Cornavirus: ansiedad, miedo y estrés, la otra cara de la crisis sanitaria
MADRID.– Si se pudieran auscultar las emociones, todos los estetoscopios del planeta escucharían dos: miedo e incertidumbre. La amenaza hasta ahora circunscripta a fechas funestas (11-S, 11-M) o localizada en países casi siempre lejanos, casi siempre pobres, ha tomado, con su avance invisible y letal, una dimensión planetaria, desconocida en el último siglo.
La nueva peste ha irrumpido en el centro de la próspera Europa y de la superpotencia estadounidense con una virulencia y celeridad de las que nadie, así se encuentre confinado en un lujoso ático o en una humilde vivienda, puede considerarse a salvo. Y esa súbita falta de certeza, ese temor, solo es el comienzo de otra crisis sanitaria, aseguran varios especialistas en salud mental, algunos con amplia experiencia en catástrofes y guerras.
El epidemiólogo e investigador de los efectos mentales de las grandes emergencias Sandro Galea, decano de la Escuela de Salud Pública de Boston, afirma: "Esta crisis es un acontecimiento traumático masivo sin precedente, mayor que ningún otro por su dimensión geográfica".
La sacudida se ve magnificada en los que enferman, en las familias golpeadas por las muertes y en quienes ya se encuentran con los bolsillos vacíos. "Habrá una avalancha de trastornos del ánimo y de ansiedad en los próximos meses y años en todo el mundo", pronostica este experto. "Eso incluye depresión, ansiedad, estrés postraumático, mayor consumo de alcohol y violencia machista. Todo ello tendrá grandes consecuencias económicas y sociales". La OMS estima que una de cada cinco personas padecerá una afección mental, el doble que en circunstancias normales.
¿Qué va a pasar? ¿Me contagiaré? ¿Tendré trabajo? ¿Cómo estará mi madre? ¿La volveré a ver? La psicóloga Sara Liébana escucha constantemente este tipo de preguntas. "Es lo más extraordinario que hemos vivido –exclama esta profesional con experiencia en la atención de víctimas del terrorismo– no solo porque ocurre a nivel mundial. Ahora somos una sociedad que se hace preguntas". La psiquiatra Carmen Moreno, del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, insiste: "No termina y no sabemos cuándo va a terminar. Se dan recomendaciones que cambian de un día para otro, eso genera incertidumbre y desprotección, golpea a todo el mundo por igual, es algo impredecible. Y el ser humano necesita predictibilidad".
Esa sociedad que se hace preguntas, la sociedad de quienes temen y quienes se duelen (los enfermos y los deudos de los muertos), lleva más de un mes encerrada. Y eso no está libre de efectos secundarios. "Me paso el día diciéndole a la gente que no se ha vuelto loca –asegura el psicólogo Fernando Egea–, que la irritabilidad, los cambios de ánimo y el insomnio son reacciones normales". Así lo avala una revisión reciente de la revista médica The Lancet. Estamos con el ánimo bajo (a un 73% le pasa, según uno de los estudios) e irritables (57%). La cuarentena provoca confusión, ira y síntomas de estrés postraumático. "Las circunstancias más estresantes –señala la revista– son el confinamiento prolongado, el miedo a infectarse, el aburrimiento, la falta de productos básicos, una información inadecuada, pérdidas económicas y estigma". El aislamiento también ha cambiado el paradigma doméstico. "Nos plegamos en torno a la familia, como en una vuelta a las cavernas, restableciendo vínculos y volviendo a una forma muy básica de relación para protegernos de esta guerra rara –reflexiona el psiquiatra Enrique García Bernardo–. Vivimos en la incertidumbre, adaptándonos, con la paradoja de que se vuelven a oír los pájaros mientras muere tanta gente".
La psiquiatra Moreno sostiene que la gestión de la muerte es una de las cosas más difíciles: "No se puede velar y existe una especie de congelación de la emoción. Los duelos complicados y prolongados aumentarán".
Ahora, y a partir de ahora, son las pérdidas las que emergen en nuestro panorama emocional. "Las depresiones van a tener que ver con las pérdidas, las reales, las de nuestros muertos, y otras de diferente dimensión: la renuncia a un estatus, a una forma de vida por el desempleo o el hundimiento de los autónomos", sostiene García Bernardo. Fernández Liria está de acuerdo: "Va a haber un fenómeno masivo de pérdidas: trabajos, propiedades, cosas que tienen que ver con la identidad. ¿Qué hará un cocinero, el dueño de un bar? Se tendrán que reinventar".
¿Qué hacer ante ese cúmulo de dolor en supervivientes, profesionales de hospitales, centros de salud y ambulancias, familiares de fallecidos y desempleados? "Educar a la gente para estos desafíos y preparar a los sistemas sanitarios para enfrentarlo", responde Galea. "Hay un riesgo de inatención –cree Fernández Liria– y también de psiquiatrización. Pero hay que estar atentos porque los que están peor no son capaces de pedir ayuda".
El País
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