América Latina no se define con la guerra. ¿Qué hay detrás de su ambigüedad?
La región solo ha dado un cauteloso respaldo diplomático a Ucrania en su defensa contra Rusia; ha preferido un rol menos comprometido que el de Estados Unidos y Europa
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La Conferencia de Seguridad de Munich es la Davos de la geopolítica. Allí, el fin de semana pasado, decenas de jefes de Estado y de gobierno debatieron sobre cuándo y cómo terminará la guerra en Ucrania, sobre si el planeta se encamina a una nueva bipolaridad o a la multipolaridad, sobre cómo evitar que la actualidad violenta, fragmentada y empobrecida del mundo tape el drama que condicionará la vida de las próximas generaciones, el cambio climático.
Salvo Rusia, estaban todos los protagonistas del nuevo tablero mundial. Aliados, no tan aliados y rivales intercambiaron elogios, reproches y amenazas en la capital de Baviera. Nada ni nadie faltó… o casi nadie. Volodimir Zelensky habló desde Kiev. Casi todas las naciones europeas estaban representadas, la mayoría con sus jefes de Estado y de gobierno, desde Macron a Scholz. Además de Kamala Harris, Estados Unidos envió a sus principales ministros y legisladores. China optó por Wang Yi, canciller y cara de la agresiva diplomacia de Xi Jinping.
El resto del mundo no se perdió la cita; un rápido repaso de la agenda de la conferencia desnuda por dónde pasan los ejes de atención y decisión hoy. África estuvo representada por seis naciones; Medio Oriente, por siete; Asia, por diez. América Latina, acaso en una señal de su creciente aislamiento y ambigüedad, solo tuvo dos enviados, el canciller brasileño, Mauro Vieira, y la vicepresidenta colombiana, Francia Márquez.
Basada en el corazón de Europa, la conferencia le regaló a las potencias occidentales un escenario ideal para autocelebrar su sorprendente unidad para defender a Kiev y combatir a Vladimir Putin durante un año, una guerra que, para Occidente, es de las democracias contra las autocracias.
Esas naciones tuvieron tiempo, además, para mostrarse perplejas ante un fenómeno que se insinuó cuando Rusia invadió Ucrania y crece desde entonces: la distancia que toma del conflicto el Sur Global, un grupo tan diverso y difuso como grande que incluye a América Latina, y su falta de apoyo total a Occidente contra Rusia.
Macron se dijo asombrado por “cuánta credibilidad está perdiendo” Occidente “en el Sur”. Por su lado, Josep Borrell, canciller de la Unión Europea, llamó a “desmantelar el poderoso relato de Rusia sobre los doble estándares”, que permea en el resto del mundo.
Los líderes europeos, sin embargo, se cuidaron de levantar el dedo moral y criticar abiertamente al Sur Global. La franqueza corrió sí por cuenta del anfitrión.
“Varias naciones de América Latina ven este conflicto como un conflicto entre Occidente y Oriente, como Rusia contra Estados Unidos y Europa, cuando en realidad es sobre la violación a la Carta de Naciones Unidas, la violación de un orden basado en reglas”, le dijo a The Financial Times Cristoph Heusgen, titular de la Conferencia de Seguridad de Munich.
1. Entre narcisismo occidental y la neutralidad con sabor a algo más
Una y otra actitud, la de las potencias y la del Sur Global, tienen nombres. A esa perplejidad salpimentada con desilusión de las potencias se la podría clasificar como “narcisismo estratégico”. H.R. McMaster, consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca de Donald Trump, inauguró ese término para describir la tendencia norteamericana a definir la seguridad global solo en función de sus propios intereses.
A la distancia del Sur Global, o más precisamente, la de América Latina, le caben varias definiciones, en función de quién opine. El canciller ucraniano, Dmitro Kuleba, la calificó hace unos diez días de “neutralidad”, una palabra que tiene tantas reminiscencias a “equidistancia” como a la dudosa neutralidad argentina durante la Segunda Guerra Mundial, que escondía simpatías con los países del Eje.
Por su lado, diplomáticos y académicos latinoamericanos emplean un término menos cargado y con ambiciones de más explicación: “no alineamiento activo”, una versión 3.0 de los “no alineados” de la Guerra Fría.
Su traducción sería algo así como “ni con uno ni con otro, yo estoy con el que me convenga por seguridad, economía o política”. Esa ambigüedad no es exclusiva para la guerra en Ucrania, más bien América Latina la entrena desde hace unos años para hacer pie en la creciente rivalidad entre dos países que necesita por igual, Estados Unidos y China.
En varias naciones de la región la ambigüedad no existe. Cuba, Nicaragua, Venezuela exhiben en sus vidrieras diplomáticas todo su apoyo a Rusia, por interés económico, por ideología, por antinorteamericanismo o, simplemente, por creer que la violencia es la solución a cualquier cuestionamiento de otros.
Para el resto de la región, la explicación a la ambigüedad es más multicausal y, a futuro, tal vez, más costosa. Incluye, claro, una alta dosis de ideología y desconfianza de Estados Unidos, en especial, en los gobiernos de izquierda. Pero también la necesidad de no jugarse para resguardar los intereses económicos de naciones golpeadas por el estancamiento y el malestar social.
2. Apoyo diplomático sí, sanciones y armas no
“Cuando se produjo la invasión, la mayoría de los países de América Latina condenaron a Rusia. Era muy difícil no hacerlo por el tema de la integridad territorial y la soberanía, que es tan sensible entre la región y Estados Unidos. El castigo público quedó claro. Pero después llegaron las sanciones y el pedido de enviar armas a Ucrania y ahí los países [de la región] dijeron que no”, explica, desde Washington, Gonzalo Paz, investigador y profesor en la Universidad de Georgetown.
