Auge y caída de Jacinda Ardern: las polémicas que terminaron desgastando el liderazgo de un ícono progresista
Su mandato estuvo marcado sobre todo por la gestión de crisis, como el atentado terrorista en Christchurch, la mortífera erupción volcánica de la Isla Blanca y el Covid-19
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SIDNEY.- Jacinda Ardern explicó el jueves su decisión de dimitir como primera ministra de Nueva Zelanda con un llamamiento a la comprensión y una rara franqueza política, los mismos atributos que ayudaron a convertirla en un emblema mundial del liberalismo anti-Trump, y luego en blanco de las divisiones tóxicas amplificadas por la pandemia de coronavirus.
Ardern, de 42 años, contuvo las lágrimas al anunciar en una conferencia de prensa que renunciaría a principios de febrero antes de las elecciones de Nueva Zelanda en octubre.
“Sé lo que requiere este trabajo y sé que ya no tengo fuerzas para hacerlo bien”, dijo. “Es así de sencillo”.
La repentina marcha de Ardern antes del final de su segundo mandato sorprendió al país y al mundo. Fue la primera ministra más joven de Nueva Zelanda en 150 años y la líder de una pequeña nación que alcanzó el estatus de celebridad con la rapidez de una estrella del pop.
Su juventud, su pronunciado feminismo y su énfasis en una “política de la bondad” la convirtieron para muchos en una alternativa bienvenida a los rimbombantes líderes masculinos, creando un fenómeno conocido como “Jacindamanía”.
Sin embargo, su mandato estuvo marcado sobre todo por la gestión de crisis, como el atentado terrorista de 2019 en Christchurch, la mortífera erupción volcánica de la Isla Blanca unos meses después y el Covid-19 poco después.
La pandemia en particular parecía jugar a su favor como comunicadora clara y unificadora, hasta que los cierres prolongados y los mandatos de vacunación dañaron la economía, alimentaron teorías conspirativas y estimularon una reacción violenta. En una parte del mundo donde persisten las restricciones de Covid, Ardern ha luchado por superar su asociación con la política sobre la pandemia.
“La gente se ha volcado personalmente con ella, eso siempre ha sido parte de su atractivo”, indicó Richard Shaw, profesor de política de la Universidad Massey de Palmerston North, Nueva Zelanda.
El objetivo inicial del país era audaz: Ardern y un puñado de destacados epidemiólogos que asesoraban al gobierno albergaban la esperanza de eliminar el virus y mantenerlo completamente fuera de Nueva Zelanda. A principios de 2020, la primera ministra ayudó a convencer al país–“nuestro equipo de cinco millones”, como lo llamó– de que se cerraran las fronteras internacionales y se impusiera un bloqueo tan severo que incluso estaba prohibido recuperar una pelota de cricket perdida en el jardín de un vecino.
Cuando las nuevas variantes, más transmisibles, lo hicieron imposible, el equipo de Ardern cambió de rumbo, pero tuvo dificultades para conseguir vacunas rápidamente. Los estrictos mandatos de vacunación impidieron entonces a la gente realizar actividades como trabajar, comer fuera y cortarse el pelo.
“La desilusión en torno a los mandatos de vacunación fue importante”, dijo el Dr. Simon Thornley, epidemiólogo de la Universidad de Auckland. “La creación de una sociedad de dos clases y que las predicciones no salieran como debían, o como se preveía que saldrían en términos de eliminación... eso fue un punto de inflexión”.
Ardern se convirtió en el blanco, dentro y fuera del país, de quienes veían en los mandatos de vacunación una violación de los derechos individuales. En Internet florecieron las teorías conspirativas, la desinformación y los ataques personales: Las amenazas contra la primera ministra aumentaron notablemente en los últimos años, especialmente por parte de grupos antivacunación.
La tensión aumentó el pasado febrero. Inspirada en parte por las protestas en Estados Unidos y Canadá, una multitud de manifestantes acampó en el recinto del Parlamento en Wellington durante más de tres semanas, montando tiendas de campaña y utilizando coches aparcados para bloquear el tráfico.
