Angela Merkel se va…¿y si viniese a la Argentina?
Sin un futuro definido después de dejar el poder tras 16 años, en muchos países se bromea con la posibilidad de contratarla en sus gobiernos; muchos de sus rasgos, de su experiencia y también de sus contradicciones le serían útiles en el país.
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El chiste suena desde hace meses en países de varios continentes. Tras 16 años, la líder más popular del mundo se retira. Angela Merkel deja la cancillería alemana para siempre. Pero, si quisiera, encontraría rápidamente trabajo en varias otras naciones. “Que venga a gobernarnos a nosotros ahora”, dice la broma, que se repite de Asia a América Latina.
Aptitudes para el puesto de estadista no le faltan; algunos cazatalentos podrían advertir incluso que está sobrecalificada o que su sueldo es impagable. Doctora en química cuántica, fan de Karl Popper y Herman Hesse, leal habitué del festival de música de Bayreuth, Angela Dorothea mezcla el intelectualismo con inocultables gustos por la cultura popular y por la vida del ciudadano común. Es una temperamental hincha del Borussia Dortmund, hace sus propias compras en el supermercado, adora comer fideos a la bolognesa y sopa de papa y vive con Joachim, su marido, en un pequeño departamento de Berlín.
Su carácter complementa ese perfil integral en hábitos y formación académica. Táctica implacable y hasta impiadosa de la política y hábil negociadora no deja pasar un día sin reír, sin hacer bromas o sin imitar, en la intimidad, a otros líderes internacionales.
Con ese currículum mal no le fue en una Alemania que la vio pasar de ser la “chiquilina” y delfina del canciller de la unificación, Helmut Kohl, a ser “Mutti”, la jefa de gobierno en la que los alemanes depositan la confianza y la previsibilidad de una madre.
Merkel llegó al poder en 2005 y, pocos meses después, su popularidad rondaba el 80%. Hoy, luego de más de una década y media de prosperidad y de estabilidad, deja el poder con casi el 85% de aprobación. En estos 16 años vio pasar una crisis tras otra y dejó atrás a cuatro presidentes argentinos, cuatro norteamericanos, cuatro franceses, dos chinos y cinco premiers británicos, ocho japoneses y ocho italianos.
La canciller no fue, sin embargo, ajena a los fracasos domésticos e internacionales y a las críticas cercanas al odio. Los griegos la culpan de haber llevado esa nación a la quiebra y de haberla confinada años de sufrimiento; los británicos, de haber sido demasiado intransigente en la negociación del Brexit y los alemanes, de haber atrasado a su país con su falta de visión estratégica.
Nada de eso alcanza para impedir que, hoy, Merkel sea elegida en cualquier sondeo global como la líder mundial más confiable. El 77% de los 17.000 encuestados en 16 países por el Centro Pew cree que la canciller “siempre hace lo correcto en asuntos globales”, por encima de los otros cuatro dirigentes sondeados, Joe Biden, Emmanuel Macron, Xi Jinping y Vladimir Putin. La única excepción es, obviamente, Grecia, donde solo el 30% cree que la canciller es confiable.
Después que su aprobación sufriera baches con la crisis del euro y en los meses previos a la pandemia, Merkel es también en Alemania la política más popular del momento, incluso más que los candidatos a sucederla, de acuerdo con el último sondeo de ZDF-Politbarometer.
Si la broma se hiciese realidad y la canciller, en un rapto de improvisación, decidiera mudarse a la Argentina ¿sería también una política o una gobernante popular? Muchos de sus rasgos, de su experiencia y también de sus contradicciones le serían útiles en el país.
1. La reelección, acá y allá
Merkel fue elegida en 2005 y ganó después tres reelecciones, lo que la convierte en la envidia y, a la vez, la excusa de varios dirigentes de la Argentina, en especial de uno, Gildo Insfrán. Cada vez que al gobernador de Formosa se le cuestiona la longevidad y legitimidad de su mandato, sus funcionarios entonan el clásico “¡ah, pero Merkel..!”.
¿Se sentiría, entonces, cómoda la canciller con la seguidilla indefinida de reelecciones de Insfrán o de los presidentes argentinos? Eso solo lo sabe ella, pero probablemente el método le resultaría extraño, por algunas razones estructurales.
La primera, el personalismo de los sistemas presidenciales no es el mismo que el de los parlamentarios. El último está bastante más acotado y expuesto a controles y a la posibilidad de un final súbito en caso de que el o la canciller pierda la confianza de sus socios.
La segunda razón es que en Alemania, la Constitución obliga al ganador de una elección a formar alianzas para gobernar si no obtiene la mayoría en el Bundestag.
En el caso de Merkel y de su alianza de centroderecha, eso sucedió en cada uno de sus mandatos y sus socios fueron, salvo en una ocasión, sus rivales naturales, los socialdemócratas. A lo largo de estos 16 años, el puesto de vicecanciller nunca fue ocupado por un miembro del partido de Merkel, la CDU.