En la ONU -y no así en una OEA fracturada por los reproches y la ideología-, la región se volcó casi siempre por apoyar a Ucrania durante todo el año. El jueves pasado, en su sexta votación sobre la guerra, la Asamblea General sufragó a favor de exigir a Rusia que se retire de Ucrania con el respaldo de la mayoría de los países de América Latina, incluyendo sus tres países más grandes y ambivalentes Brasil, México y la Argentina.
Sin embargo, la región no se sumó a las sanciones impuestas por Estados Unidos, Europa, Japón, Corea del Sur, Australia y otras naciones a Rusia. El bloqueo comercial incluso no funcionó con sectores estratégicos para las economías regionales, por ejemplo, los fertilizantes. Brasil, el mayor comprador de fertilizantes rusos, aumentó sus adquisiciones de esos productos el año pasado respecto de 2021.
Lo mismo sucedió con el envío de armas a una Ucrania que las necesita desesperadamente. Hace un mes, el Comando Sur de Estados Unidos y el canciller Scholz, de visita en la región, sugirieron que la región despachara su arsenal de origen ruso a Ucrania con la promesa de que sería reemplazado por armas europeas o norteamericanas.
“Sacando Nicaragua y Venezuela, hay seis o siete países con armas rusas. Para Estados Unidos, era políticamente importante y además le daba la posibilidad de recuperar clientes [para su industria de las armas]. Eso tiene importancia estratégica a largo plazo”, advierte Paz.
Sin embargo, ninguno de los gobiernos que recibió el pedido decidió ceder su arsenal o sus helicópteros rusos (la Argentina tiene dos). Desde Chile y la Argentina a México y Brasil, se sucedieron los “no”. Respaldo diplomático sí, pero compromiso militar y económico, no.
Para Paz, detrás de esa ambivalencia están las “acuciantes realidades” de los países de la región que impiden a los gobiernos jugarse.
“La región está muy metida en sus problemas, más inquieta con la inestabilidad política, social y económica local que con los problemas y necesidades del resto mundo. Siempre fue así, pero ahora hay mucha más inestabilidad”, dice.
Para Vladimir Rouvinski, director del Laboratorio de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Icesi, de Colombia, hay además otras razones.
“Hay una posición compartida entre los países de la región que tiene que ver con la gran incertidumbre sobre qué va a pasar con las reglas de juego internacionales. Hay un proceso de cambio y no se sabe cómo va a terminar. Con la negativa a entregar armas, no hay un apoyo a Rusia. Hay, en todo caso, una señal de que los países no están dispuestos a jugarse”, opina, en diálogo con LA NACION.
3. La Argentina y los costos de la ambivalencia
¿Quién ganará y qué alianza prevalecerá en el tablero que emerja en la posguerra de Ucrania: Europa y Estados Unidos o Rusia y China? Esa pregunta domina las estrategias exteriores de las naciones de no solo América Latina sino del resto del Sur Global. Cada una tiene sus necesidades, sus intereses y su juego.
Pero no todas tienen el mismo poder ni influencia. La ambigüedad de la India y Turquía tal vez no tengan el mismo costo que la ambivalencia de las naciones de América Latina. La India es la quinta economía del mundo y hoy, con sus masivas compras de petróleo ruso con descuento, es el sostén financiero de Putin. Pero Estados Unidos la necesita para contener a China en Asia.
Lo mismo sucede con Turquía. Es hoy uno de los mayores socios comerciales de Rusia, pero Europa la necesita por puente esencial al Mar Negro, entre otras tantas cosas.
¿Tendrá costo entonces la neutralidad de América Latina ante dos de sus mayores socios económicos, Estados Unidos y Europa? ¿En ese caso cuál será? “Los costos para la región hoy no son tan claros a largo plazo porque hay una alternativa económica, que es China”, dice Rouvinski.
Eso lo tiene claro Washington. Laura Richardson, jefa del Comando Sur norteamericano, fue la encargada de verbalizar el pedido a América Latina para que envíe armas a Ucranias, en una larga entrevista a mediados de enero pasado. En ese diálogo, dejó en claro que China es, para el gobierno de Biden, una “presencia maligna” en la región y, no sin frustración, también reveló que Washington le provee pocos recursos para contrarrestarla.
¿Quiere decir que China avanzará allí donde el desinterés de Washington se manifieste? No necesariamente. Y esa tal vez sea la mayor advertencia para algunos países de la región, casi todos en realidad salvo uno o dos.
Las inversiones chinas volvieron a crecer en 2021, después de varios años. Pero la estrella de esos fondos fue, de manera excluyente, Brasil. Para la región las inversiones chinas crecieron un 30%; para Brasil, un 200%, de acuerdo con datos del Consejo Empresarial de Brasil y China (CEBC). En 2022, el interés chino -condicionado por una economía rehén de la política “Covid cero” de Xi- volvió a caer, y con él, las inversiones. La atención china con América Latina fluctúa, pero mantiene un foco: Brasil.
Según medios brasileños, Lula tiene pensado presentarle a Xi Jinping un plan de paz para Ucrania en un futuro viaje a China. Además, Ucrania confirmó que hace gestiones para dialogar en los próximos días con Zelensky.
Así como no es lo mismo la neutralidad de India como la de América Latina, tampoco dentro de la región, es lo mismo Brasil, la mayor economía regional, que la Argentina. La guerra ya diezmó la flacas reservas argentinas con la importación de una energía encarecida. Es probable que el país sufra más el costo de su ambigüedad estratégica que otras naciones.
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