Aníbal Pérez-Liñán: “La democracia es como el oxígeno, no nos preocupa demasiado hasta que la perdemos”
Según el politólogo argentino y especialista en América, las redes sociales y el exceso de información hacen que los discursos políticos tiendan a radicalizarse para poder conseguir la atención del votante y eso facilita el respaldo de agendas antidemocráticas
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Desde Estados Unidos, en donde vive hace más de 20 años, el politólogo argentino y doctor en Asuntos Internacionales Aníbal Pérez-Liñán reflexiona acerca de las manifestaciones de extrema derecha en el territorio americano y advierte el peligro de que se respalden discursos antidemocráticos.
En diálogo con LA NACION, afirma que “la derecha se está fragmentando” en expresiones múltiples y que las redes sociales facilitan el surgimiento repentino de líderes políticos radicalizados, que “ponen voz a lo que la gente no se anima a decir” .
Entre el descontento generalizado con la democracia –un 25% de los ciudadanos en América no está de acuerdo con que la democracia sea mejor que cualquier otra forma de gobierno, según los datos recientes del Barómetro de las Américas– y la vorágine informativa, “es difícil captar la atención del público si los discursos son moderados”, explica el doctor e investigador de la Universidad de Notre Dame, ubicada en el estado de Indiana.
–¿Qué posibilidades ve de que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sea reelecto en 2022 o que un grupo de derecha paralelo se consolide como alternativa a la eventual candidatura de Lula Da Silva?
–Hoy en día, la popularidad de Bolsonaro es de alrededor del 20%. Esto sugiere que las posibilidades de que sea reelecto son bajas y que Lula ganaría en segunda vuelta. Pero sí se ve un surgimiento, dada la frustración de sus propios votantes, de diferentes alternativas de derecha, una de las cuales respalda a Sergio Moro, exjuez del Lava Jato y su exministro, quien tiene alrededor de un 11% de intención de voto. Al igual que en muchos otros lados, la derecha se está fragmentando.
–Por más que caiga la imagen de Bolsonaro, los brasileños insisten en generar espacios políticos de derecha. ¿Por qué?
–En el caso de Brasil hay un voto anti Lula que sigue siendo muy fuerte y busca canalizarse en diferentes expresiones. Fue el voto que le dio la victoria a Bolsonaro, pero luego los votantes descubrieron que fue una mala idea y ahora están buscando otras alternativas.
–Pensando en la metáfora del huevo y la gallina... ¿surgen primero estos líderes extremos –como Bolsonaro, Donald Trump en EE.UU. o José Antonio Kast en Chile– y la gente se organiza detrás de ellos o es la sociedad, desencantada, la que se agrupa y busca una figura que la represente?
–Es una mezcla de varias cosas. Hay, por un lado, un agotamiento con los partidos y élites tradicionales, que en buena parte de América del Sur repercute en una izquierda que se había formado a principios del siglo XXI.
Junto con eso, nuestras sociedades han experimentado un cambio social enorme en los últimos 50 años y hay un sector que se resiste a esa transformación cultural, en cuestiones como la igualdad de género; particularmente sucede en algunos grupos religiosos, como los sectores evangélicos.
El tercer factor que dinamiza todo esto es el de las redes sociales, que generan información e identidades políticas de una manera completamente nueva y explosiva. Por eso, vemos elecciones que se definen a último momento, con candidatos que tienen discursos más extremos que antes.
–Hay declaraciones de Bolsonaro, Trump o Kast que parecerían inaceptables en el marco de esta nueva agenda social marcada, por ejemplo, por las consideraciones de género. Haber conseguido apoyo pese a ello, y seguir teniéndolo, ¿cómo se explica?
–Hasta hace muy poco tiempo, teníamos una separación más clara entre el discurso privado y el discurso público. Había cosas que la gente pensaba y decía en privado que no eran aceptables de decir en público, un límite moral frente a los medios de comunicación tradicionales. Hoy en día, las redes sociales crean este efecto por el cual los candidatos pueden decir cualquier cosa y mucha gente se siente representada, siente que los políticos dicen lo que ellos piensan, pero no se animan a decir.
“Hoy en día tenemos tanta información y tan poco filtrada, que es muy difícil capturar la imaginación pública con un discurso moderado”
–¿Cómo impacta en todo esto la pandemia y la desconfianza general en la democracia?
