Así fue la recepción del papa Francisco en Timor Oriental, segundo país de mayoría católica de Asia después de Filipinas
El Sumo Pontífice llegó a la tercera etapa de su maratónico viaje por el gigante continente; lamentó las “plagas sociales como el abuso en el consumo de bebidas alcohólicas entre los jóvenes y su incorporación a las bandas se aprovechan para exhibir el poder efímero y dañino de la violencia”
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DILI (Timor Oriental).- Apoteótica. Así fue la recepción que tuvo este lunes el papa Francisco en Timor Oriental, segundo país de mayoría católica de Asia después de Filipinas, de los más pobres del mundo y tercera etapa de su maratón.
Cientos de miles de personas se volcaron a las calles para darle la bienvenida a Francisco, primer pontífice que pisa esta excolonia portuguesa desde que, tras ríos de sangre, logró su independencia en 2002, convirtiéndose en uno de los países más jóvenes del mundo. Cuando Juan Pablo II estuvo aquí, en 1989, Timor Oriental aún estaba bajo control de Indonesia, que ocupa la parte oriental de la isla de Timor.
En esa gesta por la independencia que marcó a fuego el país, la Iglesia católica tuvo un rol fundamental, recordó Francisco en su primer discurso, que pronunció ante el muy popular presidente José Ramos-Horta, una de las grandes figuras en la lucha por la libertad de los timorenses. Ramos-Horta debió exiliarse durante varios años (de 1975 a 1999), ganó el Premio Nobel de la Paz en 1996 y tuvo otro mandato (2007-2012) durante el cual intentaron asesinarlo.
Encomiendo Timor-Leste y todos sus habitantes a la protección de la Virgen de Aitara. Que ella los acompañe y ayude siempre en la misión de edificar un país libre, democrático y solidario, donde ninguno se sienta excluido y todos puedan vivir en paz y con dignidad.
— Papa Francisco (@Pontifex_es) September 9, 2024
Fiel reflejo de la importancia que representa esta visita para este pequeño país de menos de 1 millón y medio de habitante, el mandatario, de 74 años, fue primero a recibir a Francisco al aeropuerto, acompañado por el premier, Xanana Gusmao, y más tarde lo agasajó una ceremonia de bienvenida con todos los honores. Hubo himnos, salvas de cañón, guardia de honor, que siguieron por pantallas gigantes miles de timorenses que rodeaban el Palacio Presidencial. La multitud estallaba en gritos de júbilo cada vez que se oía la salva de cañón.
“Hay gente que está aquí, del otro lado de las rejas, desde las 6 de la mañana, para poder verlo llegar”, subrayó Adelina, una funcionaria de la oficina presidencial, que estalló en llanto cuando, antes de las 18 locales (las 6 de la mañana en la Argentina), llegó el Papa al Palacio, en medio de danzas tradicionales.
Ramos Horta en su discurso agradeció la visita “histórica” del Papa y su compromiso por la paz, el diálogo, la justicia y el cuidado de la casa común.
A su turno Francisco, tras agradecer la “cordial y alegre” bienvenida recibida por las calles y bromear con los “piratas holandeses” al aludir a los tiempos coloniales portugueses, aludió al “reciente pasado doloroso” del país, en el camino de la obtención de la independencia.
Con un breve paréntesis durante la Segunda Guerra Mundial, cuando fue ocupada por los japoneses, Timor Oriental fue una colonia portuguesa desde el siglo XVI hasta 1975, cuando fue invadida por el ejército indonesio nueve días después de haber declarado su independencia. Esto causó una guerra civil entre partidarios y adversarios a la independencia (respaldados por Indonesia), que causó la muerte de entre 60.000 y 100.000 personas. Después de 24 años de guerrilla y sangrientas represiones, en agosto de 1999 fue convocado un referéndum bajo la supervisión de la ONU, en el que ganaron los sostenedores de la independencia. Esto desencadenó nuevas violencias que dieron lugar a una intervención de una fuerza multinacional de paz de la ONU que permitió que finalmente Timor Oriental pudiera declarar la independencia en 2002, con el líder de la guerrilla independista Xanana Gusmao como primer presidente.
“Ustedes son un pueblo sufrido, pero sabio en el sufrimiento”, dijo el Papa, saliéndose del discurso preparado, hablando en español.
