Alta tensión y ataques en Odessa, bajo estricto toque de queda horas antes del incierto 9 de Mayo
Los ciudadanos de Odessa se preparan para un toque de queda de tres días ante el temor de ataques rusos en la víspera de su simbólica fecha del Día de la Victoria
ODESSA.- ¿El Armagedón, otro golpe, pero mucho más letal y destructivo de todo lo que se vio hasta ahora, algún anuncio espectacular, o la nada?
Era la pregunta que reinaba hoy en Odessa, ciudad donde no paran de sonar las sirenas antiaéreas debido a ataques con misiles de las fuerzas rusas, que se preparaba para un rígido toque de queda extra large -desde las 22 de este domingo hasta las 5 de la mañana del martes-, en vista de lo que pueda pasar mañana en la simbólica fecha del 9 de Mayo, cuando Rusia festeja la derrota de la Alemania nazi hace 77 años.
Si bien Vladimir Putin pensaba celebrar una gran victoria militar, como los soldados ucranianos aún atrincherados en la acería de Mariupol seguían si rendirse, en Odessa, otro objetivo del Kremlin, se intensificaban los ataques. Hoy, en un domingo de terror de los más surrealistas, con gente en la costanera paseando y tomando sol, tres misiles fueron disparados por las fuerzas rusas: uno fue interceptado por el sistema antiaéreo ucraniano pasado el mediodía, como pudo oírse cuando se oyeron dos fuertísimos estruendos; y otros dos destruyeron una zona residencial costera del sur de Odessa, cerca de una zona militar, pasadas las cuatro de la tarde locales. En medio de gran hermetismo, las autoridades, que no dejan que la prensa se acerque a los sitios atacados, admitieron que hubo daños y mostraron imágenes de destrucción, pero negaron la existencia de víctimas.
Ayer, sábado, otros seis misiles disparados por los rusos dañaron la pista del aeropuerto de la ciudad -ya atacado hace unos días-, así como un galpón y una serie de edificios de un complejo de monoblocks de estilo soviético que se levantan cerca de allí, en el sur de Odessa.
“Eran las dos de la tarde, estábamos arreglando unas flores del jardín y de repente escuchamos volar aviones ucranianos: miramos hacia arriba y nos pusimos contentos, era muy lindo verlos. Terminamos de arreglar el jardín, volvimos al departamento y escuchamos tres enormes explosiones. Nos tiramos cuerpo a tierra en la entrada y nos quedamos ahí media hora. Cuando salimos, los destrozos de nuestra casa eran inmensos”, contó a LA NACION Valentina Petrovna, maestra de jardín de infantes jubilada, que esta mañana invitó a ver los daños de su departamento del primer piso de uno de los monoblocks. “Ahora ya limpiamos todo, pero no saben qué desastre había ayer: se rompieron todos los ventanales y la araña”, señala, mostrando que ahora hay una tela de plástico en el ventanal de su living.
“Hace 44 años que vivimos acá”, suspira Valentina, pelo corto canoso, 72 años. “Mi marido, Nikolai, nació en 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, bajo las bombas de los nazis.... Ahora tiene 80 años y está bajo las bombas en Odessa... ¿Quién jamás se lo hubiera imaginado?”, se pregunta, incrédula.
Pese al shock, a las sirenas antiaéreas que siguen sonando y la psicosis por la fatídica fecha del 9 de Mayo, Valentina, que dice que tuvo frío durante la noche por la falta de vidrios, se quedará también hoy a dormir en su departamento. “No tengo otro lado dónde ir”, dice.
¿Teme que pueda pasar algo aún más grave mañana, 9 de Mayo?
- “No tengo tiempo de tener miedo porque formo parte de un grupo del vecindario que organiza diversas actividades”, contesta, fuerte y determinada como todas las ucranianas.
Afuera de su edificio, donde aún huele a pólvora y hay una zona vallada por cintas, una cuadrilla de obreros de la municipalidad, con escobas, un camión con escalerilla mecánica y demás elementos, trabaja a todo ritmo para limpiar la zona y comenzar a reparar los daños. Recogen los restos de chapas retorcidas, los vidrios de las ventanas que han estallado por la onda expansiva del misil y demás fragmentos y colocan las lonas de plástico que suplantarán momentáneamente a las ventanas.
En tanto en el resto de Odessa, ciudad portuaria que normalmente tiene 1 millón de habitantes, pero que, desde que comenzó la “operación especial” de Putin, se fue vaciando y donde se estima que quedó menos de la mitad de la población, la gente se preparaba para el toque de queda XL.
Como estará totalmente prohibido salir a la calle durante 31 horas -incluso para los periodistas acreditados-, muchos iban al supermercado para tener las provisiones necesarias. Se veían también muchos autos en fila en las pocas estaciones de servicios que tienen nafta, para cargar los 10 litros permitidos. “Si viene un ataque enorme, uno tiene que estar preparado para cruzar la frontera y escapara a Moldavia”, explicaba Slava, mi intérprete y guía.
