Amado y odiado, un guerrero de mano dura que terminó como "paloma"
JERUSALÉN.- Ariel Sharon fue una de las figuras más polémicas de la historia de su país. Adorado por unos como "rey de Israel", fue odiado por otros por su personalidad arrolladora, considerada peligrosa por muchos.
Simbólicamente, al lograr cumplir, en 2001, su sueño de ser primer ministro de Israel, comenzó a tener una imagen diferente, si bien no perdió su firmeza y obstinación. Siguió cosechando adversarios y volvió a ser eje de polémicas, pero se lo empezó a ver como un político preocupado por llevar a Israel a la calma de la que jamás había gozado.
Combinó siempre el amor por el trabajo de la tierra con la obsesión por la seguridad y se destacó como oficial en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Desde el punto de vista político, pasará a la historia como el conductor de la invasión, en 1982, del Líbano, cuando era ministro de Defensa, pero también como el "halcón" que hizo algo propio de una "paloma" al ordenar la salida israelí de Gaza, en 2005.
Sharon, que murió ayer a los 85 años luego de estar ocho años en coma, nació en 1928 en la entonces Palestina, cuando el mandato británico gobernaba lo que se convertiría luego en el Estado de Israel. A los 17 años se enroló en el ejército y en su servicio fue herido dos veces en combate. "Yo aprecio más que muchos otros políticos la importancia de lograr la paz, porque sé cuál es el precio de la guerra", solía decir.
Sus adversarios pensaban distinto sobre él: lo consideraban aventurero, irresponsable y descuidado. En la prensa israelí fue presentado a menudo como "un elefante en una tienda de cerámicas", por la falta de tacto, delicadeza y diplomacia que le atribuían.
En la arena internacional, su imagen también era problemática. El entonces ministro se ganó la enemistad de los árabes por planificar la invasión al Líbano, durante la cual las milicias cristianas masacraron, en septiembre de 1982, entre 800 y 3500 palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila.
Aunque el ejército israelí no fue el responsable de la masacre, una investigación oficial declaró que Sharon tuvo una "responsabilidad indirecta" por no haber anticipado ni impedido la tragedia; por eso, tuvo que dimitir como ministro de Defensa en 1983.
Por años y años, la izquierda no le perdonó su rol en la guerra de Líbano, durante la que le mintió al entonces primer ministro, Menachem Begin, acerca del curso que tomaba la situación, en un pantano del que Israel logró salir recién casi dos décadas después. Tras la renuncia de Sharon como ministro de Defensa, muchos pensaron que su carrera política estaba terminada. Sin embargo, después de pasar por varios puestos en el gabinete, fue elegido líder del partido Likud en 1999 y llegó a ser primer ministro dos años después.
En 2000, protagonizó otro episodio que volvió a marcar su carrera política. En septiembre visitó la Explanada de las Mezquitas, en Jerusalén, lugar sagrado para el islam. El gesto fue interpretado por los palestinos como una provocación y derivó en el comienzo de la segunda Intifada.
Famoso por su línea dura en el conflicto con los árabes, cuando Sharon fue electo primer ministro, sus críticos creían que su ascenso al poder podría desembocar en una nueva guerra. Pero el premier ya había cambiado. Se veía a sí mismo en los últimos años como el salvador de Israel, el gobernante que lograría acercar la paz.
Para ello, afirmaba Sharon, era necesario tener la combinación que él mostró en los últimos años: una convicción de que la negociación es inevitable, pero, al mismo tiempo, de que hay que combatir a los grupos radicales responsables de atentados, para que no puedan determinar la realidad de la zona.
Así llegó Sharon al otro capítulo de la relación entre palestinos e israelíes por el que se lo recordará en los libros de historia: la retirada israelí de la Franja de Gaza en 2005.
Cambio de rumbo
En 2005, Sharon sorprendió al mundo cuando concretó lo que algunos veían como imposible y otros como necesario: desmanteló los 21 asentamientos en la Franja de Gaza y otros cuatro al norte de Cisjordania. Evacuó a casi 9000 israelíes que allí vivían y que en su mayoría lo habían votado como premier, pensando que Sharon, que tanto había impulsado la construcción de asentamientos, jamás los sacaría del lugar.
Pero Sharon ya era otro, había llegado a la conclusión de que era inevitable dar ese paso. Lo concretó y sacó también a las tropas de la Franja, con la misma energía y determinación con que durante años había apoyado la creación de asentamientos.
Su imagen de halcón había comenzado a cambiar hacia la de "paloma" ya antes de concretar la retirada de la Franja de Gaza, con la que ganó el corazón de sus adversarios de antes y recibió, por otro lado, duras condenas de sus antiguos aliados.
Antes de demostrar su firme liderazgo -al concretar un paso que, según muchos temían, podía desgarrar a Israel-, la imagen de la que empezó a gozar a los ojos de los israelíes era de una especie de padre de la Nación, consciente de la responsabilidad de preservar la seguridad del país.
Sharon fue visto siempre como un "bulldozer", palabra que los israelíes usan a menudo en términos positivos. El apodo daba a entender que cuando "Arik" emprendía un proyecto, empujaba hacia adelante, costara lo que costase.
Para los árabes, eso fue un serio problema cuando, en 1997, Sharon utilizó sus energías para construir numerosos asentamientos en los territorios ocupados de 1967, que consideraba parte integral de la tierra de la Israel bíblica.
"Para mí, lo primero, es mi condición judía, esencial para mi ser israelí", solía decir Sharon. Y aunque no fue nunca una persona observante de la religión, el legado histórico judío era para él su nervio motor.
Sharon mezclaba el dogma con el pragmatismo. Al líder palestino Yasser Arafat lo llamó más de una vez "mentiroso" y "asesino", pero negoció con él cuando fue canciller en el gobierno de Benjamin Netanyahu (1998-1999). Sin embargo, cuando llegó a la conclusión de que Arafat era un obstáculo en el camino, fue terminante en su boicot.
Sharon fue siempre un hombre de grandes contradicciones: combinó una línea conservadora y un estilo poco diplomático y categórico, con un gran realismo. En Israel, cuando cayó en coma, en 2006, dejó una sensación de vacío de liderazgo, de que se fue una de las grandes figuras de la historia de Israel.
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