El internado era dirigido por la iglesia y financiada por el gobierno; estaba en la isla Kuper y la población más cercana se encontraba a 7 kilómetros
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Para llegar o salir de la Escuela Industrial, se necesitaba un barco.
El internado, dirigido durante ocho décadas por la Iglesia católica con financiamiento del gobierno, estaba en la isla Kuper y la población más cercana era Chemainus, a siete kilómetros en otra isla del archipiélago al oeste de Vancouver, Canadá.
Dos hermanas se ahogaron mientras intentaban escapar de la escuela en 1959. Pero hubo tantas muertes de estudiantes ahí que nadie sabe con certeza si hubo más intentos con el mismo resultado.
El internado fue abierto en 1889 y a lo largo de casi un siglo de funcionamiento decenas de niños fallecieron, muchos de ellos siendo enterrados en tumbas que nunca llevaron su nombre ni tuvieron una marca.
El pasado 13 de julio, la tribu Penelakut anunció el hallazgo -de manera preliminar, pues aún está por determinar el número exacto- de al menos 160 enterramientos, los cuales se suman a más de 1100 que se encontraron en otros internados para niños indígenas en todo Canadá.
Un escándalo que ha golpeado desde hace años al gobierno de Canadá y al Vaticano y que en los últimos meses ha sido calificado como un “genocidio indígena”.
Hoy la Escuela Industrial de la isla Kuper ya no existe. Fue demolida en 1980.
Pero lo que ocurrió en aquella isla da muestra de la asimilación, violencia, abusos sexuales y muertes sin registro de las que fueron víctimas miles de niños indígenas sacados de sus hogares desde muy pequeños.
“Los daños causados por el sistema de Escuelas Residenciales Indígenas, la violencia individual y sistémica, persiste mucho en el presente. El trauma es intergeneracional y los paisajes indígenas de este país están poblados por los entierros de niños desaparecidos”, dice a BBC Mundo el antropólogo Eric Simons, quien ha trabajado con la tribu Penelakut en la detección de tumbas.
El “Alcatraz de Canadá”
A la Escuela Industrial de la isla Kuper la han llamado el “Alcatraz de Canadá”, pues, como en la famosa prisión de California, era prácticamente imposible escapar de ahí.
Las hermanas Patricia Marilyn y Beverly Joseph (de 14 y 12 años respectivamente) lo intentaron en 1959 y se ahogaron, según la documentación del Centro Nacional para la Verdad y la Reconciliación, que tiene 120 nombres de niños muertos en esa escuela.
Sin embargo, no se sabe realmente si más niños del internado intentaron huir.
No era algo sencillo: las aguas del lugar están heladas la mayor parte del año y está en medio de un archipiélago despoblado y con una amplia fauna salvaje, tanto en tierra como en el agua.
Además del edificio principal, donde estaban los dormitorios y las aulas, había una capilla, un auditorio, unos campos para hacer deporte y otros pequeños edificios para las labores cotidianas.
Como una de 130 escuelas residenciales que funcionaron entre 1847 y 1996, su misión era la “integración” de los niños indígenas a la cultura blanca imperante desde el siglo XVII en Canadá.
A la isla Kuper llegaron miles de niños de la provincia de Columbia Británica a lo largo de las ocho décadas.
“Fui internado ahí en 1930”, dice Bill Seward, un antiguo estudiante de la Escuela Industrial, en el documental Volviendo al círculo de sanación realizado por Peter Campbell y Christine Welsh en 1997, patrocinado por el Ministerio de Asuntos Indígenas canadiense.
“El único idioma que sabía era mi lengua nativa. Pero cuando la hablaba, era castigado, mucho. Hubo muchas noches que me fui a la cama sin cenar, hambriento. Muchas veces estuve hincado en una esquina, rezando y ellos viéndome hacerlo, o si no, había más castigos”, recuerda el anciano.
“A mis padres los amenazaron con que si no me llevaban a esa escuela serían encarcelados. Un agente indio y un policía fueron por mí, así que tuve que ir”.
Phil Fontaine explica que siendo muy pequeños, los religiosos -mujeres y hombres- que dirigían este internado les hicieron creer que todo en su cultura nativa era malo, pecaminoso.
“La única manera de tener éxito era ser como ellos, con sus valores, con sus creencias espirituales, hablando su lengua. Y de eso se trataban todos los internados. Estaban diseñados para asimilar a nuestro pueblo hacia la cultura dominante”, señala.
En la actualidad se calcula que 150.000 niños fueron sacados de sus hogares para ser llevados obligatoriamente a los internados, incluso hasta la década de 1990.
Unos 6000 murieron, de los cuales 4100 han sido identificados hasta ahora. Y el reciente hallazgo de tumbas con niñas y niños sin nombre hace temer que la realidad haya sido mucho más terrible.
“Muchos no volvieron a sus hogares”, dijo hace unos días Joan Brown, jefa de la nación Penelakut, de la cual fueron llevados muchos niños a la isla Kuper.
