Alertas en las apps y preparados para evacuar: cómo viven los argentinos por los incendios en Australia
Desde hace aproximadamente dos meses, la rutina de Inés Barilatti se modificó. Amanecer con humo y lavar las cenizas del auto empezaron a volverse actividades cotidianas. Pero la preocupación llegó a su pico cuando hace unas semanas atrás tosió y vio un poco de sangre. "Me explicaron que era normal, pero me recomendaron no hacer deporte extremo los días de mucho humo", dijo. Como ella, los argentinos que viven en las zonas afectadas por los devastadores incendios en Australia -que ya dejaron 26 muertos- empezaron a cambiar sus costumbres y se enfocaron en una nueva prioridad: sobrevivir al avance del fuego.
Barilatti, de 29 años, hace tres que está en Australia y ahora vive en Gold Coast. Se mudó por dos motivos principales: la cuestión económica y su pasión por el surf, pero hace más de un mes comprobó en carne propia los llamados bushfires, los incendios forestales de temporada, acentuados en el último año por el cambio climático, según los científicos.
"Los bomberos ya no dan abasto, la gente ayuda con todo lo que puede, millones de animales murieron a mansalva", describió a LA NACION.
Esta situación llevó a que Pedro Belloni, que vive en Bairnsdale, en el estado de Victoria, uno de los más afectados por los incendios, decidiera dejar su hogar por unos días. "Hay mucha gente que no se va para defender su casa, pero pensamos que era mejor no arriesgarse", contó.
Ante el avance del fuego, la fábrica en la que trabaja inició un protocolo de emergencia y cerró las puertas durante cuatro días. "Evacuamos el fin de semana pasado con un grupo de mochileros que vienieron con la visa de trabajo", expresó Belloni. El lunes regresó al trabajo, pero aún mantiene cierta inquietud. "El fuego no va alcanzar mi casa. Lo digo y toco madera. Pero el fin de semana que viene va a ser como el que pasó: todo incertidumbre", reflexionó.
Paula Tueros, de 30 años, oriunda de Santa Rosa (La Pampa), también vive en Australia. Llegó a fines de noviembre pasado, poco después del comienzo de los incendios, en septiembre. Por entonces el humo era visible en Sídney, pero no en Blackheath, un pueblo situado en el punto más alto de las Montañas Azules, en Nueva Gales del sur, al que se mudó al poco tiempo de llegar al país. Durante varias semanas, siguió el avance de las llamas por una aplicación oficial llamada Fires Near Me. De a poco, el humo se acercó de forma intermitente, siguiendo la dirección del viento.
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Los dueños de la hostería familiar en la que vive le advirtieron que el fuego se aproximaba, así que decidió agarrar sus pertenencias y marcharse antes de que fuera demasiado tarde. "Al día siguiente amanecí con el humo casi adentro de mi casa. Afuera no se podía respirar bien, lo sentías inmediatamente en la garganta y en los ojos", relató Tueros. Según recordó, cuando se trasladaba en tren, observó cómo otras personas también abandonaban el pueblo y lo mismo ocurría en localidades vecinas.
Algo similar relató Josefina Milstein, de 26 años, que hace un año vive en Sídney. Cuando se enteró de los incendios, pensó que era una simple quema de pastizales, una actividad controlada, hasta que vio una alerta en Google que mostraba un círculo rojo que indicaba focos de fuego cercanos. "A las dos o tres semanas no se veía la playa. Empezás a toser, te duele la garganta, respirás como si estuvieses quemando pasto adentro de tu casa", contó con una voz ronca, al igual que la de todos los argentinos que conversaron con LA NACION.
La imagen que ve en los lugares cercanos a su casa cambió: la ceniza comenzó a caer del cielo y quedó impregnada en la arena, el mar se volvió más oscuro y el cielo se suspendió en color sepia. Así empezó a prestar atención a los recaudos que debía tomar por si el fuego se propagaba aún más e inició una rutina de chequear los focos de incendio a través del celular: "Nos decían que siempre había que estar alerta porque nunca sabés para dónde va a ir el viento. Te avisan que verifiques también el estado de las rutas", explicó.
"Acá todos siguen su vida normal, pero con barbijo, más que nada porque dicen que respirar este aire es como fumar 36 cigarrillos en un día. Ahora está prohibido hacer cualquier actividad que involucre el uso de fuego y pidieron que no se usaran lavarropas o aires acondicionados a temperaturas menores a 25°C, porque se están empezando a quemar los generadores de energía. Hay miedo por el posible desabastecimiento eléctrico", añadió Milstein.
Mientras los incendios avanzan, y las autoridades volvieron a hacer un llamado a evacuar zonas afectadas en el sudeste de la isla, los argentinos en la isla se preocupan por la tierra que los recibió. "Estamos especialmente preocupados porque Australia es naturaleza pura", resumió Barilatti. "Hay muchos amigos que no pueden salir de la ciudad hace muchos días y con cada gota de lluvia que cae, que no es muy seguido, sonreímos".
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