Alexander Lukashenko: el “último dictador de Europa” que cruzó todos los límites
Durante casi tres décadas, su gobierno ha sido denunciado por violaciones a los derechos humanos y represión; hoy ordenó el desvió de un avión de línea a bordo del que viajaba un activista de la oposición, que fue luego detenido
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PARÍS.– Aunque nadie sabe aún los detalles de la escandalosa operación bielorrusa contra un vuelo comercial de la empresa Ryanair, es legítimo pensar que sus consecuencias podrían ser enormes. Prueba de ello, la condena inmediata de todas las capitales occidentales contra un régimen que parece creerse todo permitido.
Alexander Lukashenko —presidente de Bielorrusia desde hace 26 años, apodado “el último dictador de Europa” y aliado esencial de su vecino, el presidente ruso Vladimir Putin— está convencido, como la mayoría de los autócratas, que puede violar impunemente todas las reglas que rigen las relaciones internacionales.
Y finalmente, ¿por qué no? Desde hace décadas Lukashenko tortura, reprime, encarcela, condena a penas de prisión imprescriptibles a todos sus opositores, bajo la mirada complaciente de su poderoso vecino y el frecuente silencio embarazado de los occidentales.
Su país de 9,5 millones de habitantes, situado en Europa oriental, limítrofe de Rusia, Letonia, Lituania, Ucrania y Polonia, es considerado por Putin como el “Estado-tapón” que lo protege del avance de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de la Unión Europea (UE), sus rivales estratégicos.
El problema es que últimamente, nada parece ir muy bien en ese reino de la impunidad. Precisamente desde que el país volvió a las urnas, el 9 de agosto. Como es habitual, Lukashenko anunció una nueva victoria aplastante, desencadenando las manifestaciones populares más multitudinarias de la historia del país. La respuesta del poder fue la misma de siempre: arrestos masivos y torturas —que dejaron por lo menos cuatro muertos— contra una oposición de gente joven y ávida de libertad, a imagen de Roman Protasevich, el periodista de 26 años detenido en el vuelo de este domingo de Ryanair. En noviembre, los siniestros servicios de seguridad bielorrusos (KGB), herederos del periodo soviético, lo habían colocado en la lista de “individuos implicados en actividades terroristas”. Desaparecido desde hoy en Minsk, nadie duda de que corre serio peligro de muerte.
La represión indiscriminada desatada por Lukashenko desde esas elecciones le valieron una batería de sanciones occidentales que lo condujeron a acercarse todavía un poco más a su homólogo ruso. Ahora, además de las condenas oficiales expresadas en las últimas horas, las capitales occidentales deberán adoptar medidas suplementarias contra el régimen bielorruso. Los europeos lo decidirán mañana y el martes en Bruselas, durante una cumbre de jefes de Estado y gobierno de los 27 países del bloque.
La inaudita operación lanzada por Lukashenko plantea, en todo caso, numerosos interrogantes que determinarán la magnitud de la respuesta: teniendo en cuenta las absurdas explicaciones dadas por Minsk para justificar su acto, ¿Lukashenko y su régimen podrían ser acusados de violar las reglas de la aviación comercial?
La Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), agencia de Naciones Unidas basada en Canadá, se declaró hoy “seriamente preocupada” por el incidente, considerando que “el aterrizaje aparentemente forzado” del avión de Ryanair “podría haber violado la Convención de Chicago”, el acuerdo de 1944 que establece los principios generales de la aviación internacional.
¿Acaso se trató de una simple agresión o de un auténtico acto de terrorismo de Estado? Si así fuera, ¿habría que pedir la intervención de la OTAN?
Al mismo tiempo que Alemania, Francia y Polonia condenaban “una acción totalmente inaceptable”, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, reclamó una “investigación internacional” sobre el incidente que calificó de “serio y peligroso”.
Esperando que las próximas horas aporten algunas respuestas y que la presión internacional obtenga la liberación de Roman Protasevich, es posible —sin temor a equivocarse—, afirmar que al merecido título de “dictador”, Alexander Lukashenko puede ahora agregar el de “pirata”. Y terminar esta crónica parafraseando al florentino Nicolás Maquiavelo cuando advertía que “el poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”.
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