Amigos y aliados: los mensajeros de Meghan y Harry para responder a las críticas
Los duques de Sussex mantienen el juego de mensajes entrecruzados a través de intermediarios que lleva décadas practicando la familia real británica, solo que lo hacen en territorio amigo y a miles de kilómetros de Londres
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LONDRES.- ¿Y si la crisis desatada en la monarquía británica por Meghan Markle y el príncipe Harry hubiera sido un problema de comunicación? Es una pregunta trampa, obviamente. Porque a estas alturas apenas quedan personas que no hayan tomado partido en el conflicto provocado por una entrevista que no dejó nada a la improvisación.
La conversación con la presentadora Oprah Winfrey fue el ejercicio de comunicación más ensayado y medido en tiempos recientes. El rastro de incógnitas, incoherencias o acusaciones no respaldadas que dejaron los duques de Sussex, sin embargo, ha despertado la voracidad de los tabloides británicos, que no están dispuestos a soltar la presa.
Meghan y Harry han renunciado a alimentar ese canal de odio y beneficio mutuo que conecta a la familia real con la prensa amarilla desde hace décadas. El “contrato invisible” al que hacía referencia el duque de Sussex. “Si estás dispuesto a compartir un vino o una cena, y ofrecer un acceso completo a todos estos reporteros, obtendrás mucha mejor prensa”, denunciaba Harry.
No se trata de ninguna logia secreta o de un pacto inconfesable, sino de una realidad mucho más simple, y a la vez más compleja de manejar. Los periodistas que cubren los asuntos de la casa real británica utilizan una forma de rotación imitada por otras monarquías europeas. En cada acto oficial se permite el acceso a un reportero, un fotógrafo y un camarógrafo que compartirán luego su material ―imágenes, información y chascarrillos― con el resto de medios adscritos al sistema.
El problema viene después, porque los discursos o las fotografías son fijos, pero las interpretaciones de los gestos y el contexto, maleables. Y para contrarrestar esa amenaza los aliados son necesarios. Bien en forma de amigos que desde el anonimato presentan la versión de las partes, bien bajo la autoridad de presuntos “expertos en la realeza” de los que los tabloides no se cansan de echar mano. O mediante periodistas cómplices a los que se brinda amplia entrada en la intimidad a cambio de una versión favorable.
El último intento de ensayar esta variedad tuvo como resultado el libro Finding Freedom (Encontrando la Libertad), de Omid Scobie y Carolyn Durand, “un intento de crear un retrato íntimo y riguroso de una pareja real verdaderamente moderna que, aunque sus decisiones hayan supuesto críticas o elogios, ha sabido permanecer siempre fiel a sus creencias”, según los autores. Surgió esa especie de manifiesto autorizado en medio de la pandemia, y no logró calmar el ánimo de los que seguían presentando a la pareja como un par de adolescentes malcriados que habían huido de sus obligaciones, ni obtener la atención de aquellos medios que hubieran sido más proclives a la comprensión y apoyo a los duques de Sussex en una batalla que se presentaba entonces banal, empequeñecida por la tragedia que vivía el país.
Son contadas las ocasiones en las que un miembro de la familia real británica se coloca ante las cámaras para contar “su verdad”. Y la mayoría han sido explosivas. Ninguna ha servido para zanjar el debate, porque está en su propia naturaleza que nunca termine. El espectáculo debe continuar. Así que los Sussex han vuelto a la técnica tradicional para seguir enviando recados y contestar a los reproches. Fue la periodista estadounidense Gayle King, amiga de la pareja, la encargada de revelar que Harry habló finalmente con su hermano William y su padre Charles.
“Según me han contado, las conversaciones no resultaron muy productivas. Pero están contentos de que el diálogo se haya reanudado”, relataba King. También fue ella la que justificó que la entrevista se emitiera justo cuando el príncipe Felipe de Edimburgo, de 99 años, yacía convaleciente en el hospital después de ser sometido a una delicada operación de corazón. “Fue programada y grabada antes de que le hospitalizaran”, justificó. “Si algo, Dios no lo quiera, le hubiera sucedido, la programación se habría suspendido”.
Meghan y Harry no renunciaron al juego de mensajes entrecruzados, a través de intermediarios, que lleva décadas practicando la familia real británica. Solo decidieron mantenerse en territorio amigo a miles de kilómetros de distancia de Londres.
Otra víctima de la saña de los tabloides, Camilla Parker Bowles, eligió el camino contrario. Definida en su momento como la “mujer más odiada del Reino Unido”, en el momento álgido de su romance con el príncipe de Gales y la ruptura con Lady Di, la duquesa de Cornualles utilizó la paciencia, el sentido del humor y la intuición de que nada es más voluble que la opinión pública para dar la vuelta a la situación.
Aprendió el nombre de cada uno de los periodistas que cubrían sus actos, los colmó de gestos cómplices, entendió cuál era el momento preciso para sonreír a la cámara o soltar un comentario preciso. A diferencia de Meghan, la futura reina consorte ―y cada vez es mayor la aceptación entre los británicos de ese hecho― entendió que nada domestica más a los medios que cultivar su vanidad y hacerles un poco de caso.
El País, SL
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