“Aquellos de nosotros que ofrecemos ayuda lo hacemos sabiendo que entrar en un proceso de intentar localizar a los niños desaparecidos tiene el potencial de volver a traumatizar. Por lo tanto, procedemos con cautela, siempre siguiendo los protocolos culturales, siempre en la dirección y el ritmo establecidos por nuestras comunidades de acogida”, dice Simons, quien es parte de la Universidad de Columbia Británica.
Abusos que dejaron marca
Casi 20 años después de su demolición, un grupo de exalumnos del internado de la isla Kuper volvió para erigir un memorial para las víctimas mortales, muchas de las cuales eran conocidas para ellos.
Se abrazaban y lloraban mientras arrojaban flores al agua, como quedó registrado en el documental de Campbell y Welsh.
El aislamiento no solo era marcado por los límites de la isla Kuper (hoy llamada Penelakut), sino también por las normas impuestas por los religiosos católicos para eliminar la cultura nativa de los niños.
Una de ellas, cuentan los sobrevivientes, era separar a los niños que llegaban de una misma familia o tribu.
“No podías saludar a tus hermanos, primos o conocidos”, recuerda uno de ellos.
Pero lo que ha dejado mayores secuelas emocionales para muchos exalumnos fueron los abusos sexuales por parte de los religiosos católicos, a los que llamaban “hermanos”.
“Te daban un número, creo que el mío era el 64, y todo tenía tu número, tu camiseta, tu ropa interior, tu chaqueta”, cuenta James Charlie, quien llegó con su hermano a la Escuela Industrial a mediados del siglo XX.
“Solíamos ir a los campos a jugar, especialmente los fines de semana, pero cuando jugabas, realmente no lo disfrutabas, por mucho que quisieras. Cuando escuchabas el silbato, un hermano (religioso) salía y gritaba un número, el que quisiera”, describe notablemente afectado por los recuerdos.
“Y tú sabías muy bien que ese niño tenía que subir y pasar el resto de la tarde con el hermano, en su cuarto, para entretenerlo. Tú sabías bien qué le pasaría a esa persona en ese cuarto”, relata.
Varios de los exalumnos, principalmente los hombres, señalan que han sufrido alcoholismo, depresión y otras afecciones emocionales y de conducta por el trauma que vivieron en la Escuela Industrial.
“No había a quién pedirle ayuda”, recuerda un exalumno.
Para la jefa tribal Brown, “es imposible superar actos de genocidio y violaciones de derechos humanos”
Las muertes en la isla
Las Naciones Originarias de Canadá (en inglés llamadas First Nation) han denunciado durante décadas lo que muchos de sus niños vivieron en los internados, incluidas las desapariciones y muertes en circunstancias desconocidas.
Los esfuerzos de las últimas dos décadas han llevado al hallazgo, hasta ahora, de más de 1100 tumbas sin marcar en las que fueron enterrados los niños que nunca volvieron a sus casas.
La Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá (CVRC) llegó a la conclusión en 2015 que 1 de cada 50 niños que asistieron a las residencias escolares falleció en esas instituciones. Pero el gobierno canadiense no ha participado en la búsqueda de los restos, por lo que son las tribus las encargadas de las investigaciones.
En el proceso de investigación, la nación Penelakut ha detectado, de manera preliminar, unas 160 tumbas sin marcar en la isla donde estaba la Escuela Industrial.
“Todo esto se ha dejado en buena medida a los indígenas y sus comunidades, para que se ocupen de ello, para que averigüen cómo abordarlo, sanarlo y reconstruirlo”, dice Simons.
Hasta antes de esto, el Centro Nacional para la Verdad y la Reconciliación tenía documentados los casos de las dos hermanas ahogadas en 1959, un suicidio en 1966 y un gran incendio.
“Los estudiantes prendieron fuego a la escuela en 1896 cuando se cancelaron las vacaciones. Una investigación realizada en ese año expone que de 264 exalumnos, 107 fallecieron”, señala.
Además, en 1995 un exempleado -no se conoce su identidad ni posición- se declaró culpable de tres cargos de atentado al pudor e indecencia grave.
Para la jefa Brown, es muy necesario “encarar el trauma causado por estos actos de genocidio”.
El Vaticano no ha expresado una disculpa oficial, como lo han solicitado desde hace varios años las Naciones Originarias y el primer ministro de Canadá, Justin Tradeau.
El papa Francisco escribió un tuit en junio, luego de los hallazgos masivos de tumbas.
Trudeau se pronunció el pasado 13 de julio por lo ocurrido en la isla: “Mi corazón se rompe por la tribu Penelakut y por todas las comunidades indígenas de Canadá”.
“Reconozco que estos hallazgos solo profundizan el dolor que las familias, los sobrevivientes y todos los pueblos y comunidades indígenas ya están sintiendo y que reafirman una verdad que conocen desde hace mucho tiempo”, dijo.
Antes, en junio, expresó su desacuerdo con el Vaticano: “Como católico, estoy profundamente decepcionado por la posición que ha tomado la Iglesia católica ahora y durante los últimos años”, dijo.
Tribus como la Penelakut dicen que obtener una disculpa es parte importante del proceso de sanación luego de décadas de ser ignorados.
Por Darío Brooks
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