Si bien son grupos minoritarios, los expertos plantean que obstaculizan la salida de la crisis sanitaria; las estrategias de autoridades y el rol de las redes sociales
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“Este veneno tiene que ver con el control de la población. Alterará tu ADN, rastreará y controlará tus emociones...nunca voy a entender por qué hay gente que quiere dársela”. Este comentario, sin evidencia científica, forma parte del grupo de Facebook “No a la vacuna Covid”, uno de los más de cientos existentes en las redes sociales en distintas partes del mundo, integrados por escépticos de las vacunas, que lograron mayor visibilidad con la llegada de la pandemia.
La campaña de vacunación a nivel mundial ya registra más de 4000 millones de dosis aplicadas. Avanza a distinta velocidad en cada país, condicionada principalmente por la desigualdad en el acceso a los inmunizantes. Pero es sobre todo en las naciones desarrolladas que llevan la delantera en el proceso de inmunización donde el movimiento antivacunas hace tambalear al plan completo y genera nuevos desafíos a los gobiernos, que intentan a toda cosa estimular a la población para que ponga el brazo a disposición de la salud.
¿Pueden estos grupos llegar a dinamitar la campaña de vacunación global? Los expertos consultados por LA NACION coinciden en que es improbable que el proceso fracase. No obstante, la existencia de un alto porcentaje poblacional negado a inmunizarse puede ser un gran problema.
Respecto a la cantidad de personas que rechazan sus dosis, el epidemiólogo del Organismo Andino de Salud Luis Bengolea consideró que la cifra complica la posibilidad de “llegar a tener una inmunidad comunitaria para proteger a la población”.
En todo el mundo, el 79% de la población coincide con que las vacunas son seguras y un 84% está de acuerdo en que son efectivas, según Welcome Global Monitor. Sin embargo, la desconfianza en las vacunas, algo que data desde su creación, se incrementó en los últimos años a niveles alarmantes, por lo que en 2019 la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó a este fenómeno entre las diez amenazas principales para la salud mundial.
Europa fue escenario en las últimas semanas de movilizaciones masivas en rechazo a las vacunas y a la entrada en vigor del pase sanitario, la nueva llave que permite el acceso a ciertos espacios públicos solo para los inoculados, los que hayan cursado la enfermedad, o demuestren una prueba negativa. Se trata de una medida que despertó polémica, surgida como estrategia para llevar a la población a los vacunatorios.
Más de 100.000 personas inundaron las calles de las principales ciudades de Francia al grito de “Libertad para todos” con carteles de inyecciones tachadas. Las autoridades informaron que en el sur del país varios centros de vacunación fueron destruidos y saqueados.
En Chipre, mientras la variante delta hace estragos con una de las tasas de contagios más altas del mundo, el movimiento antivacunas, integrado en su mayoría por jóvenes, se manifestó frente al palacio presidencial durante varias jornadas que terminaron en incidentes violentos.
“Estoy en contra de la vacuna tanto por razones médicas como por razones políticas”, aseguró en diálogo telefónico con LA NACION Bruno Courcelle, un matemático francés que que estuvo presente en las protestas de París. “Los gobiernos de la Unión Europea firman contratos secretos en los que le ofrecen muchas cosas a los grandes laboratorios, a los que no les interesan los efectos adversos que producen sus vacunas”, enfatizó. Sin pruebas que lo respalden, ese pensamiento se instala y se replica.
En Bulgaria (23%), Letonia (18%), Eslovenia (20%) y Croacia (18%) se encuentra la mayoría de la población europea que no quiere vacunarse contra el coronavirus y gran parte de los “indecisos” que aún no están seguros de adquirir sus dosis, según los datos del Eurobarómetro de mayo 2021. El reporte destaca la disparidad de respuesta entre los distintos segmentos etarios, siendo el grupo joven el más reacio a vacunarse, lo que genera gran preocupación por ser los principales vehículos de contagio de la variante delta según expertos.
En Estados Unidos, el porcentaje de vacunados con al menos una dosis ronda el 58%, con una tasa de dosis diarias administradas que desciende en picada. El país cuenta con uno de los movimientos antivacunas más poderosos, incluso desde antes de la pandemia.
