Alineado, el G-7 prohíbe las importaciones del oro de Rusia y golpea la maquinaria de guerra del Kremlin
La cumbre avanza en su primer jornada con medidas contra el gobierno de Vladimir Putin; el objetivo es el de conservar la unidad de Occidente, en momentos en que algunas divergencias aparecen en torno del apoyo a Kiev
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PARÍS.- Ampliando aún más las sanciones contra Moscú, el G-7 anunció hoy la prohibición de importar oro ruso en su primer día de cumbre organizada en los Alpes alemanes. En un contexto marcado por la guerra en Ucrania y sus repercusiones en los mercados de la energía y los cereales, en esos tres días de reunión, las siete democracias más industrializadas del planeta deberán demostrar la persistencia de la solidaridad occidental.
“Estas medidas (…) afectarán directamente a los oligarcas rusos y golpearán el corazón de la maquinaria de guerra de Putin. Debemos agotar su régimen y sus financiamientos”, declaró en un comunicado el primer ministro británico, Boris Johnson antes de la cumbre.
Las exportaciones de oro ruso representaron el año pasado 14.640 millones de euros, mientras los rusos más ricos acumulan lingotes para atenuar el impacto de las sanciones financieras occidentales que, hasta el momento, alcanzan a más de 1000 ciudadanos y empresas rusas.
Acogida por el canciller alemán Olaf Scholz, presidente pro tempore del G-7 este año, en el suntuoso marco montañoso del castillo de Elmau, no lejos de Garmisch-Partenkirchen, la cumbre da una idea de los esfuerzos desplegados por los dirigentes occidentales. Joe Biden, Emmanuel Macron, Mario Draghi, Boris Johnson, el japonés Fumio Kishida y el canadiense Justin Trudeau, sin olvidar los dirigentes europeos, Ursula von der Leyen y Charles Michel, tienen la ocasión desde hoy y hasta el martes de hacer un balance de la situación en Ucrania, donde los combates no cesan desde hace cuatro meses.
Los miembros del G-7 ya se vieron en cuatro cumbres desde que comenzaron las hostilidades el 24 de febrero, día de la invasión a Ucrania, y mañana por la mañana debían volver a reunirse por videoconferencia con el presidente Volodimir Zelensky. El objetivo principal en esta oportunidad es el de conservar la unidad del campo occidental, en momentos en que algunas divergencias parecen aparecer aquí y allá en torno al apoyo a Kiev y, sobre todo, a las modalidades de una eventual tregua, inaccesible hasta el momento debido a la intensidad de los combates en el Donbass, donde Moscú acaba de obtener el control de la ciudad de Sieverodonetsk.
Tanto en el G-7 como en la cumbre de la OTAN —prevista para la semana que viene en Madrid— “todos verán claramente que la intención del presidente de Estados Unidos es revitalizar nuestras alianzas y nuestras asociaciones que nos permitieron estar presentes” para que Rusia “rinda cuentas”, afirmó el jueves John Kirby, coordinador de la comunicación de la Casa Blanca para cuestiones estratégicas. Nuevamente en Europa, Joe Biden también tratará de demostrar a sus aliados que hacer frente a Rusia y a China son fines complementarios y no opuestos.
Washington se ha fijado tres objetivos para este G-7: aumentar la presión sobre Moscú; hacer propuestas concretas para responder a la estampida de los precios de la energía y la alimentación, y lanzar una asociación para las infraestructuras con los países en desarrollo. Este último punto pretende ser una respuesta a las gigantescas inversiones de China en el mundo. En la OTAN, los norteamericanos y sus aliados quieren dotarse de un nuevo “concepto estratégico” que, por primera vez, evocará los desafíos planteados por Pekín.
La reunión bilateral mantenida poco antes del inicio de la cumbre entre Emmanuel Macron y Boris Johnson, fue una prueba de esa tensión interna.
Según indicó Downing Street, el primer ministro británico lanzó una advertencia al presidente francés contra la tentación de una solución negociada “ahora” en Ucrania, a riesgo de prolongar “la inestabilidad mundial”. Ambos dirigentes “convinieron en que se trata de un momento crítico para la evolución del conflicto y que sigue siendo posible cambiar el curso de la guerra”, agregó el vocero del gobierno británico.
En ese mismo momento, Ucrania reclamaba al G-7 más armas y sanciones contra Moscú, después de un mortífero ataque con misiles contra un complejo residencial cerca del centro de Kiev, hoy por la mañana, poco antes del inicio de la cumbre.
Pero, si bien el G-7 tiene un papel central en la coordinación de las sanciones lanzadas contra Rusia y la ayuda a Kiev —a veces al precio de intensos debates internos— también necesita acordarse con numerosos países asiáticos, africanos y latinoamericanos, que se niegan a escoger su campo y se inquietan por las consecuencias del retorno de la guerra en Europa. Un conflicto con frecuencia considerado “regional”, que podría profundizar la grieta entre el Oeste y el resto del planeta.
Por esa razón, los líderes del G-7 compartirán la cumbre esta vez con un grupo de dirigentes de países no alineados, invitados especialmente. El primer ministro indio Narendra Modi, el presidente de Senegal, Macky Sall, de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, de la Argentina y de Indonesia, Joko Widodo. Todos participarán mañana en diferentes sesiones de trabajo.
Todos esos países se abstuvieron de condenar a Rusia, en particular durante la votación organizada en marzo en Naciones Unidas para intentar, al menos desde el punto de vista occidental, aislar a Moscú en el frente diplomático. Detalle revelador: cuatro días antes de su llegada a Baviera, los dirigentes indio, argentino y sudafricano participaron en la cumbre virtual de los BRICS (Brasil, India, China, Rusia y Sudáfrica) en presencia de Vladimir Putin, a quien ninguno acepta considerar como un paria.
Las múltiples sanciones occidentales ya adoptadas contra Moscú constituyen un tema sensible con esos países. Por una parte, las potencias emergentes tienen la capacidad de reducir el efecto, incluso de eludir, los mecanismos decididos, mientras que Rusia se ha convertido en el principal proveedor de petróleo de China desde que comenzó el conflicto. Por otra parte, los países más pobres, sobre todo africanos, se ven “atrapados entre el martillo de la guerra y el yunque de las sanciones”, como repite Macky Sall, actualmente al frente de la Unión Africana. Para él, como para la mayoría de sus homólogos, la crisis alimentaria y la estampida de los precios de la energía deben recibir una respuesta urgente.
Ambas cuestiones serán centrales en los debates de estos tres días. Pero la tarea se anuncia difícil. El G-7 ha sido hasta ahora incapaz de yugular los riesgos de penuria alimentaria mundial. Las tratativas en ese sentido entre Rusia y Ucrania, bajo la egida del secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, están en punto muerto, esperando el levantamiento del bloqueo ruso de los puertos ucranianos del mar Negro, a comenzar por el de Odessa.
La otra cuestión central será el shock energético exacerbado por la guerra en Ucrania. Ante la negativa de los países del Golfo Pérsico de aumentar en forma significativa su producción de petróleo, Estados Unidos propone establecer un techo al precio de esa energía fósil. La cuestión fue debatida ayer por la tarde por el G-7, en un ambiente calificado de “positivo” por una fuente gubernamental alemana.
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