Al inaugurar el Jubileo de la Misericordia, el Papa llamó a la Iglesia a abrirse al mundo
Pidió seguir con el impulso misionero del Concilio Vaticano II; Benedicto XVI, presente
ROMA.- "¡No tengamos miedo! ¡Dejémonos abrazar por la misericordia de Dios que nos espera y perdona todo!" Con este llamado y pese al clima de alerta mundial por temor a atentados terroristas, Francisco se convirtió ayer en el 30° pontífice de la historia de la Iglesia Católica que inaugura un Año Santo, en el primero que lo hace con dedicación a un tema específico -la misericordia- y en el primero que abre la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro ante otro papa.
En una imagen conmovedora, Francisco, que justo cumplió ayer 1000 días en el trono de Pedro, abrió la Puerta Santa -símbolo de perdón y conversión- ante la presencia de un frágil Benedicto XVI. El papa emérito había aceptado su invitación a la gran ceremonia de inauguración del Jubileo de la Misericordia, que durará hasta el 20 de noviembre próximo y será celebrado por primera vez no sólo en Roma, sino en todas las diócesis del mundo.
La apertura de la Puerta Santa ante dos papas tuvo lugar después de una misa solemne ante 50.000 personas en la que Francisco urgió a poner siempre en primer lugar la misericordia, antes del castigo y el juicio, y a seguir adelante con el impulso misionero de apertura al mundo del Concilio Vaticano II.
"Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia", dijo Francisco en su homilía, al citar a San Agustín. "Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado. Vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo", pidió.
A la misa, que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro en un mañana fría y con llovizna, asistieron varios jefes de Estado y de gobierno, entre ellos el presidente italiano, Sergio Mattarella, y el primer ministro, Matteo Renzi. Además, hubo miles de fieles llegados de toda Italia y de diferentes países, familias enteras y ancianos. En medio de un dispositivo de seguridad de 3000 agentes, 2000 videocámaras, cielos cerrados y helicópteros revoloteando en el cielo, la gente comenzó a llegar a la madrugada y tuvo que sortear controles extraordinarios. En una capital blindada por el "efecto París" -el temor a atentados de "lobos solitarios" afiliados al grupo terrorista Estado Islámico-, había que pasar por dos controles con detectores de metales, uno al principio de la Via della Conciliazione y otro en la Plaza San Pedro.
Como el Papa quiso que el comienzo del Jubileo coincidiera con el 50° aniversario del fin del Concilio Vaticano II (1962-1965), que significó la apertura de la Iglesia Católica al mundo moderno, en la misa se leyeron textos de este evento. "Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del mundo, cruzando la Puerta Santa queremos también recordar otra puerta que hace 50 años los padres del Concilio Vaticano II abrieron hacia el mundo", subrayó en su sermón Francisco, que al principio recordó la apertura anticipada del Jubileo de la Misericordia en Bangui, capital de la República Centroafricana, el 29 de noviembre último.
El ex arzobispo de Buenos Aires elogió el Concilio Vaticano II, que fue "un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo, un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo". Y llamó a retomar con la misma fuerza y el mismo entusiasmo su impulso misionero. "El Jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano", indicó.
Benedicto XVI, de 88 años, no asistió a la misa. Pero apareció luego en el atrio de la Basílica de San Pedro como testigo ilustre de la apertura solemne de la Puerta Santa. Cuando Francisco llegó hasta allí y lo vio, frágil pero alerta, vestido con un sobretodo blanco, enseguida fue a saludarlo con un abrazo. Segundos después, luego de pronunciar una oración en la que invocó paz y perdón, Francisco, en silencio, subió algunos peldaños y empujó con las dos manos la Puerta Santa -sellada desde el Jubileo del año 2000-. Dio algunos pasos más y se detuvo otra vez para rezar en su umbral, en medio de los aplausos de la multitud que seguía el evento desde pantallas gigantes.
El segundo en cruzar la Puerta Santa fue su predecesor. En medio de aplausos, Joseph Ratzinger avanzó con pasos muy lentos, ayudado por un bastón y por su secretario privado, Georg Ganswein, prefecto de la Casa Pontificia. Francisco, que lo aguardaba del otro lado, volvió entonces a saludarlo con un abrazo afectuoso.
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