América Latina se abre a una nueva década quizás no tan apocalíptica
Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly. El autor es su editor general y vicepresidente de la Americas Society and Council of the Americas
WASHINGTON.- En los 20 años que llevo estudiando la política y la economía latinoamericanas, nunca escuché tanto pesimismo sobre el futuro como ahora. Desde los directorios de las corporaciones hasta las casas de gobierno, pasando por prácticamente todos los grupos de WhatsApp de los que formo parte, cunde el temor a una "década perdida": que el decenio que arrancó en 2020 sea una era de aumento de la pobreza, agitación social, defaults de deudas y creciente autoritarismo en la región.
Sabe Dios que las razones de preocupación son muchas. El año 2020 se va acercando a su fin, con América Latina en el epicentro de la pandemia global y seis de sus países —Perú, Bolivia, Brasil, Ecuador, Chile y México— en la triste lista de los diez que han tenido más muertos per cápita en todo el mundo, al menos según los fallecimientos confirmados en la base de datos del Johns Hopkins. Los números reales seguramente sean más altos.
En el camino, se estima que las economías de la región se hayan contraído más de un 8% en promedio. Esa caída duplicaría la de Estados Unidos y sería peor que la de cualquier otra región del mundo, excepto la eurozona, según el FMI.
No hay duda de que el Covid-19 dejó al descubierto muchos de los problemas más insoslayables que tiene América Latina, desde la enorme brecha de ingresos y la desigualdad en el acceso a la salud hasta la baja confianza en los gobiernos, todo lo cual termina de agravar las consecuencias. La región ya venía muy golpeada antes de la pandemia, con graves protestas callejeras desde Chile hasta Colombia, el lugar más peligroso del mundo —33% de todos los homicidios y apenas un 8% de la población global—, y algunas de las economías con peor rendimiento a nivel mundial.
Pero al mismo tiempo también creo que tanto pesimismo sobre las perspectivas de la región es en parte exagerado, porque ignora la reciente historia de América Latina y también comete un error fundamental: un error humano. Creo que la próxima década será difícil y estará llena de desafíos para la región, pero quizás no sea el apocalipsis que actualmente muchos predicen.
En este artículo, intentaré articular por qué creo que es así, en base a datos, conversaciones con expertos, y mis propias experiencias. Ya hemos pasado por esto. Para empezar, tengo que contarles un poco de mi historia personal.
Años de crisis
A principios de 2000, justo después de recibirme en la Universidad de Texas, me saqué un pasaje de ida a Buenos Aires, con el sueño de convertirme en corresponsal en el extranjero. Al principio me costó, pero terminé encontrando trabajo como reportero en la agencia de noticias Reuters. Y por una de esas vueltas del destino, mi primer trabajo fue cubrir una de las peores crisis económicas que se produjo en el mundo en el último medio siglo.
La crisis argentina de 2001-2002 fue en muchos sentidos peor que el caos actual. El país perdió un 20% de su PBI, y en su pico máximo, uno de cada tres argentinos estaba desempleado. El tristemente célebre "corralito" congeló y luego devaluó los ahorros bancarizados de la gente (yo perdí unos 3000 dólares, una verdadera fortuna para un periodista de 23 años). Para la mayoría de los argentinos, las consecuencias fueron infinitamente peores. El hambre generalizada desencadenó disturbios y saqueos que, a su vez, forzaron la renuncia del presidente Fernando de la Rúa, que abandonó la Casa Rosada en helicóptero. A continuación, se sucederían cinco presidentes distintos en apenas dos semanas.
Los primeros años de la década de 2000 fueron tiempos muy difíciles, y no solo para Argentina, sino para toda América Latina. En Colombia, el gobierno se quedó prácticamente sin fondos en efectivo para pagar los sueldos estatales y las FARC estaban en su apogeo, con récord de secuestros y atentados con explosivos en los meses previos a la elección de Álvaro Uribe. Brasil atravesaba una feriz crisis financiera por el pánico de los inversores ante la posible elección Luiz Inácio Lula da Silva como presidente. En Venezuela, un golpe fallido y la huelga general habían profundizado la polarización política y el éxodo de la clase media. Y en México ya se estaban dando cuenta de que ni la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) ni la salida del Partido Revolucionario Institucional (PRI) tras 71 años alcanzarían para poner en marcha una era de rápido crecimiento.
De hecho, en 2002, muchos analistas estaban convencidos de que la década de 2000 sería una década perdida para América Latina. Lo que siguió, en cambio y para sorpresa de prácticamente todos, fue la mejor década de la historia moderna en toda la región.
