Ante un posible punto de inflexión en las relaciones con la Rusia de Putin
WASHINGTON.- ¿Se puede tener una buena relación con el líder de Rusia y al mismo tiempo tener una mala relación con Rusia como país?
El intento de lograr eso ha sido el núcleo de la estrategia internacional del presidente Donald Trump, quien ha hecho lo imposible para separar su relación líder a líder con su par ruso Vladimir Putin (un vínculo amigable, sin cuestionamientos personales), de los considerables y amplios problemas que enfrenta la relación entre Estados Unidos y Rusia (cada vez más tensa y marcada por la desafiante actitud rusa y las sanciones económicas norteamericanas).
Pero ahora esa estrategia está siendo puesta a prueba y de la peor manera. De hecho, es posible que ya haya muerto, envuelta en la nube de gas tóxico que durante el fin de semana cubrió a cientos de civiles sirios.
Al lanzar un ataque con armas químicas en su propio país, el presidente sirio Bashar al-Assad -amigo y beneficiario de todo tipo de ayuda de Rusia-, le metió un dedo en el ojo al resto del mundo. El ataque llegó pocos días después de que Trump dijese que quería retirar las tropas norteamericanas de Siria y de su guerra civil, una declaración que tal vez haya envalentonado a los sirios.
Como sea, Trump respondió con una infrecuente crítica pública hacia Putin, a quien básicamente acusó de complicidad en el ataque químico. Y esa actitud representa un verdadero punto de inflexión. Es más: lo que hizo Trump, en esencia, es prometer represalias, para lo cual sus opciones son varias. Podría ordenar un tipo de represalia limitada a objetivos sirios como la que lanzó hace casi un año en circunstancias similares para marcar un punto. Podría lanzar un ataque más amplio sobre instalaciones militares sirias, que como efecto suplementario ayudaría indirectamente a las fuerzas de oposición sirias a las que Estados Unidos ya viene ayudando.
Otra alternativa es que Trump busque ponerse a la cabeza de una respuesta internacional más amplia. En ese caso, los rusos usarían su poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para bloquear cualquier propuesta norteamericana al respecto, pero Estados Unidos probablemente lograría la cooperación de Francia y de Gran Bretaña. A Trump le gusta actuar unilateralmente, y esta tal vez sea una ocasión para pensar de manera multilateral.
En un sentido más amplio, el ataque químico tal vez haga que Trump reconsidere su impulso de retirar el pequeño contingente de tropas norteamericanas que hay en territorio sirio y cuyo objetivo ostensible es ayudar a barrer con los últimos vestigios de Estado Islámico (EI). El deseo de Trump, explicitado la semana pasada, es retirarse de Siria y dejar que Al-Assad, los rusos, los iraníes y los turcos que están ahí al lado se arreglen solos con su futuro.
Pero tras el ataque químico del fin de semana, el retiro de tropas enviaría el mensaje de que Estados Unidos está dispuesto a dejar el destino de Siria en manos de la misma gente que usó armas químicas contra su propio pueblo. Pero después de haber criticado a Obama por no accionar más decididamente en Siria, ahora Trump no puede darle la espalda a la situación tan fácilmente.
Putin no es la clase de líder que vaya a quedarse sentado a mirar cómo Estados Unidos ataca sus intereses en Siria. La perspectiva de una escalada del tipo ojo por ojo entre Rusia y Estados Unidos en Siria -sumada a la creciente preocupación por la injerencia rusa en la política norteamericana, el supuesto envenenamiento de un exespía británico por parte de los rusos y la farsa de elección presidencial que se vivió en Rusia-, ahora es una posibilidad muy concreta y real. Y la idea de que la relación personal entre Trump y Putin pueda sustraerse a esas tensiones es cada vez más improbable.
Por supuesto que Trump no es el primer líder que intenta mantener relaciones cordiales con otro mandatario a pesar de que sus países estén enfrentados en las trincheras. Un caso notable fue el del expresidente George H. W. Bush, quien intentó mantener vínculos con los líderes chinos incluso en medio de la represión de las protestas prodemocráticas de 1989 en la Plaza Tiananmen de Pekín.
Trump parece tener una profunda y fuerte convicción en su capacidad personal para manipular a otros mandatarios. Varios de sus asesores dicen que esa convicción proviene de su experiencia como empresario en Nueva York. Pero sostener esa estrategia en su relación con Putin se volvió cada vez más difícil. Y este fin de semana de tragedia en Siria no ha hecho otra cosa que llevar esa tensión al extremo.
Traducción de Jaime Arrambide
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