América Latina versión 2023: las cinco tendencias de un año minado de dificultades
La inestabilidad política, el voto contra los gobiernos de turno y un duro entorno económico marcarán la agenda regional en los próximos meses
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Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly. El autor es profesor de relaciones internacionales en Fundación Getulio Vargas (FGV) en San Pablo.
SAN PABLO.- El panorama político de América Latina en 2022 fue dramático. Colombia y Brasil tuvieron elecciones muy ajustadas que representaron un giro, se profundizó la inestabilidad en Perú, y continuó el retroceso democrático, sobre todo en América Central. Se espera que la tasa de crecimiento en 2022 se sitúe en 3,5%, ligeramente por encima de la media mundial de 3,2%, y solo una modesta recuperación de la debacle económica de la pandemia. De cara a 2023, la región puede esperar una continua inestabilidad.
Bajo crecimiento
En primer lugar, es poco probable que el entorno macroeconómico y geopolítico mundial mejore mucho, lo que afectará profundamente a la región. Es probable que el mediocre crecimiento de América Latina -que se espera que caiga a un escaso 1,7% en 2023, según el FMI- mantenga alto el descontento público y bajos los índices de aprobación de los líderes de la región. Esto aumentará el costo político de los ajustes fiscales necesarios, por lo que es probable que la mayoría de los líderes los demoren o los abandonen por completo para evitar la furia de la opinión pública.
Es probable que continúe el drama político en curso. En Perú, la presidenta Dina Boluarte se convirtió en la quinta presidenta del país en los últimos dos años, después de que Pedro Castillo intentara disolver el Congreso en un autogolpe. Ahora se enfrenta a una ardua batalla con el Congreso para evitar su propia destitución.
En El Salvador, las alternativas políticas al presidente Nayib Bukele son tan poco atractivas que, incluso mientras erosiona la democracia a plena luz del día, sus índices de aprobación siguen siendo altos. También pueden aumentar las tensiones en la Argentina, Paraguay y Guatemala, que se preparan para celebrar elecciones en medio de importantes acusaciones de corrupción que aumentaron el riesgo de volatilidad política.
Malestar con los gobiernos
Como consecuencia de esta inestabilidad, perdurará una segunda tendencia: el fuerte sentimiento de los votantes contra los gobiernos de turno. Esta tendencia ya dio lugar a una sorprendente serie de 15 victorias consecutivas de la oposición en elecciones libres y justas en América Latina en los últimos cuatro años. Esto podría llevar a la elección de un presidente de centro-derecha o de extrema derecha en la Argentina en octubre del próximo año.
Es probable que la segunda marea rosa -que fue incluso más amplia que la primera, ya que ahora incluye a las cuatro mayores economías de la región- se debilite rápidamente. De hecho, las posibilidades de que el presidente argentino Alberto Fernández gane la reelección parecen tan reducidas que es posible que ni siquiera se presente.
En Paraguay, sin embargo, la oposición de izquierda tiene una rara oportunidad de presentar batalla. Los votantes podrían desbancar al Partido Colorado, en el poder, debido a los escándalos de corrupción en los que se vio envuelto Horacio Cartes, el líder del partido desde hace muchos años, a los bajos índices de aprobación presidencial y a las luchas internas en el gobierno.
Guatemala puede ser la excepción a la regla. El gobierno puede interferir lo suficiente -aunque menos abiertamente que en Nicaragua o Venezuela- para garantizar el dominio conservador tras las elecciones de junio. El gobierno de Alejandro Giammattei tomó medidas enérgicas contra el periodismo independiente, la sociedad civil y el Poder Judicial, lo que sugiere que las elecciones de 2023 podrían no ser libres ni justas. La prohibición de la reelección presidencial en el país también ayuda a los candidatos más o menos alineados con el gobierno a presentarse, no obstante, como alternativas significativas.
El regreso de Brasil
Una tercera tendencia en 2023 estará catalizada por la elección de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil. América Latina como región se convertirá en un actor global más destacado, especialmente en los debates sobre cómo abordar el cambio climático y la deforestación. Durante la reciente conferencia sobre el clima celebrada en Egipto, Lula señaló que intentará que su país sea sede de la COP en 2025. Si a esto se añaden las cumbres de los BRICS y del G20 en 2024, queda claro que el gobierno de Lula dedicará importantes esfuerzos a mostrar al mundo que “Brasil volvió”. Cabe esperar que Brasil, y América Latina en general, ocupen un lugar destacado en el debate mundial sobre el cambio climático como actores que pretenden marcar la agenda.
Recesión democrática
En cuarto lugar, es probable que la recesión democrática en América Central, sobre todo en Nicaragua y El Salvador, pero ahora también en Guatemala y posiblemente en Honduras, no cese. Al igual que el salvadoreño Bukele, la presidenta hondureña Xiomara Castro suspendió recientemente una serie de derechos constitucionales en la capital, Tegucigalpa, para luchar contra las bandas criminales. Esta pendiente resbaladiza puede conducir a una erosión significativa del régimen democrático e inspirar imitadores en otros lugares.
Esto es especialmente cierto si se tiene en cuenta el limitado impacto práctico de las reglas regionales para proteger la democracia, como la Carta Democrática Interamericana destinada a ayudar a contener los excesos de los líderes. En consecuencia, la emigración a gran escala desde América Central continuará.
Integración limitada
Por último, a pesar de una alineación ideológica temporal entre los gobiernos de América Latina, las iniciativas regionales significativas para profundizar la integración serán muy limitadas. El asesor de Lula y ex ministro de Relaciones Exteriores, Celso Amorim, planteó la posibilidad de crear una unión monetaria con la Argentina, una idea tan mal concebida y poco realista como cuando la ventiló el ministro de Economía saliente, Paulo Guedes. También se barajaron planes para relanzar la Unasur.
Pero las iniciativas audaces seguirán siendo frenadas por la incertidumbre interna, la importancia decreciente del comercio regional, y los profundos desacuerdos entre los gobiernos de izquierda y derecha sobre el lugar de América Latina en el mundo. El estancamiento actual en el Mercosur entre Uruguay -dispuesto a firmar un acuerdo comercial con China y unirse al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) independientemente del bloque regional- y Brasil, la Argentina y Paraguay es un indicio de lo que está por venir.
El reducido espacio para la cooperación regional también limitará los avances en el problema más acuciante de la región: la consolidación del reinado del presidente Nicolás Maduro en Venezuela, que cumplirá una década en marzo.
Tomadas en su conjunto, estas tendencias apuntan a un año que muy probablemente se parecerá a 2022. Estará marcado por un lento crecimiento, los desafíos a la democracia y la inestabilidad que estos generan. Pero también se hablará de una mayor cooperación, así como de un renovado liderazgo latinoamericano en la escena mundial.
Oliver Stuenkel
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