“Ajuste de cuentas”: tras la caída de Al-Assad, las nuevas autoridades de Siria no logran frenar la ola de asesinatos y venganzas
En todo el país, los líderes rebeldes tienen problemas para contener a quienes quieren hacer justicia por mano propia y aprovechan el caos del momento para sus ajustes de cuentas personales
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AL-HAKEEM, Siria.– Aferrada a su bebé, la mujer sigue con la bata y el pijama que tenía puestos el día anterior, cuando los combatientes tomaron por asalto su aldea en la provincia siria de Latakia, corazón de la secta minoritaria alauita, a la que pertenece el clan de Bashar al-Assad. Su casa sigue irradiando el calor de las llamas que la consumieron horas antes. No ve a su esposo desde que este huyó a través del naranjal.
“Estamos muertos de miedo”, dice la mujer, parada frente a su casa en la localidad de Al-Hakeem, y prefiere no dar su nombre por miedo a las represalias. “Tenemos el corazón en la boca”. El domingo, los rebeldes quemaron cuatro viviendas en represalia por el ataque de una familia local contra una de sus camionetas, donde murieron al menos tres combatientes.
Para el lunes, de las 70 familias que vivían en Al-Hakeem, solo quedaban unas pocas que también estaban evaluando escapar. “Acá hay algo que está muy mal”, dice la mujer. Tras la repentina caída de Al-Assad, son muchos los habitantes de esta provincia costera que temen terminar pagando por los crímenes de su régimen.
Hayat Tahrir al-Sham (HTS), el grupo rebelde islamista que lideró la ofensiva sobre Damasco y tomó el poder, ha prometido proteger a las minorías y restaurar la seguridad después de la brutal guerra civil que vive Siria desde hace 13 años. Pero en Latakia y en todo el país, a HTS le está costando contener la ola de venganza de quienes quieren hacer justicia por mano propia y aprovechan el caos del momento para sus ajustes de cuentas, personales o sectarios.
Durante la semana pasada, los periodistas de The Washington Post vieron evidencias directas de ejecuciones extrajudiciales en Damasco y la provincia de Hama, y verificaron dos videos que muestran a combatientes rebeldes ejecutando a supuestos miembros de las fuerzas de seguridad del Estado sirio. Si bien hasta ahora la ola de violencia parece dispersa y desorganizada, evitar que se profundice será una prueba de fuego para el HTS, si lo que pretende es unir a un país fracturado y controlado de manera desarticulada por diferentes facciones armadas.
Ante el pedido de comentarios de The Washington Post, un vocero del HTS los remitió a los comunicados oficiales y los precavió sobre la circulación de “noticias falsas”. En sus declaraciones públicas, el grupo ha dicho que su objetivo es la reconciliación de Siria en base a los principios “de justicia y rendición de cuentas”.
“Trabajaremos para abordar los efectos del pasado a través de mecanismos transparentes destinados a lograr una paz duradera y reparar el tejido social”, dijo el grupo en una reciente declaración.
“Sus líderes están mostrando una buena cara”, dice sobre el HTS el jeque Ahmed Banawi, de 56 años, líder alauita de Al-Hakeem, pero agrega que no confía en que puedan controlar a los hombres armados que ahora “invaden” diariamente la aldea para lanzar amenazas desde sus camiones. Banawi admite que en la aldea había algunas “malas personas”, y apunta que la familia que atacó el camión de los rebeldes era conocida por su faceta criminal. “No nos metan a todos en la misma bolsa”, suplica el jeque alauita. “Ellos se fueron y los que pagamos el precio somos nosotros”, dice en referencia al régimen de Al-Assad.
“Nos mandaron para evitar cualquier ataque”
En un puesto de control cercano está apostado Seif Mohammed, combatiente de 40 años de Faylaq al-Sham, la facción armada apoyada por Turquía que ahora está en coordinación con el HTS. Mohammed relata que cuando se dirigían a la aldea para lidiar con un incidente de saqueos, su vehículo fue atacado, y que un rebelde indignado por la muerte de sus compañeros había quemado las casas. Mohammed agregó que el hecho estaba siendo investigado, pero no identificó al culpable ni dijo a qué grupo pertenecía.
“Justamente, nos mandaron acá para evitar cualquier ataque”, dice Mohammed, y mientras habla, por su puesto de control pasa la familia Banawi, hacinada en su viejo auto Nissan: habían hecho las valijas con la esperanza de llegar a Turquía. Ahmed Banawi dice que ya puso su terreno en venta.
