Autoritarismos, democracias y progresismos conservadores: las múltiples izquierdas que conviven en América Latina
La elección de Lula en Brasil expande la presencia de la izquierda en la región, aunque los gobiernos muestran mayores divergencias que durante los dos primeros mandatos de líder del PT
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“Tu victoria es de Brasil y de América Latina, de la integración y de la paz”. El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, celebró así el ajustado triunfo de Lula como un hito de la izquierda en la región. No obstante, el líder petista que tomará posesión el próximo 1° de enero es muy distinto al que gobernó junto a los hermanos Castro durante el denominado “socialismo del siglo XXI” –un término que promovió Hugo Chávez por primera vez en 2006 en el Foro Social Mundial en Caracas y que pasó a utilizarse como una categoría informal en la que se agruparon en aquel momento algunos gobiernos latinoamericanos de ese espectro ideológico–, y podría ser menos complaciente con el controvertido líder revolucionario.
“Esta vez, Lula llega al poder en una posición y en un contexto muy diferentes. Con una sociedad y un congreso conservadores y en un momento en que el electorado tiene poca paciencia con los oficialismos, Lula tendrá un gobierno que intente mantener esta posición más amplia y moderada que construyó para las elecciones, con el apoyo de la izquierda pero también de la centroderecha”, explica a LA NACION Carolina Moehlecke, profesora de Relaciones Internacionales de la Fundación Getulio Vargas (FGV).
El escenario internacional también ha cambiado notablemente desde entonces. “A principios de siglo, América Latina vivía una situación muy favorable. Había un boom de los commodities por la explosión de la demanda china y bajas tasas de interés en Estados Unidos, que hacían que los inversionistas que querían maximizar sus ganancias vieran a la región con buenos ojos. Este contexto les permitía a los gobiernos de izquierda un amplio margen de maniobra para hacer reformas y financiar planes sociales”, señala Moehleck.
Ahora el panorama es totalmente distinto. Como describen los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, hay “una acumulación de frustraciones” porque la gente no se siente representada y el modelo económico global tampoco ha logrado resolver los problemas estructurales como la pobreza, la desigualdad y la desnutrición. El mundo enfrenta, además, “riesgos naturales como el calentamiento global, la pandemia y las taras sociales, como la xenofobia, el racismo y el fanatismo”. A este conjunto de males se sumó este año la tensión en la comunidad internacional por la guerra en Ucrania, con escaladas militares, aumentos de los precios de la energía y movimientos de alianza con un futuro incierto.
No resulta extraño entonces que, en este momento de crisis, aparezcan unos cuantos “mesías” –de derecha o de izquierda– que ofrecen un mundo nuevo, pero sin ninguna garantía, como en su momento lo hicieron otros referentes de la región: Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales.
“Ellos marcaron el ritmo de la política y segmentaron a la población en quienes estaban a su favor y quienes en su contra. La polarización, como un germen poderoso, dividió a la sociedad”, escribió el politólogo ecuatoriano César Ulloa en su paper Chávez, Correa, Morales: Discurso y poder.
El problema es que sus sucesores, al menos los que lograron aferrarse al timón, ya no representan el cambio ni la esperanza y sus niveles de aprobación están por el suelo (según la última encuesta de Ipsos, Nicolás Maduro, Pedro Catillo y Díaz-Canel son los líderes más impopulares de la región). Algunos de ellos incluso se atrincheraron obstinadamente en el poder, a costa de las instituciones democráticas, y alimentaron el hastío de sus pueblos a base de intimidaciones, corrupción y mala gestión, e incluso de persecución y de la vulneración de las libertades individuales.
En Venezuela, por ejemplo, Chávez promovió al principio un populismo de izquierda que parecía estar concebido para salvar la democracia. Pero, por el contrario, su legado, bajo el liderazgo de Maduro, ha provocado la implosión del modelo democrático en el país, como ocurrió en 2017 cuando el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) se apropió de las funciones del parlamento.
Una nueva cara de la izquierda
Lo novedoso es que, como contracara a estos populismos devenidos en autocracias, surge “una nueva expresión de la izquierda, con gente más joven, que al igual que la izquierda tradicional se preocupa por el tema de clases, pero enfatiza en otros aspectos de las libertades individuales, e incorpora nuevos temas como el pluralismo étnico, de género, cultural, el cuidado del medio ambiente y promueve una agenda de derechos humanos mucho más poderosa, que contrasta con la agenda populista y netamente autoritaria del chavismo o el sandinismo”, dice a LA NACION Gabriel Negretto, profesor y director del Programa de Doctorado del Instituto de Ciencia Política de la Universidad Católica de Chile.
El presidente chileno, Gabriel Boric, y su homólogo colombiano, Gustavo Petro –aunque éste en menor medida–, son, tal vez, el rostro visible de esta manifestación más progresista que busca, en última instancia, asimilarse a una socialdemocracia europea, dice Negretto.
Esto nos lleva a preguntarnos... con todas estas versiones tan diferentes de la izquierda –progresista o tradicional, autoritaria o democrática– conviviendo en simultáneo en el continente, ¿es correcto hablar de una nueva “marea rosa” en América Latina? ¿Se pueden agrupar todos estos países en una misma bolsa?
