“Armada Potemkin”: las debilidades militares de Rusia que desnudó la guerra en Ucrania
Pese a los anuncios militares grandilocuentes de Putin en los últimos años, los resultados de la ofensiva lanzada el 24 de febrero demuestran las falencias del ejército ruso
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PARIS.– Vladimir Putin repite desde hace diez años que Rusia posee la segunda potencia militar más moderna del planeta. Sin embargo, minadas por la corrupción, engañadas por los espejismos de conflictos muy diferentes a la guerra de Ucrania, las fuerzas armadas rusas están revelando sus inmensas debilidades. Tantas, que los expertos occidentales ya la denominan con ironía “la armada Potemkin”.
El 1° de marzo de 2018, un atronador aplauso resonó entonces en el Manège, edificio histórico a dos pasos del Kremlin donde, en un show jupiterino, Vladimir Putin presentó los progresos militares del país: drones a propulsión nuclear, sistemas de defensa hipersónicos “que siguen sus blancos como un meteorito”, armas apocalípticas “que nadie posee en el mundo”… El presidente ruso no parecía tener límites: presentó tan bien la excelencia militar del Kremlin, que la mayoría de los expertos terminaron por creerle. Los 1500 invitados de la elite político-económica rusa estaban en la gloria.
Cuatro años más tarde, el mismo Putin se estrelló contra la realidad de la guerra, cuando el Goliath ruso se encontró con el David ucraniano. Desde que lanzó su guerra en Ucrania, el 24 de febrero, las fuerzas rusas solo consiguieron apoderarse de una sola gran ciudad, Kherson, junto con las ruinas de Mariupol y sectores del Donbass, la región industrial del este del país, parcialmente ocupada por Moscú desde 2014. Ese magro botín se obtuvo al gigantesco precio de entre 13.000 y 20.000 soldados muertos en dos meses, cifra que excede las pérdidas soviéticas en Afganistán durante una década; la vida de 12 generales, 300 oficiales y 500 miembros de divisiones de élite, entre ellos unos 20 pilotos, según el sitio independiente Mediazone.
En 80 días de guerra, Rusia perdió el crucero Moskva, buque insignia de la flota del Mar Negro y otra decena de unidades navales, unos 500 tanques y varios helicópteros. El fiasco ha sido tan gigantesco, que es difícil encontrar un general occidental que no se declare “absolutamente atónito”.
“Hasta hoy, nadie vio en Ucrania el armamento de nueva generación -como los aviones Su-57, los tanques T-90 o las municiones teleguiadas- que nos proclamaba la propaganda rusa. Por el contrario, Moscú envió viejos equipamientos de concepción ruso-soviética, ampliamente superados por los eficaces aprovisionamientos militares enviados a Kiev por Estados Unidos y los europeos”, dice el general francés Dominique Trinquant.
“No estamos ante un ejército profesional. Más bien se parece a una banda de indisciplinados escombros”, afirmó por su parte el almirante James Foggo, excomandante de las fuerzas estadounidenses en Europa y África.
Todo el planeta vio al comienzo de la guerra las imágenes de una gigantesca columna de vehículos militares inmovilizada en el norte de Ucrania, mientras que los oficiales rusos se servían de simples walkies-talkies para comunicarse, permitiendo a sus adversarios ucranianos escuchar todo lo que decían.
El resultado fue una semi-retirada: Putin se vio obligado a retirar las tropas desplegadas en torno a Kiev y el norte del país y replegarse hacia el este para, al menos, apoderarse del Donbass —en parte en manos de los separatistas rusos desde 2015—, y hacia el sur para tratar de establecer un corredor con la Crimea anexada. Y los contratiempos se suceden: el miércoles, las imágenes satelitales de decenas de tanques y blindados rusos destruidos durante el fracasado cruce del río Donets, demostró una vez más la incapacidad rusa. En el episodio, Moscú parece haber perdido un batallón completo, alrededor de 1200 hombres.
