Asesinaron a Shinzo Abe: su gobierno en Japón, con perfil internacional y victorias parciales en sus principales ambiciones
Antes de dejar el cargo en 2020, ayudó a sacar al país de los problemas económicos, pero no logró su objetivo más preciado: normalizar el Ejército japonés después de décadas de pacifismo de posguerra
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TOKIO.- Shinzo Abe, el primer ministro de Japón que más tiempo ocupó ese cargo y que a partir de 2012 condujo al país durante casi ocho años consecutivos, fue asesinado el viernes en la ciudad de Nara. Abe era el vástago de una familia de acérrimos políticos nacionalistas, incluido un abuelo materno que estuvo acusado de crímenes de guerra y luego llegó a primer ministro.
Como misión política, Abe se había propuesto vencer los fantasmas de la guerra en Japón, pero fracasó en su objetivo último: que Japón volviera a ser una potencia militar normalizada.
En su larga carrera en el cargo, Abe solo logró victorias parciales en sus dos ambiciones principales: desatarles las manos a las fuerzas armadas de Japón tras décadas de pacifismo de posguerra y reactivar y reformar la economía japonesa con un programa de gobierno que llegó a conocerse como “Abenomics”.
Además, en agosto de 2020, solo cuatro días después de haber batido el récord al mando del gobierno japonés y un año antes de que finalizara su mandato, Abe tuvo que renunciar como primer ministro debido a problemas de salud.
Una de las medidas más significativas de su mandato llegó en 2015, cuando Abe impulsó una ley para autorizar misiones de combate en el extranjero junto con tropas aliadas en nombre de la “autodefensa colectiva”. La aprobación de esa legislación desató una ola de protestas públicas y una feroz disputa con los políticos de la oposición.
Pero Abe no pudo cumplir su viejo sueño de reformar la cláusula constitucional donde Japón renuncia a la guerra, que fue impuesta por los ocupantes estadounidenses después de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, Abe no logró convencer a la opinión pública japonesa, que no quiso arriesgarse a repetir los horrores de la guerra.
“Terapia de shock”
El programa económico de Abe implicó una especie de “terapia de shock” con acceso barato al crédito, aumento del gasto público y de la deuda del país para proyectos de estímulo productivo, e intentos de desregular la operatoria de las corporaciones. Ese combo dio buenos resultados en los primeros años de su mandato y logró sacar a la economía japonesa de su eterno letargo. A partir de entonces, el perfil internacional de Abe empezó a crecer.
Un factor clave en la plataforma económica del primer ministro Abe fue su esfuerzo por empoderar a las mujeres, argumentando que su mayor participación en la fuerza laboral serviría para contrarrestar el envejecimiento y la disminución poblacional en Japón. Pero algunas de las promesas iniciales de su agenda “Mujerómica”, como aumentar drásticamente la proporción de mujeres en la administración del gobierno, nunca se cumplieron.
En el escenario internacional, Abe fue uno de los pocos líderes mundiales que mantuvo una relación estrecha y sin baches con el presidente Donald Trump. Abe fue anfitrión de dos visitas del líder estadounidense, y en una de ellas Trump se reunió con el recién entronizado emperador Naruhito.
Abe también recibió a Barack Obama, el primer presidente norteamericano que visitó Hiroshima, donde Estados Unidos lanzó una bomba atómica en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.
Y después de años de frías relaciones con China, Abe trató de atemperar el vínculo y marcar el comienzo de una era más cordial. En 2018, viajó a Pekín para reunirse con el presidente Xi Jinping: hacía siete años que un primer ministro japonés no ponía pie en China.
Cuando el gobierno de Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica que integraba con otros 11 países de la cuenca del Pacífico, incluido Japón, Abe mantuvo unidos a los demás países en una coalición que en 2018 finalmente promulgó el acuerdo, sin Estados Unidos.
Se reunió decenas de veces con el presidente ruso, Vladimir Putin, con la esperanza de llegar a un acuerdo sobre cuatro islas en disputa al norte de Japón, que fueron incautadas por la Unión Soviética al final de la guerra.
El padre de Abe, también político, intentó infructuosamente durante mucho tiempo resolver esa disputa territorial, y el hijo tampoco pudo cerrarla. El resultado es que Japón y Rusia todavía no han firmado un tratado de paz que ponga oficialmente fin a la guerra entre ambos.
Agenda nacionalista
Mientras trabajaba para cultivar relaciones diplomáticas y comerciales en todo el mundo, Abe no perdió nunca de vista su agenda nacionalista en Japón.
Un año después de asumir el cargo en 2012, el primer ministro visitó el Santuario Yasukuni, que honra a los muertos de Japón en la guerra, incluidos los criminales de guerra de la Segunda Guerra Mundial. Y aunque no hizo más visitas de ese tenor, se resistió a los pedidos para que Japón renovara sus disculpas por las atrocidades cometidas durante la guerra, un punto delicado con sus vecinos de China y Corea del Sur.
Durante su gobierno, las relaciones de Japón con Corea del Sur cayeron a uno de sus puntos más bajos desde la ocupación colonial japonesa de la península, de la que Japón nunca terminó de disculparse.
En el primer discurso de un primer ministro japonés ante el Congreso de Estados Unidos, en 2015, Abe reconoció el peso del pasado, pero evitó una disculpa personal directa por el papel de Japón en la guerra.
“La historia es difícil. Lo hecho no se puede deshacer”, dijo Abe. “Nuestras acciones provocaron sufrimiento en los pueblos de los países asiáticos. No podemos soslayarlo”.
Y en el 70 aniversario del fin de la Segunda Guerra, Abe reafirmó las declaraciones oficiales de remordimiento ya hechas previamente, pero también dejó entrever que Japón ya se había pagado lo suficiente. “No debemos permitir que nuestros hijos, nietos e incluso las generaciones venideras, que no tienen nada que ver con esa guerra, estén predestinados a seguir disculpándose”, dijo.
Sospechas y decepción
Una serie de escándalos empañaron el final de su mandato, como las sospechas de tráfico de influencias y la decepción por los pobres avances en la igualdad de la mujer, la tasa de natalidad peligrosamente baja del país, y una serie de desastres naturales. Finalmente, los japoneses desaprobaron su manejo de la pandemia y la recesión económica, ajena a su agenda nacionalista.
“Considerado lo que heredó y y los objetivos políticos que se propuso, su mandato fue un fracaso”, dice Tobias Harris, experto en política japonesa de Teneo Intelligence, de Washington, y autor de The Iconoclast: Shinzo Abe and the New Japan.
“Abe no reformó la Constitución y Japón sigue teniendo muchas restricciones para el uso de la fuerza”, agrega Harris. “Tampoco creo que los japoneses se sientan más orgullosos de serlo o que hayan aceptado la visión que tienen Abe de la historia. Esas discusiones llevan décadas y siguen siendo tan polémicas como siempre, y Abe no parece haberse ganado el corazón y la mente de los japoneses con sus ideas”.
“En ese sentido, Shinzo Abe no tuvo éxito en el tipo de transformación que se propuso lograr”, señala Harris.
Motoko Rich
Traducción de Jaime Arrambide
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