La policía acabó expulsando a los manifestantes, enfrentándose violentamente con muchos de ellos, lo que provocó más de 120 detenciones. Las escenas conmocionaron a una nación poco acostumbrada a este tipo de violencia. Algunos culparon a los alborotadores, otros a la policía y al gobierno.
“Sin duda fue un día negro en la historia de Nueva Zelanda”, lamentó el Dr. Thornley.
Dylan Reeve, escritor y periodista neozelandés autor de un libro sobre la propagación de la desinformación en el país, especuló que el perfil internacional de la primera ministra probablemente desempeñó un papel en las narrativas conspiracionistas sobre ella.
“El hecho de que, de repente, tuviera un perfil internacional tan grande y fuera tan aclamada por su reacción pareció dar un impulso a los teóricos de la conspiración locales”, señaló. “Encontraron apoyo para sus ideas anti-Ardern en personas de ideas afines de todo el mundo, a un nivel que probablemente estaba fuera de escala con la típica prominencia internacional de Nueva Zelanda”.
Los ataques no cesaron ni siquiera cuando lo peor de la pandemia remitió. Este mes, Roger J. Stone Jr, ex asesor de Trump, condenó a Ardern por su enfoque sobre el Covid, que describió como “el ápice del autoritarismo”.
En su discurso de este jueves, Ardern no mencionó a ningún grupo de críticos en particular, ni nombró a un reemplazo, pero reconoció que no podía evitar verse afectada por la tensión de su trabajo y la difícil época en la que gobernó.
“Sé que tras esta decisión se discutirá mucho sobre cuál ha sido la verdadera razón”, lanzó la funcionaria, y añadió: “Lo único interesante es que, tras seis años de grandes desafíos, soy humana. Los políticos somos humanos. Damos todo lo que podemos, durante todo el tiempo que podemos, y luego llega el momento. Y para mí, es el momento”.
Suze Wilson, profesora de liderazgo en la Universidad Massey de Nueva Zelanda, dijo que había que creer en la palabra de Ardern. Y mencionó que el abuso no podía ni debía separarse de su género. “Habla de que no le queda nada en el tanque, y creo que parte de lo que probablemente ha contribuido a ello es el repugnante nivel de abuso sexista y misógino al que ha sido sometida”, opinó.
El jueves, en los bares y parques de Christchurch, los neozelandeses parecían divididos. En una ciudad donde Ardern fue ampliamente elogiada por su respuesta unificadora al asesinato masivo de 51 personas en dos mezquitas a manos de un supremacista blanco, hubo quejas sobre promesas incumplidas en torno a cuestiones de fondo como el costo de la vivienda.
Tony McPherson, de 72 años, que vive cerca de una de las mezquitas atacadas hace casi cuatro años, describió a la primera ministra saliente como alguien que “hablaba muy bien, pero no hacía lo suficiente”.
A su parecer, se había quedado corta en “vivienda, sanidad” y había “hecho un absoluto desastre con la inmigración”, argumentando que muchas empresas tenían una gran escasez de personal debido al retraso en la reapertura de las fronteras tras los cierres.
Las cuestiones económicas son prioritarias para muchos votantes. Las encuestas muestran que el Partido Laborista de Ardern va por detrás del Partido Nacional de centro-derecha, liderado por Christopher Luxon, antiguo ejecutivo de aviación.
En la terraza del Wilson’s Sports Bar, un pub de Christchurch, Shelley Smith, de 52 años, gerente de un motel, se declaró “sorprendida” por la noticia de la dimisión de Ardern. La alabó por haber suprimido la propagación comunitaria del coronavirus en 2020, a pesar de los efectos sobre la economía neozelandesa. Preguntada sobre cómo recordaría a Ardern, respondió: “como una persona del pueblo”.
Puede que ese atractivo se haya desvanecido, pero muchos neozelandeses no esperan que Ardern desaparezca por mucho tiempo. Helen Clark, una ex primera ministra que fue mentora de Ardern, siguió en el cargo centrándose en cuestiones internacionales con muchas organizaciones mundiales.
“No sé si se perderá en el mundo”, dijo el profesor Shaw sobre Ardern. “Puede que consiga una plataforma mayor”.
Por Damien Cave
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