Los alauitas representan alrededor del 10% de la población siria, y muchos viven en aldeas de montaña como Al-Hakkem, en las estribaciones de las llanuras costeras de Latakia. Si bien un pequeño círculo de alauitas embolsó las recompensas del régimen de los Al-Assad, muchos siguieron viviendo en la más absoluta pobreza y dicen que no tuvieron otra opción que enrolarse en el Ejército.
Pero muchos sirios los asocian con el régimen y con las oscuras milicias de Al-Assad conocidas como shabiha, famosas por torturar y matar a los detractores del régimen.
“Son de la shabiha”, dice la persona que filma el video publicado el 10 de diciembre en la red social X, que fue geolocalizado en Rabia, justo al oeste de Hama, y verificado por The Washington Post. En el video, un militante patea la cara de un hombre ensangrentado y aparentemente sin vida tendido en el suelo. Detrás de él, otro atado de pies y manos recibe patadas en la cara.
La cámara hace un paneo sobre otros dos hombres de civil tirados en el suelo. “Los cerdos”, dice la persona que filma, usando el insulto que se usa para los alauitas. “Dios sabe cuánto tiempo hemos aguantado, Dios sabe cuánto tiempo han trabajado para el régimen”. Los dos hombres tendidos en el piso reciben varios disparos a quemarropa. The Washington Post no pudo confirmar la identidad de los ejecutores ni de las víctimas.
Otro video publicado el 9 de diciembre en Telegram por un periodista de Idlib, base del HTS, y verificado por The Washington Post, muestra a un combatiente de uniforme ejecutando a dos hombres en la ruta. “Son cerdos, oficiales de las fuerzas de Al-Assad tratando de escapar”, dice a cámara el uniformado, con un arma en la mano y asomando la cabeza desde un auto. Los dos supuestos oficiales de Al-Assad están de civil, arrodillados al costado del camino con las manos atadas a la espalda.
“Jefe, danos una oportunidad, estamos con ustedes”, dice uno de ellos antes de que otro rebelde grite “¡Takbir!”, una alabanza a Dios, y se escuchen al menos ocho disparos. Los dos hombres arrodillados caen al suelo, sus manos tiemblan durante unos segundos, y de pronto se quedan quietas. The Post no pudo confirmar la ubicación del video ni la identidad de los combatientes.
Algunos de los hombres que aparecen en el primer video llevaban insignias con letras similares a las que utilizan las milicias de Estado Islámico. El HTS ha intentado tomar distancia de su antigua filiación con Al-Qaeda, pero entre sus filas sigue habiendo extremistas y combatientes extranjeros. A principios de esta semana, frente a la embajada de Turquía en Damasco fueron visto varios hombres armados con esa insignia.
Miedo y sospechas
Los videos de actos de venganza y justicia por mano propia se viralizaron en las redes sociales, fogoneando el miedo y la sospecha. “¿Dónde está el juez? ¿Quién decide quién es un shabiha y quién no?”, dice un dirigente de la comunidad alauita en Latakia que prefiere no dar su nombre por miedo a las represalias. “¿Y quién lo puede frenar? Esto puede explotar en cualquier momento”.
El HTS ha anunciado una amnistía para exoficiales del Ejército y de la policía y abrió centros en todo el país para que pasen a entregar sus armas. Pero también ha prometido perseguir a los “criminales de guerra” y a los implicados en derramamientos de sangre.
Frente al “centro de reconciliación” de Latakia, hay una fila de cientos de expolicías y exmilitares que esperan esa oportunidad para limpiar su nombre. “Esta credencial les permite moverse con tranquilidad”, explica Mohammed Mustafa, de 28 años, junto al combatiente que les toma las fotos a los exsoldados mientras sostiene el número de la credencial. Dentro de tres meses, los convocarán de nuevo, dice Mustafa, “y entonces decidiremos si quedan limpios”.
En la habitación de al lado hay una montaña de revólveres y fusiles Kalashnikov apilados en el piso. Pero según los líderes de la comunidad alauita, no todos los hombres están entregando sus armas, ya que algunos temen tener que luchar.
Loveday Morris, Suzan Haidamous, Louisa Loveluck, Nilo Tabrizy y Imogen Piper
Traducción de Jaime Arrambide
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