La necesidad de formar coaliciones casi antagónicas para gobernar obligó a Merkel a potenciar su legendaria capacidad de negociación y a hacer todo tipo de concesiones en políticas y ministerios clave. Esas negociaciones a veces fueron cortas, ayudadas por el margen del triunfo de Merkel, y apenas llevaron semanas; otras, como en 2017, condicionado el diálogo por lo exiguo de la victoria de la canciller, duraron más de cinco meses. Esas concesiones y ese reparto de poder actúan como límites necesarios al poder de la canciller, una restricción completamente inexistente en el caso del personalismo absolutista avalado por la reelección indefinida de algunas provincias argentinas.
Tantas reelecciones cansaron un poco a Merkel y más luego del desgaste interno por la crisis de refugiados, en 2015. Ella ya estaba decidida a alejarse del poder tras la segunda reelección, pero en 2016, cuando transcurría el último año del que ella pensaba sería su mandato final, Barack Obama le pidió un gran favor.
Una semana después del sorpresivo triunfo de Donald Trump, el entonces presidente norteamericano visitó a la canciller y, en una comida a solas en el Hotel Adlon, en Berlín, le rogó que se presentara a otro mandato. Obama quería que Merkel se tomara la posta como “líder del mundo libre” ante lo que, intuía, sería la deriva nacionalista y demagógica de Trump.
2. Una pareja perfecta
A Merkel le costó unos meses hacer pública su decisión de apuntar a otra relección. Aun si fuese contra su voluntad o si le costara adaptarse al sistema local, la Argentina y Merkel harían una pareja excepcional. Una vive en crisis permanente desde el comienzo del siglo; y la otra, es experta en resolver conflictos internacionales o domésticos, financieros, sociales o sanitarios.
La supervivencia del euro, la crisis de los migrantes, el Brexit, la pandemia, las urgencias sacaron siempre lo mejor de la canciller: paciencia estratégica, capacidad de escuchar y comprender a todas las partes, habilidad para conciliar y firmeza y tiempo para tomar una decisión una vez que evaluó todas las variables.
Muchas de esas crisis supusieron enormes dolores de cabeza para Merkel e, incluso, la enfrentaron a dilemas morales públicos y acuciantes. Eso sucedió en septiembre de 2015 frente a la oleada de refugiados que escapaba de un Medio Oriente plagado de guerras. Presionada por el debate público y por cientos de miles de migrantes desesperadas, la canciller abrió las puertas de Alemania pese a una fuerte oposición, incluso de su partido.
Adujo razones históricas, morales y económica y le prometió a los alemanes que su decisión sería beneficiosa a largo plazo. “Lo lograremos”, les dijo, en una frase que se convirtió en su eslogan. Con la llegada de más de un millón de personas, sobrevinieron problemas y polémicas, que fortalecieron a la extrema derecha.
Sin embargo, la catástrofe económica y social que muchos pronosticaban nunca ocurrió. Hoy, Merkel y parte de los alemanes viven con orgullo esa decisión, pero otra parte del país le reprocha a la canciller que no debata nunca sobre la identidad de la Alemania multicultural. El talento para la urgencia tapa el gran déficit de Merkel.
“Merkel es un genio político. La parte de genio es que ella comprendió, desde muy temprano, que no había que enfrentar un tema hasta que no fuera urgente, que no había que gastar capital político en temas que no fueran calientes. La parte mala de eso es que todos dejamos entonces de hablar sobre el futuro. El país no está acostumbrado a discutir sobre el futuro”, dijo Frank Burgdörfer, director de Polyspective, una organización de educación política, desde Berlín, en una charla con periodistas de varios países de la que participó LA NACION.
Merkel es un genio político. La parte de genio es que ella comprendió, desde muy temprano, que no había que enfrentar un tema hasta que no fuera urgente
La ausencia de debate y reformas sobre los temas que definirán el futuro de Alemania y su poder es lo que hoy todos reprochan a la canciller. Algunas preocupaciones, en especial, agobian a los alemanes: el cambio climático, que descargó su furia en las letales inundaciones de julio pasado; la falta de digitalización, que amenaza con rezagar la economía ante los rivales extranjeros; la ausencia de inversión en sectores críticos para la vida como la educación, la salud, la infraestructura y la desburocratización del Estado.
Si en la parte de no debatir el futuro Merkel encajaría perfectamente con los líderes de la política argentina de las últimas décadas, no lo haría en la gestión de la crisis. La canciller no solo resuelve crisis sino que mantiene la economía a flote y, aun más, lo hace sin destruir la herencia positiva de sus antecesores. Al contrario...
Merkel no es fundacional, como suele ser cada presidente nuevo en la Argentina, y, cuando llegó al poder, mantuvo las reformas económicas, en especial, la laboral que el socialdemócrata Gerhard Schröder había gestado. ¿Resultado? El milagro económico alemán de la última década y media, período en el que creció más que cualquier otra economía de altos ingresos.
