Atentado en Rusia: por qué Putin apunta contra Ucrania y no menciona a Estado Islámico
El Kremlin intenta instalar la idea de un operación de falsa bandera ideada en Kiev a pesar de que el grupo jihadista reivindicó la masacre; surgen críticas a las fallas de seguridad en la capital rusa
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PARIS.– Ucrania teme que Vladimir Putin trate de explotar el baño de sangre que enlutó el viernes su país para intensificar su guerra en Ucrania. Hasta el sábado por la noche, el Kremlin no había reconocido oficialmente la responsabilidad del ataque que dejó por lo menos 133 muertos en las afueras de Moscú, a pesar de que la acción fue inmediatamente reivindicada por Estado Islámico en el Khorasan (EI-K o ISIS-K, por sus siglas en inglés), la rama afgana del grupo jihadista. ¿Operación de falsa bandera o fracaso de los servicios de seguridad rusos? Por el momento, imposible saber.
Para su primera intervención pública después de lo que calificó de “acto terrorista sangriento y bárbaro”, Vladimir Putin no dijo una palabra sobre la reivindicación de la organización terrorista islamista. En un discurso televisado, el presidente ruso indicó por el contrario que “los cuatro autores directos [del atentado], fueron detenidos cuando intentaban escapar y se dirigían hacia Ucrania”.
“Una ventana había sido preparada del lado ucraniano para permitirles atravesar la frontera”, afirmó impávido cuando, en realidad, al ser detenidos en la región de Briansk, los prófugos se dirigían aparentemente hacia la frontera bielorrusa ya que la de Ucrania es prácticamente infranqueable. Putin prometió, además, una “suerte poco envidiable” a “todos los autores, organizadores y cómplices de este crimen”.
Más temprano, el Servicio Federal de Seguridad (FSB), el órgano de inteligencia rusos encargado de la seguridad interior, había afirmado que los sospechosos tenían “contactos” en Ucrania.
Durante su intervención, Putin también comparó “la masacre premeditada” ocurrida en Moscú con los crímenes cometidos por los “nazis [en la Segunda Guerra Mundial] cuando fusilaban gente en nuestros territorios ocupados”.
“Una comparación reveladora que recuerda de inmediato el vocablo utilizado para designar al poder ucraniano desde que comenzó la invasión. Y que permite sospechar una operación montada pieza por pieza, para acusar a Kiev de la matanza”, señala el doctor en geopolítica Frédéric Encel.
En otras palabras, no son pocos los expertos que hablan de una “operación de falsa bandera”. Es decir, una acción llevaba a cabo con la utilización de marcas de reconocimiento ajenas, generalmente distintivas del enemigo.
La respuesta de Kiev fue inmediata. Un consejero del presidente Volodimir Zelensky indicó el viernes por la noche que Ucrania “no tuvo absolutamente nada que ver” con el ataque, mientras los servicios de inteligencia ucranianos acusaron al Kremlin y a sus servicios especiales de haber orquestado el ataque.
“No habiendo podido impedir el ataque, el Kremlin buscará probablemente una forma de utilizarlo, obviamente acusando a Ucrania”, analiza Encel. Según fuentes citadas este sábado por el sitio de información rusa Meduza, los medios de Estado y cercanos al Kremlin “recibieron instrucciones de poner el acento en ‘los rastros de implicación ucraniana en el ataque’”.
Si bien para muchos observadores, las características del operativo llevan la firma del modus operandi de Estado Islámico (EI o ISIS, por sus siglas en inglés), una operación de falsa bandera aportaría al Kremlin algunas ventajas. Provocaría, por ejemplo, un apoyo masivo de la opinión pública y justificaría una brutal escalada de la guerra en Ucrania, permitiéndole nuevos reclutamientos e impopulares restricciones económicas.
“¡Esta es la prueba!”, comentó ayer el escritor ultranacionalista Zajar Prilepine. La víspera, el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, había afirmado por primera vez que el país está “en estado de guerra”. Una forma de adelantarse a una futura ola de movilización, perspectiva temida por todos los rusos.
La duda existe porque ningún ruso ha olvidado la seguidilla de ataques mortíferos que padeció el país en el pasado. Todos recuerdan la toma de rehenes del teatro de la Dubrovka, en Moscú, en octubre de 2002, y el asalto brutal de las fuerzas especiales rusas, que dejó 128 muertos. Tres años antes, en septiembre de 1999, varias explosiones devastaron unos edificios en Moscú, provocando la muerte de 290 personas. Oficialmente atribuidos a los independentistas chechenos, esos atentados fueron imputados por los expertos a los servicios especiales rusos con el objetivo de poder desencadenar la segunda guerra en Chechenia.
