“Aquí está la tumba de mis padres y mi hijo. ¿Por qué debería irme?”
La resistencia de la localidad de Irpin, a 25 kilómetros de Kiev, fue clave para evitar el avance ruso sobre la capital; las autoridades ucranianas aseguran que los ataques a los suburbios de la capital son un “genocidio”
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IRPIN.- Halyna Melnik salió de la oscuridad del sótano de su vecino ayer. Había visto la luz del día por última vez casi dos semanas atrás. Pero ahora estaba segura de que lo peor del asalto ruso en su cuadra había pasado.
Durante el mes anterior, su calle suburbana, una vez idílica, se había transformado en un frente de batalla, separando a las fuerzas rusas de la capital ucraniana, a la que pretendían tomar en apenas 48 horas. Tropas de voluntarios ucranianos ocuparon barrios abandonados y cavaron trincheras en los patios traseros. Las casas fueron golpeadas casi sin parar por las fuerzas rusas ubicadas en las cercanías.
El padre de Halyna, de 83 años, simplemente estaba sentado junto a la ventana de su cocina comiendo cuando un mortero ruso lo mató el 6 de marzo.
Cinco días después, su hijo Serhii, que estaba casado y tenía dos hijos, murió cuando intentaba evacuar a los civiles a un lugar seguro.
Pero hace varios días el ruido sordo constante de la artillería se esfumó cuando las tropas rusas, que enfrentaban grandes pérdidas y desafíos logísticos, comenzaron a retirarse de su fallida invasión de la capital.
Las pocas personas que, como Halyna, se quedaron atrás y sobrevivieron ahora emergen de sótanos y refugios, frotándose los ojos a la luz del día, aturdidas y desconcertadas mientras contemplan el páramo de destrucción que reemplazó a los vecindarios que una vez llamaron hogar. En las zonas cercanas, incluido el pueblo de Bucha, todavía hay cadáveres en las calles. El alcalde de Kiev dijo que los ataques en los suburbios de la ciudad equivalían a un “genocidio”.
Restos de armas ensucian los patios de los residentes. Muchas casas y departamentos sufrieron graves daños por los bombardeos, la rotura de ventanas y paredes. Los vehículos blindados rusos todavía están dispersos, abandonados o destruidos.
Las últimas semanas fueron traumáticas, pero Halyna no estaba dispuesta a dejar atrás sus propiedades ni sus mascotas. “Estoy en mi tierra. No me voy a ir de este lugar”, dijo mientras miraba fotos familiares. “Aquí está la tumba de mis padres y mi hijo. ¿Por qué debería irme?”.
Cerca se encuentra el puente derrumbado que alguna vez conectó esta ciudad satélite con la capital. Las fuerzas ucranianas lo destruyeron poco después de la invasión rusa por temor a que el enemigo lo utilizara para cruzar a Kiev. Pero su destrucción también obstaculizó la capacidad de huir de los civiles .
Durante semanas, los aterrorizados residentes de Irpin y los pueblos vecinos se han enfrentado a una traicionera plataforma improvisada sobre el río Irpin que prometía relativa seguridad del otro lado. Pero varios fueron asesinados al intentar cruzar.
Antes de la guerra, Halyna cruzaba el puente para ir a su trabajo en la estación Irpin Vodokanal, una instalación de agua y alcantarillado que se convirtió en una posición militar.
Los residentes y los soldados dijeron que la instalación cambió de manos entre rusos y ucranianos durante las últimas semanas.
En la tarde del sábado, un soldado que alguna vez estuvo estacionado cerca de las instalaciones caminó hacia un muro en la parte trasera del lote y quitó una hoja de metal que cubría un gran agujero. Luego pasó al otro lado buscando a una pareja de ancianos que había visto por última vez antes de que se intensificaran los bombardeos rusos el mes pasado.
Espera mortal
Caminó hacia una casa naranja cercana y salió una mujer. Su esposo, que había estado enfermo, murió antes de que fueran evacuados, le dijo ella. Habían pasado dos días, pero todavía nadie había venido a evacuarla o llevarse su cuerpo. Empezó a llorar y dijo que estaba demasiado angustiada para hablar de ello. Su vecina, Nina Savchenko, luego entró en su patio, donde una cerca yacía destrozada tras ser aplastada por un tanque ruso.
El 6 de marzo, las tropas rusas se precipitaron por ese camino de tierra, donde Savchenko y su esposo, ambos maestros, habían construido una casa modesta con sus ahorros hace 30 años.
“Estaban confundidos y perdidos y no sabían por qué estaban aquí”, dijo sobre las tropas. La viuda de 81 años se escondió en su sótano mientras los soldados “derribaron la cerca, rompieron las cerraduras y las puertas”. “Cuando salí, me apuntaron con tres armas, pero no dispararon, porque les dije en ruso que las bajaran”, dijo. Una vez que lo hicieron, “no tuve miedo”.
Para Mikhaylo Dzhanda, que se desempeñó como alcalde de la ciudad occidental de Khust desde 2002 hasta 2010, y ahora se ofrece como voluntario en un batallón, el repentino cambio de control es difícil de comprender.
Hace apenas una semana, los morteros alcanzaron una casa cercana a la de Halyna, donde descansaban dos compañeros de las tropas de Mikhaylo Dzhanda. El edificio se derrumbó, dejándolos atrapados adentro.
“Por primera vez en mi vida, estaba cavando entre los escombros para buscar a alguien”, dijo Dzhanda. Poco a poco, encontró pedazos de sus cuerpos esparcidos entre los escombros, lo que confirmaba su temor de que estuvieran muertos. “Pero tenía que seguir cavando”, dijo.
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