Ante la tragedia, los brasileños descubren una nueva Dilma
La actitud de la presidenta, emotiva y solidaria, le valió aplausos y la protegió de las críticas
RÍO DE JANEIRO.- Cuando el domingo pasado la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, llegó al gimnasio del Centro Deportivo Municipal de Santa María, convertido en morgue y sala de velatorio para los jóvenes muertos en el incendio de la discoteca Kiss , dejó muy en claro a sus asistentes que no pretendía hacer de su visita un evento mediático, y que tampoco quería ver los féretros.
No había viajado al lugar de la tragedia ni a hablar con la prensa ni a ver muertos. Su lugar, dijo, era al lado de los vivos, los sobrevivientes y las familias de las víctimas , que necesitaban ayuda y consuelo.
Allegados a la mandataria aseguran que a las siete de la mañana, apenas fue informada del incendio que dejó 236 muertos y más de un centenar de heridos, Rousseff, de viaje en Chile para participar de una cumbre, no dudó que tenía que viajar a Santa María .
Fue una reacción rápida y sentida que, a medida que pasó la semana, blindó a la presidenta de las crecientes críticas que sí recibieron otros funcionarios electos por la falta de controles públicos sobre lugares como la disco Kiss. Y que podría incluso darle réditos en el futuro.
Apenas supo de la tragedia, Dilma canceló todos sus compromisos oficiales, y minutos antes de partir de regreso a Brasil, dio una improvisada conferencia de prensa.
"Frente a lo ocurrido, quien necesita de mí hoy es el pueblo brasileño, y es ahí donde tengo que estar", dijo con la voz entrecortada y los ojos lacrimosos.
La reacción de la presidenta fue aplaudida por los vecinos de Santa María en particular y por los brasileños en general, que la perciben como una tecnócrata fría, no muy adepta al contacto con las masas ni a los actos populistas, en contraste con el estilo de su predecesor y padrino político, Luiz Inacio Lula da Silva.
Sólo el fotógrafo presidencial ingresó con la comitiva de Rousseff al gimnasio del Centro Deportivo Municipal y las pocas imágenes que hay del momento la muestran consolando a la madre de una víctima. Cuando salió de allí, lloraba.
"Al venir aquí actuó como cualquier líder que siente el dolor de su gente. No creo que en sus lágrimas haya habido en ella ningún cálculo político. Se la vio muy humana, acongojada por la terrible desgracia que sufrió Santa María, y ella, como madre de los brasileños, vino a ayudar a desahogarnos", comentó a LA NACION la ama de casa Nice Rizzi, de 47 años, cuyo hijo, Rodrigo, de 23, logró salir con vida de la discoteca envuelta en llamas y cubierta en una densa humareda tóxica.
No era la primera vez que se veía a Rousseff tan emocionada y llorando en público. Ya lo había hecho cuando instaló la Comisión de la Verdad, que investiga los abusos a los derechos humanos durante la última dictadura -ella, miembro de la guerrilla entonces, fue torturada por el régimen militar-, y también cuando presentó un programa federal para niños con deficiencias. Sin embargo, por la magnitud de la tragedia de Santa María, esta vez todo Brasil estaba pegado a la televisión siguiendo las informaciones desde aquella apenada localidad de Rio Grande do Sul.
"Es difícil falsear una emoción y el pueblo se da cuenta cuando se lo intenta engañar con estas cosas. Para los brasileños, este triste accidente incorporó en la imagen de Dilma una nueva dimensión, la de una persona emotiva y sincera, característica que falta mucho en los políticos de hoy", señaló a LA NACION el analista Rubens Figueiredo, director ejecutivo de la Asociación Brasileña de Consultores Políticos.
Para Figueiredo, la imagen pública de Rousseff está marcada por ser la elegida de Lula, por mantener el rumbo económico y la importancia de los planes sociales, y por ser una burócrata que busca la eficiencia ante las fallas del Estado y los desvíos de la corrupción. Según la última encuesta de Ibope, en diciembre la mandataria gozaba de un récord de 78% de popularidad.
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