Opinión: un siglo después del genocidio, un nuevo ataque hacia los armenios
La agresión de Turquía, junto con Azerbaiyán, contra las república de Artsakh y Armenia son un ejemplo acabado de las consecuencias de no reconocer el genocidio de 1915, por lo que el Estado turco naturalmente ha asumido la legitimidad de la violencia extrema y el exterminio como herramienta de política exterior. El ataque hasta ahora causado la muerte de al menos 300 soldados armenios y decenas de civiles por los ataques indiscriminados con misiles y drones contra las ciudades de Stepanakert, la capital de Artsakh, y Shushi, la segunda más grande de la república de 150.000 habitantes.
La reacción armenia, tanto en ambas repúblicas como en la diáspora -con decenas de miles de voluntarios que se están alistando Ereván para repeler este nuevo ataque del enemigo genocida- indica ahora una determinación hercúlea de los armenios a que no se repita la historia porque otro genocidio ya sí sería el último en el puñado de tierra que ha podido defender de las agresiones de sus enemigos desde que las hordas del sultán Alp Arslán derrotaron al ejército de Bizancio en la batalla de Manazkert en 1071.
Desde entonces, los armenios fueron sacrificando sus propios principados, vidas y libertades, hasta la culminación en el exterminio de esta nación en su propia tierra hace 105 años.
La decisiva respuesta armenia, liderada por el presidente de la República de Artsakh, Arayik Harutiunian, frustró lo que parecía el objetivo de la agresión sorpresiva de las fuerzas combinadas.
En la misma línea que el autor de esta nota, un historiador francés comparó el efecto del fallido blitzkrieg de las fuerzas de Turquía y Azerbaiyán a la victoria israelí en 1967 en la Guerra de los Seis Días, movilizando aún más la determinación de las fuerzas armenias y la solidaridad de las comunidades de la diáspora formada tras el genocidio.
En una decisión que se retrotrae a la Edad Media, en la cual los reyes iban a la guerra al mando de sus tropas, el presidente Harutiunian tres días atrás partió al frente de combate a dirigir la resistencia de sus soldados. Se cree que el último jefe de Estado al mando de su ejército en batalla fue el rey Alberto I de Bélgica durante la Primera Guerra Mundial, cuando su país fue invadido por Alemania.
La República de Artsakh, también conocida como Nagorno-Karabakh, es un enclave montañoso que ha sido históricamente una región armenia de principados autónomos. En 1921, por decisión del entonces comisario de las nacionalidades de la Unión Soviética, Josef Stalin, Artsakh fue concedida a la apenas sovietizada República de Azerbaiyán en calidad de república autónoma, una categoría de división política con algunos atributos mayores que una provincia.
En 1991, durante la descomposición de la Unión Soviética y al cabo de décadas de políticas hostiles contra los armenios por parte del gobierno de Azerbaiyán, los habitantes de Artsakh votaron en un referendo por la independencia de su república.
Turquía está enviando contingentes de jihadistas y extremistas islámicos desde el norte de Siria para combatir en el frente azerbaiyano contra las tropas de Artsakh y Armenia. En una de las macabras ironías de esta guerra, el ejército armenio ha interceptado comunicaciones entre los terroristas venidos de Siria -en idiomas que incluyen el árabe, el kurdo y el turco- increpaciones contra sus empleadores turcos y azerbaiyanos que los contrataron a través de empresas de servicios de seguridad de Turquía, a quienes designan con el nombre de un animal considerado impuro en el Corán, porque estos combatientes musulmanes, que son de la rama sunnita, no sabían que los azerbaiyanos son chiitas, una secta rival.
Dicen también que sus empleadores los habían engañado, diciéndoles que viajarían para custodiar plantas de procesamiento de petróleo, oleoductos y otras instalaciones, y de pronto los bajaron de las camionetas en el frente de combate.
Ello ha generado el temor de que Turquía esté intentando generar un foco de infección de terrorismo islamista en el Cáucaso, dijo el presidente de la República de Armenia, Armén Sarkissian. El terrorismo fue una herramienta que le facilitó a Turquía la ocupación del norte de Siria, con el adiestramiento y envío de extremistas islámicos a combatir contra las fuerzas del gobierno de Bashar al-Assad como también contra las milicias kurdas. Todo ello, para alcanzar objetivos estratégicos: a saber, el proyecto panturánico del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, quien ha gobernado el país desde 2003 (al inicio como primer ministro), en lo que es de hecho ya una autocracia. El panturanismo comprende la unificación de Turquía con los países de etnia turca en el Cáucaso y Asia Central. El único obstáculo para la contigüidad geográfica son las dos pequeñas democracias armenias.