Amenazas no cumplidas
Contrariamente a lo que se pensaba, que Rusia apoyaría toda su ofensiva militar con ciberataques “devastadores”, Moscú nunca consiguió destruir los sistemas de comunicación y de control electrónico ucranianos. Esa amenaza no se materializó, probablemente porque Ucrania tiene desde 2015 el apoyo de todas las agencias de inteligencia occidentales, cuyas capacidades en ciberguerra cuentan con un contingente de talentos mucho más importante y el savoir-faire de los gigantes tecnológicos norteamericanos.
Así, pocas horas antes de la invasión, Microsoft detectó -y bloqueó- malwares cuyo objetivo era borrar los datos de los ministerios del gobierno ucraniano y las instituciones financieras. A su vez SpaceX envió terminales internet Starlink a Ucrania, para compensar las perturbaciones de internet en el país.
Otra amenaza rusa que no se cumplió fue la utilización de su fuerza aérea, que nunca logró el control del espacio aéreo ucraniano, aun cuando Moscú tenga casi diez veces más de aviones que Kiev. Es verdad, Rusia lanzó una batería de misiles para dejar fuera de servicio radares y aeropuertos el primer día de la invasión. Pero ese ataque no fue seguido por un segundo, porque el arsenal ruso de misiles guiados de precisión y otras costosas municiones es limitado. Por otra parte, los pilotos rusos parecen carecer de experiencia, probablemente porque, como en el caso de las armas guiadas de precisión, una formación eficaz cuesta fortunas.
“Putin tenía la opción de lanzarse en esta guerra con un gran número de esos misiles o con un stock importante de reservas de cambio. Se decidió por lo segundo. Ahora que la mitad de las reservas fueron bloqueadas por sanciones occidentales sin precedentes, debe lamentar su decisión”, analiza el coronel Pierre Servent, especialista en geoestrategia.
“Armada Potemkin”
Y, teniendo en cuenta la capacidad limitada de Rusia de acelerar la producción de armamentos -en particular los más sofisticados, que necesitan insumos que vienen del extranjero- sus perspectivas para mantener su guerra en Ucrania parecen cada vez más sombrías.
“Si los ucranianos consiguen resistir un tiempo más, esa determinación, así como el apoyo potencialmente ilimitado de Occidente, probablemente consigan revertir la tendencia de la guerra”, afirma Daniel Gros, especialista en el Centro de Estudios de Política Europea.
Sin embargo, Vladimir Putin sigue insistiendo en que “su operación especial para desnazificar la pequeña Rusia (como llaman los rusos a Ucrania) responde escrupulosamente a los planes iniciales”. Un empecinamiento que lleva a los expertos a calificar con ironía a las fuerzas armadas rusas de “armada Potemkin”.
El término alude a Grigori Aleksandrovitch Potemkin, gobernador de la “Nueva Rusia”, que habría construido falsos pueblos de cartón pintado para impresionar a la zarina Catalina II cuando, en 1787, hizo un viaje de inspección a Crimea, recientemente adquirida, junto a sus territorios aledaños. La historia de los “pueblos Potemkin” es en gran parte un mito y los historiadores no están de acuerdo sobre lo que vio realmente la soberana durante su gira.
En realidad, parece ser que Potemkin realizó inversiones considerables en esa región, pero que no tuvo los recursos necesarios para unir ese nuevo territorio al resto de Rusia. Esa fragilidad de las infraestructuras, asociada a un fracaso del refuerzo de las capacidades logísticas, impidió 60 años después a Rusia defenderse contra los ejércitos ingleses y europeos durante la guerra de Crimea.
“Los testimonios según los cuales las tropas rusas se enfrentan hoy a penurias de alimentos y carburante sugieren que sus fuerzas armadas no aprendieron desde entonces la lección. La logística es siempre el sector más vulnerable a la corrupción en el terreno militar”, analiza Servent.
Inherente al sistema, en efecto, la corrupción socava desde hace años todos los esfuerzos de modernización militar del Kremlin. Se estima que solo el 10% del presupuesto destinado al armamento ruso cumple su objetivo. El otro 90% desaparece en los caminos de la corrupción, presente en todos los niveles, tanto en los consejos de administración militar-industriales como en las ignotas oficinas administrativas. Hasta Anatoly Serdioukov, ministro de Defensa de Putin, fue destituido en 2012, por un escándalo de corrupción.
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