
La siguiente fase del desafío de la clasificación de la ciudadanía en cajitas de colores llega con la indecisión declarada. La estimación de voto ofrecida más arriba se basa en el cálculo que las propias encuestadoras hacen de voto probable. Esto no equivale a lo que recogen directamente de la muestra: lo habitual es que un cierto porcentaje de las personas respondan con indecisión. Una parte crucial del ejercicio demoscópico es asignar esa indecisión a uno u otro candidato. En la mayoría de los casos, este reparto es más o menos parejo: si hay 20% de indecisos, se asume que irán mitad y mitad a cada candidato. Pero esto no tiene por qué ser necesariamente así. De hecho, en algunos países lo habitual es asumir que ciertos partidos o candidatos reciben una parte mayor de la indecisión. En España, históricamente, los candidatos conservadores (Partido Popular, PP) estaban infraestimados con la intención directa de voto y la estimación les asignaba una proporción mayor de los votantes en duda. Pero el cambio de sistema de partidos que vivió el país en la última media década cambió por completo estos cálculos. De igual manera, el proceso de cambio en Chile podría traer novedades en este frente. Resulta, por ahora, interesante comprobar que los repartos de la indecisión no son iguales entre encuestadoras.
Poco se puede leer en estas diferencias, más allá de que existen, y como tal son una señal más de incertidumbre, que se agranda con el factor temporal. Porque todavía queda una fuente más de duda. La ley chilena marca una prohibición de publicación de encuestas desde dos semanas antes de la elección. Este periodo de silencio, extraordinario en su duración aunque no en su naturaleza (habitual en otras democracias), abarca precisamente el momento en el que muchos de los votantes deciden en qué cajón van a terminar: el rojo, el azul, o el que se queda en casa el día de la elección. Vistas hacia atrás, las encuestas electorales sirven para narrar la evolución de los votantes, que en Chile parece haber seguido una tendencia favorable a Boric.
Ahora bien, lo que no sabemos es si la tendencia se va a mantener o cambiará durante los últimos días, especialmente por ese grupo sustancioso que aún no ha decidido su acción para el día 18. Gabriel Boric y sus seguidores pueden ciertamente pensar que tanto la tendencia como la foto del final de recorrido les favorece: así lo indican los datos. Pero las incógnitas que todavía restan por resolverse durante la próxima semana son lo suficientemente voluminosas como para no dar nada por seguro. Inevitablemente, su resolución se dará fuera de la luz que habitualmente nos traen los datos de encuestas. Imperfecta e intermitente quizás, pero luz al fin y al cabo.
Por Jorge Galindo
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