La ilustración de las ambiciones imperiales neo-otomanas de Erdogan se vio reflejada en su decisión deconvertir la Catedral de Santa Sofía -que previamente el Estado turco había designado un museo- en una mezquita, como había hecho el sultán Mehmet II cuando conquistó y saqueó Constantinopla en 1453. Solamente el analista ingenuo puede ignorar el simbolismo de usar el santuario máximo de la Iglesia Ortodoxa para plegarias musulmanas.
Algunos analistas han tratado de ver en esta guerra causas económicas, por la protección de los oleoductos que parten del Mar Caspio a través de Georgia y de allí a la terminal de Ceyhan, en Turquía. Sin embargo, el hecho de que los oleoductos jamás han sido objeto de ataques por parte de las fuerzas de Artsakh y Armenia—las únicas acciones de sabotaje se han registrado en Georgia en la década de 1990, poco después de la disolución de la Unión Soviética, por parte de traficantes que lo vendían en el mercado negro—deja en claro que los objetivos que se persiguen son geopolíticos, mencionados más arriba.
Azerbaiyán es también una autocracia, donde el presidente Ilham Aliyev asumió en octubre de 2003 tras la dimisión de su padre, Heydar Aliyev, por razones de salud.
No es esa, sin embargo, la ironía más macabra en una guerra que las presenta con abundancia sino que las dos pequeñas democracias armenias, cuya población combinada apenas supera los tres millones, está luchando contra las fuerzas combinadas de Turquía, un país de 80 millones de habitantes y con el segundo ejército más grande de la OTAN, y Azerbaiyán, de unos 10 millones de habitantes y arcas estatales engordadas por los yacimientos petrolíferos del Mar Caspio.
La tentación de ver en el conflicto un choque de civilizaciones, según la teoría postulada por el pensador estadounidense Samuel Huntington, sería grande. Sin embargo, algunos datos claves lo desmienten: uno de los principales aliados de Armenia es Irán, que siempre ha mantenido relaciones cordiales tanto con la república como con la nutrida comunidad armenia ha gozado del respeto y protección del Estado iraní incluso durante transiciones violentas en la historia del país, como la revolución islámica de 1979.
Turquía, a pesar del islamismo proclamado del régimen gobernante, y Azerbaiyán, su aliado también de población mayoritariamente musulmana, tienen un acuerdo con Georgia, república nominalmente cristiana y vecina de Armenia y que sin embargo facilita el tránsito de material bélico de ambos estados musulmanes en su uso contra Armenia y Artsakh. En su más reciente arrebato contra Israel y algunos de neto corte antisemita, de los muchos que ha tenido en su carrera política, Erdogan dijo el 1 de octubre que Jerusalén es "nuestra ciudad". Sin embargo, la guerra que han desencadenado las fuerzas turco-azerbaiyanas contra Armenia incluyen los letales drones LORA que Israel vende a Azerbaiyán, para consternación de Armenia que ha pedido la suspensión del material bélico a un agresor genocida por parte de un Estado fundado por descendientes del Holocausto.
En un mensaje dirigido a la nación el 7 de octubre, el primer ministro armenio Nikol Pashinyan exhortó a la camada de conscriptos que habían sido desmovilizados al cabo de dos años a volver a alistarse porque, dijo, la nación se debatía entre "la vida y la muerte." Esta vez, sin embargo, dijo que los enemigos de Armenia no conseguirán hacer marchar a los armenios "al desierto de Der Zor", en el norte de Siria, donde ocurrió mucho del exterminio de 1915. Y si sirve de ilustración de la determinación armenia de resistir la nueva agresión de Turquía y Azerbaiyán, el propio hijo del primer ministro Pashinyan, Ashot, que apenas había concluido el servicio militar, volvió a inscribirse para ir al frente y luchar contra el mismo enemigo que sigue atacando a los armenios desde que invadió su tierra hace diez siglos.
El autor es excorresponsal en la antigua Unión Soviética, Turquía y el Cáucaso. Autor de "Secret Nation: The Hidden Armenians of Turkey".
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