Los datos objetivos del PBI promedio de la región durante los últimos 50 años sobre una base per cápita, o sea ajustado según el crecimiento poblacional, dejan en claro la naturaleza profundamente cíclica de las economías de América Latina a lo largo de la historia. Esos datos también muestran la excepcional prosperidad de la región en el periodo 2003-2013: unos 50 millones de latinoamericanos salieron de la pobreza, se sumaron a la clase media y se pudieron comprar por primera vez un lavarropas, un auto o un pasaje en avión. La desigualdad también disminuyó, aunque muy poco.
Pero sé lo que muchos están pensando: Que solo fue gracias a China y al precio extraordinario de las materias primas, y que esas condiciones no volverán a repetirse en lo que nos queda de vida. Yo pienso que la historia real es más compleja, pero volveremos a eso más adelante.
Ahora avancemos en cámara rápida hasta 2010. Ese año me mudé a Brasil, también como reportero de Reuters. Se respiraba euforia en el aire, todo lo contrario de lo que había experimentado diez años antes en Argentina. Ese año, la economía de Brasil creció un 7,6%. La mayoría sabía que ese ritmo de crecimiento no se sostendría, pero nadie, realmente nadie, esperaba que Brasil creciera menos del 3% en los años siguientes. Varios otros países vivían un momento igualmente mágico. En Wall Street y dentro de la región, ya se hablaba de 2010-2020 como la "década latinoamericana" y de niveles de vida que irían convergiendo con los de países como España y Portugal.
Ya sabemos lo que pasó durante esa década. Algunos países cayeron más duro que otros. A los de la costa del Pacífico, en general más abiertos al libre comercio, les fue un poco mejor que a Argentina y Brasil, ni que hablar a Venezuela. Pero en general, América Latina quedó muy rezagada durante una era de sólido crecimiento global.
¿Cuál es el punto que quiero resaltar? Bueno, hace unos días estuve charlando con un amigo que trabaja hace 40 años en bienes raíces de uso comercial. Me comentaba que su negocio siempre fue de naturaleza cíclica, y lamentaba que la gente pareciera olvidarlo. "Siento que trabajo en una industria de ciclos de 10 años, pero que tiene memoria de solo siete años".
Casi salté de mi silla, porque esa era también la descripción exacta de América Latina y de mi experiencia en la región durante las últimas dos décadas. Cada vez que América Latina está en la cima de la curva, la gente se deja llevar y se inventa razones para creer que los buenos tiempos durarán para siempre. Durante las crisis ocurre lo contrario, y cunde una especie de fatalismo. He visto caer víctimas de esta forma de pensar a personas muy inteligentes: directores ejecutivos, economistas de renombre, inversores de Wall Street, políticos y ciudadanos comunes. Case nadie parece estar inmune.
En cuanto a los por qué… mejor llamar a un psicólogo. Pero quedan planteados algunos interrogantes obvios: ¿Este es un momento similar? ¿Las sombrías predicciones de la actualidad sobre otra "década perdida" son garantía de que no todo irá tan mal? ¿O América Latina habrá entrado realmente en una nueva clase de espiral descendente, y esta vez la recuperación cíclica no llegará?
Hay que considerar seriamente la posibilidad de que el escenario más oscuro sea cierto. Quizás el Covid-19 y la tendencia negativa de la década de 2010, sumado a otros factores, como la caída de las tasas de natalidad, el cortoplacismo de la política populista y la inversión crónicamente baja, hayan condenado a la región a atravesar un período inusualmente difícil. En mis momentos de mayor pesimismo, me pregunto si todo Occidente no está en decadencia, y si América Latina no está simplemente a la vanguardia de ese proceso.
Pero luego pienso en la década de 2000 y en las verdaderas lecciones que dejó el último boom de las economías latinoamericanas. Gran parte del crecimiento se debió a China y al auge de las materias primas, pero no todo. La década de 2000 fue también cuando América Latina cosechó los beneficios de reformas logradas con sufrimiento, muchas de ellas concretadas en la década anterior. Esas reformas eran variadas según cada país, desde medidas para reducir la inflación y estabilizar el sistema financiero (Brasil y Perú, entre otros) hasta avances en materia de seguridad (sobre todo Colombia), o la extensión de una red de seguridad social y programas de bienestar que ayudaron a crear una nueva clase de consumidores (Argentina, Brasil, Perú y otros países). En retrospectiva, muchas de estas tendencias positivas ya estaban ahí antes del auge, escondidas a plena vista.
Optimismo
¿Cuáles son esta vez las subestimadas razones que nos permitirían ser optimistas? ¿Qué podría llevar a la década de 2020 a sorprendernos positivamente, aunque sea un poco? Quiero destacar cinco de esas razones para el optimismo.