En vista del encierro, muchos salieron a caminar en el bellísimo paseo de la costanera de Odessa. Pese al clima de guerra, los nervios, la paranoia creada por las sirenas permanentes y los misiles, allí, en una jornada primaveral y soleada, había parejas de todas las edades, chicos tomando un helado, gente en bicicleta o monopatín, incluso mujeres tomando sol en bikini y haciendo yoga, relax necesario en medio de tanta tensión.
No había nadie en las playas de arena, inaccesibles y valladas con cintas y carteles rojos con calaveras que dicen “peligro-minas”, minadas en vista de un eventual asalto desde el mar del enemigo ruso.
“No, no tenemos miedo de la fecha del 9 de Mayo”, aseguraron a LA NACION Valerie Savchuch y su marido, Dimitro, de 27 años, mientras tomaban sol en uno de los bancos de la costanera con vista hacia el Mar Negro. “Todo lo que Rusia pudo hacer ya lo hizo. Nada más puede hacer, por eso no tenemos miedo”, explicaron. “El 9 de Mayo es importante para Putin, pero sólo porque él es el verdadero nazi”, añadieron.
En otro fiel reflejo de lo compleja que es la situación en este rincón del mundo, Valerie y Dimitro contaron que son oriundos de Crimea, la península que pertenece a Ucrania pero que Vladimir Putin anexó ilegalmente en 2014. Lo hizo en venganza de la llamada rebelión de Euro-Maidan, cuando los ucranianos le dijeron basta a un gobierno vasallo de Rusia y abrazaron el sueño de ingresar a la Unión Europea, algo que hizo que Putin también decidiera azuzar a los separatistas prorrusos de la región del Donbass, en el este y hoy epicentro de los combates. “Nos fuimos en 2012 para estudiar aquí en Odessa y nunca más volvimos a Crimea. Mis padres están allá y es horrible, quisieran escapar de ahí pero no pueden y hay una propaganda terrible”, cuenta Valerie.
“Mi abuela, a quien le lavaron el cerebro y se cree la propaganda de Putin, el otro día me dijo que las muertes, las bombas y la destrucción que estamos teniendo aquí es el precio que tenemos que pagar para vivir mejor y pasar a ser parte de Rusia”, contó Valerie, evidentemente espantada. “Fueron sus palabras textuales, es una locura y una situación muy frustrante... En Crimea hay mucha gente que nunca estuvo afuera, nunca vivió afuera, nunca vio otra cosa y que se cree la propaganda rusa”, lamenta esta joven que estudió Relaciones Internacionales y habla perfecto inglés. “Sólo el 10% de quienes viven en Crimea no compra la propaganda rusa. Nosotros acá no podemos creer lo que está pasando, que los rusos nos estén atacando y ellos nos dicen: ‘es tu decisión quedarte ahí’... Es muy loco todo”, admite.
Como la mayoría que se ha quedado en Odessa, ciudad bajo ataque y bajo riesgo, Valerie y Dimitro no piensan irse. Aunque admiten que los primeros tres días de guerra estuvieron aterrados, después, como todos, se fueron acostumbrando. “Al principio pensamos que Odessa iba a terminar como Mariupol, pero cuando vimos que las fuerzas ucranianas detenían e incluso hacían retroceder a los rusos en Voznesensk (pequeña ciudad al norte de Mykolaiv), cambiamos de actitud”, cuentan. “Y ahora no tenemos miedo. Sí, los misiles que pasan sobre nuestras cabezas, los estruendos y las sirenas, asustan, pero es así en todos lados en Ucrania. Y no queremos irnos de Odessa porque nuestro business está funcionando”, explican.
Valerie y Dimitro, en efecto, son dueños de una empresa que vende online estuches para celulares, brazaletes y pulseras y, pese a que muchos comercios cerraron por la guerra, siguen adelante. “Tenemos 9 empleados que siguen teniendo sus salarios, no estamos teniendo ganancias ahora pero subsistimos y creemos que para respaldar a Ucrania tenemos que quedarnos acá, pagar nuestros impuestos y remarla”, agregan. Adaptándose a estos tiempos de guerra y locura, incluso consiguieron un jardín de infantes con refugio anti-ataque aéreo para su hija de cuatro años.
Atardece en Odessa, se acerca el estricto toque de queda XL en el cual podría pasar de todo, algunos temen que los rusos puedan sorprender con un golpe clamoroso, letal y sangriento, una minoría optimista y soñadora, en cambio, espera un anuncio de tregua y el clima se corta con cuchillo. Después de una jornada marcada por varias sirenas, cae la noche y reina un silencio inquietante. No hay nadie por la calle y decenas de policías están de guardia alrededor del inmenso parque Shevchenko, que ha sido cerrado y vallado con cintas, “por seguridad”. Le pregunto a Slava, mi guía intérprete, la pregunta del millón: ¿Qué piensa qué puede pasar? “Para mí, en un 80 por ciento, no pasa nada. En un 20 por ciento, pasa algo”.