Dejando de lado las autocracias, que son un capítulo aparte, Negretto explica que hay un elemento en común que une a la mayoría de los gobiernos que representan a las distintas expresiones de izquierda. “Tiene que ver con el antineoliberalismo, con un compromiso con la redistribución, con la ayuda los sectores más carenciados”. En esta línea, Boric anunció esta semana un proyecto para reformar el sistema de pensiones que pretende desmantelar las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), los organismos privados que se han constituido desde 1981 en el pilar del sistema chileno, basado en la capitalización individual y pionero en el mundo.
“Pero cuando empezás a escarbar –continúa el experto–, ves diferencias muy notorias”. “El antineoliberalismo de AMLO (Andrés Manuel López Obrador, en México), por ejemplo, es muy distinto al de Alberto Fernández. El gobierno mexicano tiene una visión antiestatista al punto tal de que ha reducido el aparato estatal casi al estilo de los viejos liberales, aunque bajo la retórica de la anticorrupción. En la Argentina, o mismo en Chile, hay una intención de aumento impositivo que es el clásico instrumento de la izquierda”, explica.
Democracias vs. autocracias
Sin embargo, los analistas insisten y coinciden en que la distinción más clara y profunda es el clivaje democracia-autoritarismo.
“Cuba, Venezuela y Nicaragua no son democracias. Asimilarlos porque todos son de izquierda es tomar lo accesorio por lo esencial”, opina el politólogo argentino Andrés Malamud en diálogo con este medio.
El Índice de Democracia de The Economist, identifica a estos tres países como los únicos regímenes autoritarios de América Latina. Al resto los califica como híbridos o democracias (plenas o defectuosas).
Negretto destaca, sin embargo, que una diferencia interesante radica en cómo se comportan las demás izquierdas en torno a estos autoritarismos. Boric, por ejemplo, ha sido muy crítico. “Me enoja cuando eres de izquierda y no puedes hablar de Venezuela o Nicaragua”, declaró el presidente chileno durante un discurso este año en la Universidad de Columbia en Nueva York. Petro, aunque ha tendido puentes con su vecino bolivariano, señaló abiertamente durante su campaña que el gobierno de Ortega no era una democracia.
“Antes no se imaginaba este tipo de crítica a los gobiernos autoritarios. Y aunque nunca hubo una izquierda cohesionada en la región, había una izquierda más integrada que no se criticaba”, destaca, por su parte, Moehlecke.
Muchos líderes de las democracias de izquierda todavía preservan este apoyo tácito a las dictaduras de la región o, al menos, una postura más tímida o ambigua. Este año, por ejemplo, la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela de la Cumbre de las Américas generó tensión y los presidentes de México y Bolivia –Luis Arce– se ausentaron a la cita a modo de protesta. Incluso la presidenta Xiomara Castro, que prometía un giro progresista y la reivindicación de los Derechos Humanos en Honduras, rechazó la invitación al evento.
Por su lado, “la Argentina, en materia internacional, ha sido, en el mejor de los casos, dubitativa y en algunos casos de apoyo implícito”, asevera Negretto. “Hay sectores duros dentro del kirchnerismo que siguen reivindicando al chavismo. Cristina era apologeta del chavismo incluso cuando había abundante evidencia de cómo se violentaban las libertades individuales y de cómo se perseguía a los opositores”.
“Lula también tuvo en el pasado una cercanía muy fuerte con el régimen de Chávez”, añade el experto.
De todos modos, subraya Malamud, “la política exterior es para consumo doméstico; expresa afinidades identitarias, no conductas reales”.
Y más allá de cualquier afinidad política que pudo haber tenido en el pasado Lula, éste, a diferencia de otros líderes de la región, “tiene un compromiso democrático” y su objetivo principal para este tercer mandato es el de unir a una sociedad profundamente polarizada, no de dividirla, apunta Moehlecke. Un símbolo claro de la nueva época es que su vicepresidente será Geraldo Alckmin, del Partido Socialdemócrata de Brasil. Este exgobernador de San Pablo que compitió en elecciones presidenciales de 2006 contra el propio Lula y contra Bolsonaro en 2018 es considerado un centrista conservador que justamente ofrece un contrapeso al PT.
Una región conservadora
Con respecto al progresismo en temas los sociales que promueven unos pocos líderes de la región, la situación es más compleja. “Brasil es muy conservador y el crecimiento de las iglesias evangélicas ha sido un fenómeno impresionante. Por lo que le será difícil tratar temas relacionados a la identidad de género o el aborto”, asevera la experta. (De hecho, Lula y su esposa, Janja, se pronunciaron en contra del aborto).
En este sentido, Lula muestra su cara más conservadora, que responde a los valores de una parte sustancial del electorado. En el extremo del espectro quizá está Castillo, el presidente peruano, quien declaró en plena campaña: “Yo vengo de una familia que me ha inculcado valores y me ha criado con las uñas cortadas y eso lo voy a trasladar a mi pueblo”.
Otros casos son más contradictorios. En Colombia, Petro, un férreo defensor del medio ambiente y de los derechos de los pueblos indígenas, es más cauto en materia de género. El presidente mexicano, por su lado, se autodenomina un liberal pero al mismo tiempo acusó “periodo neoliberal” de traer consigo desintegración familiar, uno de sus “frutos podridos”.
De cualquier manera, destaca la profesora de la FGV, en este momento la ideología ya no tiene tanta fuerza en términos de lo que quiere la gente. “La gente está preocupada por la situación económica. Y en general, quiere soluciones programáticas para problemas reales. Pero tampoco sabemos si eso va a cambiar en el futuro cercano porque vemos que la gente tiene muy poca paciencia y el sentimiento contra quien está en el poder cambia muy rápido”, concluye.
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