–La pandemia aceleró la insatisfacción con la democracia y la puso muy de manifiesto. En algunos casos, esto aceleró la erosión de las élites tradicionales y, en otros, como el de la Argentina, en donde ya había habido un recambio, la pandemia volteó a lo que parecía una alternativa. También en Brasil y en Estados Unidos, Bolsonaro y Trump sufrieron los costos del desgobierno de la pandemia.
–No necesariamente se traduce en un avance de la derecha...
–No. Creo que la pandemia fue muy igualitaria en golpear a todos los gobiernos, pero lo que ocurrió, quizás, es que los gobiernos de derecha radicalizados, que negaron la pandemia inicialmente, pagaron un costo adicional.
–Si bien hablaba de una derecha fragmentada, pareciera que las alternativas se consolidan con los procesos electorales. Los analistas sugieren que Kast, por ejemplo, sumaría en el ballottage los votos del liberal Franco Parisi [quien consiguió el tercer puesto en primera vuelta] o del candidato oficialista Sebastián Sichel.
–Efectivamente, el sistema de doble vuelta fuerza la unión estratégica, pero esta fragmentación sigue siendo visible en el Congreso, al menos en Chile, en donde la derecha es exitosa porque controla la mitad de la Cámara de Diputados, pero no dejan de ser varios bloques. Y en el caso de Brasil, siempre ha sido un sistema increíblemente fragmentado. Es posiblemente el Congreso con más partidos en el mundo. El talento de cualquier Presidente consiste en formar coaliciones legislativas.
–¿Por qué este tipo de líderes radicalizados –tanto de derecha como de de izquierda– apelan a recursos y campañas populistas?
–Todos esos efectos son resultados de que hoy en día tenemos tanta información y tan poco filtrada, que es muy difícil capturar la imaginación pública con un discurso moderado.
–El populismo de derecha solía nuclear a votantes de edad avanzada, ¿qué lectura hace de que los jóvenes, quienes históricamente se identificaron con la izquierda o con las causas populares, ahora se vean representados en estos liderazgos liberales?
–[El periodista argentino] Pablo Stefanoni tiene un libro sobre esto, y justamente enfatiza cómo, en el contexto actual, en el cual el discurso de centroizquierda más progresista se ha vuelto un discurso muy convencional, parte de la juventud abraza discursos más radicalizados, de derecha, como una forma de rebeldía.
“Buena parte de la sociedad abraza discursos de manera irresponsable porque siente que es una forma fácil de castigar a los políticos”
–Pero luego el populismo, en el poder, termina legitimando ese extremismo. Bolsonaro a los militares, Trump a la ultraderecha, Kast –de asumir– lo hará con la dictadura, como lo mostró hasta ahora.
–Eso es muy peligroso. Resulta sorprendente que a pesar de los discursos antidemocráticos y de las actitudes tan radicales hayan mantenido una base de apoyo social tan alta. Buena parte de la sociedad abraza esos discursos de manera irresponsable porque siente que es una forma fácil de castigar a las élites tradicionales que no han conseguido traducir resultados favorables.
–Un boom del voto castigo…
–Sí, pero es el mismo tipo de irresponsabilidad política que llevó a buena parte de las poblaciones en América Latina a respaldar los gobiernos militares. Son picos de insatisfacción que muestran, en el largo plazo, ser terriblemente costosos.
–En su momento, las dictaduras fueron contemporáneas. El respaldo a este tipo de líderes también está ocurriendo en varios países al mismo tiempo. ¿Se repite la historia?
–La comparación histórica es ahora favorable porque hoy el castigo llega a través de los instrumentos de la democracia, del voto. Y eso marca un progreso significativo frente al pasado.
–¿Qué tienen en común Kast, Bolsonaro, Trump, Parisi y el dirigente libertario argentino Javier Milei?
–Todos representan una manifestación de la insatisfacción social con los partidos tradicionales. No veo que el surgimiento de la derecha o el voto por la derecha en sí mismo sea un problema, pero sí veo como un potencial problema el apoyo de estos discursos antidemocráticos o ambiguos, que no muestran un compromiso con la democracia. Como si el castigo de los partidos tradicionales tuviera prioridad sobre el intento de proteger a la democracia.
–Es extraño. El camino del votante es democrático, pero no necesariamente apoya un proyecto de democracia.
–Es el peligro que vemos en El Salvador [con Nayib Bukele]. Optar por esos candidatos significa que efectivamente se destruyen los partidos tradicionales, pero que la democracia acabará en un par de años.
–Y el votante lo sabe, no es ingenuo...
–La democracia es como el oxígeno, no nos preocupa demasiado hasta que la perdemos.
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