El Papa señaló luego los desafíos que el país enfrenta actualmente. “Pienso en el fenómeno de la emigración, que constituye siempre un indicador de un insuficiente o inadecuado uso de los recursos, así como de la dificultad de ofrecer a todos un empleo que produzca un beneficio justo y que garantice a las familias los ingresos que correspondan a sus necesidades básicas”, afirmó. “Pienso también en la pobreza presente en muchas zonas rurales, y en la consiguiente necesidad de una acción coral amplia que implique a las múltiples fuerzas y distintas responsabilidades, religiosas y sociales, para ponerle remedio y ofrecer alternativas viables a la emigración”, agregó. Pese a que tiene yacimientos petrolíferos y gas offshore, hasta ahora no han sido explotados por falta de planificación y recursos financieros para construir las infraestructuras necesarias. Y se estima que cerca de la mitad de la población de casi 1 millón y medio de habitantes vive debajo el umbral de la pobreza. Algo agravado por una fuerte desocupación (superior al 50%), que afecta sobre todo a los jóvenes, que representan el 65% de los timorenses menores de 30 años. En este contexto social explosivo, la Iglesia católica es más que respetada por su rol en el campo de la educación, la salud y la asistencia a los más necesitados.
El Papa lamentó también las “plagas sociales como el abuso en el consumo de bebidas alcohólicas entre los jóvenes y su incorporación a las bandas que, envalentonadas por su conocimiento de las artes marciales, en lugar de utilizarlo al servicio de los indefensos, se aprovechan de él para exhibir el poder efímero y dañino de la violencia”. “Y no olvidemos a tantos niños y adolescentes heridos en su dignidad; todos estamos llamados a actuar con responsabilidad para prevenir todo tipo de abuso y garantizar un crecimiento sereno a nuestros jóvenes”, añadió.
Esta frase fue interpretada por algunos vaticanistas como una elíptica referencia al escándalo de abusos a menores protagonizado por el obispo Carlos Filipe Ximenes Belo, otra figura aquí considerada un héroe de la independencia y que obtuvo el premio Nobel de la Paz junto a Ramos-Horta en 1996, que dejó hace ya dos décadas el país y que se encuentra ahora recluido en un monasterio de Portugal, tras ser sancionado hace un par de años -en forma demasiado leve- por el Vaticano. Belo es amigo de Ramos Horta, sigue respetado en general por la opinión pública que quedó bajo shock cuando un medio holandés hace dos años destapó sus abusos. Habrá que ver si en esta visita de menos de 48 horas, tocará este tema y se reunirá con víctimas, tal como reclamó el grupo estadounidense Bishop Accountability (que defiende a las víctimas de pedofilia) en una carta al cardenal estadounidense Sean O’Malley, presidente de la Pontificia Comisión para la Tutela de Menores.
“No lo sé, a la gente no le interesa el tema, todos ven a Belo como un padre de la patria”, comentó a LA NACION Filomeno Martins, periodista local, de la agencia Tatoli.
Para llegar hasta hasta este país de un tamaño parecido a la mitad de la provincia de Misiones, Francisco, de 87 años, volvió a subirse a un avión por quinta vez en una semana. Recorrió otros 2578 kilómetros en tres horas y cinco minutos de vuelo y cambió nuevamente huso horario (1 hora hacia atrás). Llegó a esta capital poco después de las 14 locales, esta vez a bordo de un Boeing 737-800 de Air Niugini, la aerolínea de Papúa Nueva Guinea, tierra de la que se despidió por la mañana con un encuentro con diez mil jóvenes a quienes exhortó a “no dejar de soñar " y a utilizar siempre “el lenguaje del corazón y del amor”.
Al llegar a esta ciudad muy humilde con palmeras, casas y bajas donde todo estaba cerrado porque el gobierno decretó tres días feriados para celebrar la visita de Francisco, pareció estallar una fiesta. En todos los recorridos que hizo el Papa -del aeropuerto a la nunciatura, de ahí al Palacio Presidencial y de nuevo a la nunciatura- las calles estaban abarrotadas de gente exultante, que se protegía del sol abrasador (28 grados, pero térmica muy superior por la humedad tropical) con paraguas con los colores del Vaticano. A su paso muchos le presentaban niños o botellas de agua, para ser bendecida. La gente vestía remeras con su rostro y leyenda “Bem-Vindo Sua Santidade” y se veían centenares de arcos de palma adornados con flores. Las imágenes recordaban lo que se había visto en el viaje de Francisco a Filipinas de 2015.
Francisco no ocultó estar evidentemente asombrado por la recepción triunfal que tuvo en Dili: “Había chicos por todos lados”, comentó, improvisando y encantado por esas centenares de miles de sonrisas de dientes blancos. “Cuiden a su pueblo, el pueblo de ustedes es maravilloso, es un pueblo alegre”, cerró el Papa, que este martes presidirá una misa masiva, en la que se esperan más de 700.000 personas, casi la mitad de la población de Timor Oriental.
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