La primera, y creo que la más importante, es la mejora en los niveles de educación. Entre 1991 y 2010, el porcentaje de jóvenes inscriptos en la educación superior se duplicó con creces, y actualmente comprende a más del 40% de ese grupo etario.
Ninguna otra región del mundo ha vivido un fenómeno así. Hace veinte años, los índices de educación superior eran comparables a los de Asia Central: actualmente, América Latina le saca varias cabezas de ventaja. Según un informe del Banco Mundial, desde principios de la década de 2000, en América Latina se abrieron más de 2300 universidades y nuevas instituciones de educación superior. Aquellos que se graduaron en medio de ese auge están llegando a los años más productivos de sus carreras, o sea que son una inversión que está a punto de dar sus frutos.
Por supuesto que hay dudas sobre la desigual calidad de esa formación. Y también es cierto que la pandemia está obligando a muchos de estudiantes actuales a abandonar la carrera para ayudar a mantener a sus familias. Pero esta nueva generación sigue siendo la mejor esperanza que ha tenido América Latina para finalmente aumentar su productividad, que según varios estudios está estancada desde hace más de 40 años. Cualquier crecimiento que se produzca durante la década de 2020 tendrá que ser por productividad: es poco probable que haya un auge exportador de productos básicos o una expansión de la fuerza laboral, los dos principales motores de crecimiento de las últimas décadas.
La segunda razón que justifica el optimismo es que la expansión de la tecnología móvil parece destinada a favorecer a América Latina, donde los índices de uso y cantidad de usuarios son muy altas. De hecho, muchos pronostican que la región "se saltará" varias etapas de desarrollo en sectores como el fintech (tecnología financiera) y banca móvil.
En tercer lugar, el largo periodo de bajas tasas de interés a nivel global impulsará a los inversores a buscar mayores rendimientos en lugares más riesgosos, y eso abre una oportunidad para América Latina, aunque sin garantía de éxito.
En mi opinión, una de las debilidades más evidentes de la región en este momento es un liderazgo deficiente a nivel presidencial. Por derecha y por izquierda, son demasiados los presidentes latinoamericanos enfocados en las "batallas culturales", que gobiernan solo para sus bases o que se aferran a ideas económicas viejas y fallidas. Pero en muchos países, y aquí va la cuarta razón, las instituciones democráticas están demostrando ser resistentes y contribuyendo a subsanar algunas de esas deficiencias.
En Brasil, por ejemplo, los líderes del Congreso lograron acordar la aprobación de una importante reforma previsional en 2019, y desde entonces actúan como salvaguarda contra los excesos del Ejecutivo. Chile canalizó la furia popular del año pasado en un proceso de referéndum para una nueva Constitución. Y Argentina ha gozado de cierto consenso político sobre el manejo de la pandemia, aunque en las últimas semanas ese acuerdo parece haberse desvanecido.
La quinta y última razón del relativo optimismo está relacionada con el cambio de valores en el sector privado. Sé que algunos ya habrán soltado una carcajada, pero aguántenme un minuto. Los líderes empresarios latinoamericanos, especialmente los más jóvenes, se están dando cuenta de que son ellos los que deben ponerse al frente de ciertos temas, y que las "políticas" no pueden quedar exclusivamente en manos de los políticos. Parte de esto se debe a cambios en los estándares de gobierno, así como a demandas de sus propios clientes.
Hoy en día, por ejemplo, escucho a líderes empresariales brasileños presionando mucho más agresivamente que antes para que se proteja la Amazonia. Y cada vez son más los empresarios latinoamericanos que presionan por una mayor integración comercial con el mundo. Además, después de los grandes escándalos de la década de 2010, incluido el Lava Jato, hay mucho más énfasis en el cumplimiento de estándares y procedimientos empresarios. No espero milagros en ninguno de estos frentes: la corrupción no ha desaparecido. Pero esas nuevas condiciones deberían contribuir a generar un entorno empresarial más transparente y, en última instancia, más justo, con menos oligopolios y cartelizaciones, que en las últimas décadas ahogaron el crecimiento y el espíritu empresarial latinoamericanos.
Basta sumar todo esto para encontrar buenas razones para la esperanza.
¿Mi conclusión? En los 20 años que llevo reportando y escribiendo sobre América Latina, he visto muchas crisis, pero también muchos avances. No concuerdo con gran parte del fatalismo que escucho estos días, porque siento que ignora la historia reciente de la región, que tuvo éxitos que no fueron exclusivamente el resultado de fuerzas externas, sino de decisiones internas que entrañaron esfuerzos y sacrificios.
Creo posible que con el liderazgo y las decisiones correctas, América Latina vuelva a sorprendernos positivamente una vez más. La década de 2020 solo será "perdida" si dejamos que así sea.
Americas Quarterly
Traducción de Jaime Arrambide
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