Alemania denuncia rastros de veneno en Alexei Navalny
PARIS.– Alexei Navalny "presenta rastros de envenenamiento", anunció hoy el hospital berlinés de La Charité, donde el opositor ruso fue admitido el fin de semana después de haber sido transferido en gravísimo estado desde Siberia. Su caso se suma a larga lista de ex agentes, responsables políticos, periodistas y opositores rusos, envenenados en estos últimos 20 años. Una técnica que ofrece total impunidad a los responsables de esos actos odiosos.
"Los resultados químicos revelan una intoxicación mediante una substancia del grupo de los inhibidores de la colinesterasa", precisó el hospital alemán en un comunicado. El veneno específico "todavía no fue identificado y hemos lanzado un nuevo análisis de gran envergadura", agrega.
"Las consecuencias de la enfermedad son inciertas" y no pueden ser excluidas "secuelas a largo plazo, en particular en el sistema nervioso", agrega el establecimiento, considerado uno de los mejores del mundo. Navalny, de 44 años, "se encuentra en terapia intensiva y en estado de coma artificial", precisa el texto. "Su estado de salud es grave, pero su vida no corre peligro".
El principal opositor de Vladimir Putin está siendo tratado con un antídoto, según el hospital. El jueves, Navalny fue hospitalizado en la ciudad rusa de Omsk, en coma, y conectado a un respirador artificial, después de ser víctima de una brutal descompensación cuando volaba desde Siberia a Moscú. Su familia asegura que fue envenenado "intencionalmente".
Otros casos de envenenamiento
Si los allegados del boggler y abogado anticorrupción están tan seguros de que el veneno fue colocado en el té negro que bebió en el aeropuerto es porque existe un célebre precedente: en 2004, la periodista Anna Politovskaia volaba hacia la ciudad de Beslan, donde se desarrollaba una sangrienta toma de rehenes, cuando fue envenenada.
Los terroristas querían abrir negociaciones y propusieron a Politovskaia para hacerlo. Pocos minutos después de haber aceptado un té a bordo, perdió conocimiento y cayó en coma. Dos años después fue asesinada a balazos en la escalera de su domicilio moscovita.
Un año antes, Yuri Chtchekotchikhine, jefe de redacción adjunto del mismo diario, la Novaïa Gazeta, había muerto envenenado. Los médicos rusos dijeron que se debía a los efectos de Chernóbil, donde nunca había puesto los pies.
Durante las últimas dos décadas, la Rusia de Vladimir Putin conoció una decena de casos de presuntos envenenamientos. Pero una particularidad asocia todos esos ataques: el Kremlin se niega a lanzar investigaciones criminales y jamás se descubren sus responsables.
Piotr Verlizov vivió la misma experiencia en 2018. En el mes de julio, ese militante del grupo protestatario Pussy Riot cometió el pecado de introducirse en el estadio Lujniki durante la final de la Copa del Mundo, disfrazado de policía y ante los ojos de Putin. Pocos días después perdió la visión y el uso de sus miembros y tuvo que ser hospitalizado en coma. Las autoridades tardaron una semana en autorizar su traslado al hospital de La Charité, donde está actualmente Navalny. En ese periodo, las toxinas se volvieron indetectables: los médicos confirmaron el diagnóstico, pero nunca pudieron conocer la substancia que lo enfermó.
Vladimir Kara-Murza es vicepresidente de la ONG Rusia Abierta, fundada por el oligarca y ex preso político Mijail Jodorkovski. También era un allegado de Boris Nemtsov, el principal opositor al Kremlin asesinado a balazos en 2015. Kara-Murza también fue víctima de una "substancia tóxica desconocida" y cayó en coma. Dos veces, en 2015 y 2017, fue contaminado con la misma substancia. Convencido de que no sobreviviría a una tercera tentativa, terminó por irse al extranjero.
Ataques en el exterior
Tampoco faltan, justamente, los ataques contra adversarios instalados en el exterior. En 2012, el banquero Alexandre Perepilitchni, implicado en una denuncia de malversaciones rusas, murió en las afueras de Londres. Las autoridades británicas necesitaron dos años para determinar el origen del veneno: una planta rara china, denominada gelsemium, que poseen los rusos.
En 2015, el hombre de negocios búlgaro Emilian Gebrev fue intoxicado en su país. Recién en 2019 los procuradores de ese país consiguieron identificar a los culpables: tres hombres de los servicios de inteligencia militar rusos (GRU). La misma suerte corrió en 2004 el futuro presidente ucraniano, Viktor Yúshchenko, durante la campaña electoral. El popular político, que nunca dejó de acusar a Rusia y conservó en la cara las terribles secuelas del ataque, se enfrentaba en ese momento al candidato prorruso, Viktor Yanukovitch.
Los "traidores" y "tránsfugas" forman una categoría aparte para la cual los servicios de espionaje a los cuales pertenecieron no parecen preocuparse por disimular sus ataques. El cuerpo descarnado y la mirada extraviada de Alexandre Litvinenko dio la vuelta al mundo después de su hospitalización en Londres, en 2006. Ese ex miembro de los servicios de seguridad rusos (FSB, exKGB), que había escapado de su país denunciando las conexiones entre poder y mafia, ingirió Polonio 210. La substancia radioactiva debía pasar inadvertida. Cuando Gran Bretaña acusó públicamente a dos agentes rusos, el Kremlin envió un mensaje más que claro: uno de ellos obtuvo una banca de diputado en la Duma.
Pocos años después, otro ex espía ruso ocupó las portadas de los diarios. En 2018, el ex agente Serguei Skripal, reclutado por los servicios británicos, fue envenenado en Salisbury, cerca de Londres. El producto utilizado esa vez adquirió renombre mundial: el Novitchok, una substancia concebida en la época de la Unión Soviética.
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