El Centro de Investigación de Excelencia Clínica de Stanford formuló una encuesta en agosto 2020 que mostró que era muy poco probable que el 20% de la población aceptara su dosis, incluso si la evidencia sugería que era segura y efectiva. Otro 15% dijo que era poco probable que se inoculara.
“Antes de que la gente supiera siquiera que iba a haber una vacuna contra el coronavirus, ya había un 35% de estadounidenses que no se la quería dar. Es exactamente el mismo número de adultos que hoy no están vacunados. El porcentaje se mantiene estable”, indicó a LA NACION Robert Kaplan, profesor emérito de servicios de salud y medicina de la Universidad de California.
La inmunización, más lejos
Abhijit Surya, analista de la unidad de inteligencia de The Economist, consideró que “el mayor impacto del movimiento antivacunas en el resultado de estas campañas es que cuanto más largo sea el proceso, más se va a tardar en terminar la crisis sanitaria”. En este sentido, la aparición de nuevas variantes irrumpe como un efecto preocupante, cuando el mundo aún trata de dominar la delta.
Respecto a la mayor incidencia de estos sectores en países desarrollados, planteó posibles causas. “Una hipótesis es que, como los países en vías de desarrollo ya pasaron por crisis sanitarias, existe una tendencia marcada a vacunarse para evitar que estas crisis se prolonguen. Pero tampoco se puede generalizar. En Perú, por ejemplo, hay políticos y medios que se esfuerzan por desinformar sobre las vacunas, y la gente no está confiando en la Sinopharm”.
En una línea parecida, se expresó la infectóloga Florencia Cahn, miembro de la Sociedad Argentina de Vacunología y Epidemiología: “En algunos países como Estados Unidos y Francia estos grupos pueden llegar al 30%. Es un número muy alto que, si bien no hará fracasar el programa de vacunación, sí puede dificultar el hecho de llegar a la inmunidad de rebaño que se necesita para proteger no solo a los vacunados, sino también a los que los rodean”.
Y profundizó: “En la Argentina el movimiento antivacunas afortunadamente es un grupo muy minoritario que por ahí pueden hacer mucho ruido en las redes sociales o en los foros, pero realmente es minoritario”.
No obstante, se aceleran las estrategias para que la población se inmunice, y no solo desde los gobiernos. Tras la polémica generada por el pase sanitario dispuesto en la provincia de Buenos Aires, se conoció que la Unión Industrial Argentina (UIA) recomienda no pagar el sueldo a aquellos empleados que no vayan a trabajar porque se niegan a recibir la vacuna.
País por país, así avanza la vacunación
Efecto redes sociales y comunicación
Los grupos que se oponen a la campaña de inmunización global encontraron en las redes sociales un espacio para sumar adeptos. Facebook eliminó más de 18 millones de publicaciones y redujo la visibilidad de más de 167 millones de piezas “desacreditadas por los socios de verificación de datos”, según afirmaron desde el equipo de comunicación de la red social en la Argentina ante la consulta de LA NACION.
Siguiendo los sondeos estadounidenses, Kaplan sugirió que los ciudadanos en ese país tienden a cerrarse en su opinión mucho antes de que surjan las acciones de información y desinformación. “No hicieron gran cosa”, estimó.
Destacó que aún existe un gran porcentaje de los llamados “indecisos”, que están esperando a ver cómo actúa la vacuna o aguardan por mayor información, a los que también se suman casos excepcionales, como un 24% de los adultos estadounidenses que son fóbicos a los agujas y no antivacunas. Estos grupos “tienden a confiar más en sus médicos que en las campañas que muestran a celebridades o atletas vacunándose”, según la visión del experto.
“El 70% de la población vacunada [porcentaje estimado para generar inmunidad de rebaño], no es un número mágico. Hay dos formas de ser inmune: una es tener la vacuna y otra es haber contraído la enfermedad. Los cálculos suponen que ya hay cierta inmunidad por la gente que se infectó. El desafío es ver si esta protección alcanza para las nuevas variantes”, afirmó.
“Hay grises, gente que tiene dudas genuinas sobre la vacuna”, advirtió Cahn. “Eso es una gran deuda que tenemos desde el sistema de salud, de tomarnos esos minutos para explicarles a nuestros pacientes por qué indicamos las vacunas. Simplemente se necesita tener un poco más de conversación y comunicación efectiva para despejar dudas sin acusar”, concluyó
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