“¡Esto vuelve a comenzar!”, se escuchó de inmediato el viernes por la noche en Moscú, donde todos los carteles luminosos de la capital mostraban una vela encendida con las palabras: “Estamos en duelo”. Cuando, a la mañana siguiente, el incendio desatado tras el ataque había sido doblegado, el número de víctimas no cesaba de aumentar y once arrestos eran anunciados —los sospechosos serían tayikos—, los habitantes de la capital hacían cola para dar su sangre, prueba de su solidaridad así como de su traumatismo.
Fallas de seguridad
La estupefacción es tanto más grande cuanto el ataque se produjo una semana después de la elección presidencial que significó “un auténtico plebiscito” (87% de los votos) para Vladimir Putin, cuya campaña se basó en la estabilidad y la seguridad del país. Y es verdad que, a pesar del sobrevuelo de algunos drones ucranianos sobre la capital y sus alrededores, los moscovitas jamás se sintieron amenazados físicamente por la guerra.
Todo parece haber cambiado el viernes. Y las escasas voces “liberales” no tardaron en denunciar las fallas de los “servicios”.
“Las fuerzas del orden están para protegernos, no para combatir la oposición. El terrorismo es la verdadera amenaza. Debemos combatir a los verdaderos criminales”, reaccionó Ekaterina Dunstova, cuya candidatura a las presidenciales no fue autorizada por las autoridades.
“El FSB no protege a los ciudadanos. Se interesa solo en aquellos que depositaron flores en la tumba (de Alexei Navalny, muerto en detención el 16 de febrero)”, declaró Guennady Goudkov, un ex miembro de la comisión de Asuntos de Seguridad de la Duma, el parlamento ruso.
“Nunca tendremos la prueba. Poque sería un terrible golpe para la imagen del régimen, que se presenta como el único capaz de defender a los rusos y deja escapar, en una ciudad inundada de cámaras y policías, a un comando armado hasta los dientes”, afirma Alexandre Melnik, ex diplomático ruso, profesor del ICN Business School.
Para el investigador británico Mark Galeotti, Putin deberá necesariamente examinar públicamente las fallas de sus servicios de seguridad, “pero no querrá designar como chivo expiatorio a elementos esenciales para su poder”, analiza.
Es poco probable, sin embargo, que las fallas imputadas a los “servicios” lleguen a afectar al presidente ruso.
“Los primeros signos de movilización social confirman más bien la tendencia de los rusos a hacer cuerpo con Putin. Por ejemplo, el anuncio, el 7 de marzo, de la embajada de Estados Unidos, advirtiendo sobre la inminencia de un ataque terrorista, si bien alimentará retrospectivamente los interrogantes, fue ‘reciclada’ por el relato oficial para responder a la prioridad que representa la confrontación con Occidente y el campo de batalla ucraniano”, señala Melnik.
El 19 de marzo, en efecto, ante los miembros del FSB, Putin desechó la alarma norteamericana calificándola de “provocadora” y de “chantaje puro y simple con la intención de intimidar y desestabilizar nuestra sociedad”.
“Y los rusos parecen haberle creído”, agrega el exdiplomático.
Este sábado, hablando en la televisión por primera vez después del atentado, el jefe del Kremlin incriminó explícitamente a Ucrania, sin siquiera citar al Estado Islámico y su reivindicación. Y los portavoces de la línea pro-Kremlin más ardiente también se lanzaron en la misma dirección, señalando la responsabilidad de los servicios occidentales y de Ucrania.
“No es el Estado Islámico, son los ucranianos”, vociferó Margarita Simonyan, la directora de Russia Today, calificando de “truco de magia” las informaciones sobre una reivindicación del Estado Islámico.
“Son solo ejecutores escogidos para convencer al embrutecido público mundial”, agregó, acusando, sin nombrarlos, a los “servicios” occidentales y ucranianos de haber utilizado al comando —retribuyéndolo—, cuyos miembros eran interrogados ayer por las fuerzas especiales rusas.
El expresidente Dimitri Medvedev, siempre en primera línea para sobrepujar, tampoco dudó en acusar a Kiev y reclamar la pena de muerte: “Un muerto por cada muerto”, dijo, refiriéndose a los terroristas.
Imágenes terribles circulaban este fin de semana en internet mostrando las brutalidades infligidas durante el interrogatorio a los cuatro supuestos autores materiales detenidos. Barómetro siniestro de la violencia y el resentimiento que se ha apoderado de Rusia con Vladimir Putin.
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