3. Ciudadana de Corea del Centro
La prosperidad es el pilar del matrimonio entre Merkel y los alemanes. ¿Qué argentino no querría que Merkel trajera un poco de esa prosperidad, con la que el país ya perdió familiaridad?
La canciller sería, en ese caso, bienvenida. No lo sería, sin embargo, en su moderación política. La voluntad permanente de Merkel de buscar el centro podría irritar, por igual, a una sociedad argentina y a una dirigencia política demasiado afianzadas en la polarización. Uno y otro extremo la acusarían, a modo de insulto, de ser ciudadana de “Corea del Centro”.
En su afán de encontrar soluciones a todos los problemas, Merkel rehúye a los antagonismos y siempre termina en el centro y en la contemporización, lugares que navega con comodidad y a los que condujo a la política alemana.
“En Alemania se la va a extrañar porque el intento de polarizar los debates se redujo al mínimo. En los debates públicos, ella evita posicionarse de forma que pueda perjudicar su gran misión: solucionar problemas”, dijo Franco Delle Donne, comunicador político y realizador del podcast “El fin de la era Merkel”, en diálogo con LA NACION, desde Berlín.
En los debates públicos, ella evita posicionarse de forma que pueda perjudicar su gran misión: solucionar problemas
Esa fuga hacia el centro también se trasladó a su partido, la democracia cristiana (CDU). “Modernizó mucho al partido, algunos dicen que, en cierta forma, lo socialdemocratizó. Por eso hoy los votos de Merkel se distribuyen entre todos los partidos”, advirtió Delle Donne.
Esa distribución a lo ancho del arco política explica la cercanía de intención de voto entre los partidos y por qué los tres candidatos en las elecciones de mañana quieren asimilarse un poco a Merkel. El más parecido, irónicamente, no es el postulante del oficialismo, Armin Laschet, sino el socialdemócrata Olaf Scholz.
Mientras Laschet le implora a Merkel que se involucre más en su campaña, Scholz, actual ministro de Finanzas, emula el estilo de la canciller casi a la perfección: tranquilidad, estabilidad, confiabilidad. La tercera candidata, la verde Annalena Baerbock toma distancia ideológica de la canciller pero sigue su estela de internacionalismo al detalle.
Los tres, por igual, hacen una campaña sin gritos ni agresiones que para los alemanes peca de trivial pero que para los argentinos sería aburridísima.
4. Canciller de las contradicciones
La moderación de Merkel no implica tibieza a la hora de denunciar quiebres institucionales o derivas populistas, todo lo contrario. Por eso, vistió, estos años, el manto de “líder del mundo libre” que le legó Obama y, por eso también, Occidente siente este fin de semana que una era se termina y que los principios de la democracia liberal quedan huérfanos. Tal es ese vacío que el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, tuvo que aclarar ayer en la Asamblea General de la ONU que Alemania no se retira del mundo.
“Aún después de estas elecciones, Alemania seguirá siendo un país consciente de sus responsabilidades internacionales”, dijo.
Sin embargo, pese a toda su popularidad, pese a todas sus declaraciones de principios, Merkel supedita sus valores a las necesidades económicas de su país cuando de China se trata, una contradicción en la que también cayeron y caen todos los recientes presidentes argentinos, sin importar su partido.
A la hora de tratar con China, destino esencial de las exportaciones alemanas, la canciller privilegió la relación comercial antes que la discusión por los derechos humanos o el estatus de Hong Kong y Taiwán. La mujer que, en su ex Alemania del Este, estudió física porque “lo único con lo que no se podía meter el comunismo era con las leyes de la naturaleza” –según contó alguna vez- calla ante la opresión y la represión del principal socio comercial de su país.
Supeditar principios a necesidades económicas o políticas es más la regla que la excepción en una Argentina donde un gobierno autocalificado de progresista designa jefe de gabinete al conservador social Manzur. Merkel encontraría en la Argentina, entonces, lugar donde acomodar sus contradicciones. Aunque tal vez no para su contradicción final.
Como los líderes ultrapersonalistas de América Latina, Merkel dejó poco espacio en el oficialismo para que creciera un sucesor natural y consensuar un candidato para la coalición gobernante CDU/CSU fue una tarea casi fraticida. “Ella es la jefa de la casa, controla todo. Y en estos años se aseguró de que nadie surgiera para amenazarla”, dijo en la charla con periodistas de varios países, organizada por el ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, Christine Dankbar, editora de Política del Berliner Zeitung.
Pero pese a ese pie pesado que impidió que crecieran sucesores fuertes, Merkel hoy promete dejar el poder para siempre. “Los alemanes están seguros de que se va a ir a regar sus plantas [en su casa en el campo]”, dijo Delle Donne.
Nada de influir desde las sombras ni, menos aun, de planear regresos triunfales unos años después, pese a que el ciclo se terminó. Eso Merkel se lo deja a los dirigentes argentinos.
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