Ahora sabemos que Putin está aislado y comete errores, pero que no está demente
El discurso del mandatario ruso durante el Día de la Victoria evidenció que está lejos de la victoria que esperaba en la guerra de Ucrania
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WASHINGTON.- Siempre grandilocuentes y fascistoides, los festejos por el Día de la Victoria en la Gran Guerra Patriótica que se celebraron ayer en Moscú fueron más contenidos que lo usual, y el acostumbrado despliegue aéreo fue cancelado “por razones climáticas”, aunque el cielo estaba prístino. Algunos analistas temían que el presidente ruso Vladimir Putin aprovechara la ocasión para declarar formalmente la guerra a Ucrania, decretar la movilización total de la sociedad rusa, y amenazara a Occidente con el uso de armas nucleares. Hasta se especulaba que haría desfilar columnas de prisioneros ucranianos por la Plaza Roja, como en las caravanas triunfales de los romanos. Nada de eso ocurrió. Putin se mostró desafiante pero moderado, intentando disfrazar el ataque no provocado de Rusia a Ucrania como una respuesta preventiva a una supuesta invasión inversa, de Ucrania a su país.
La escena fue desopilante y patética, y al mismo tiempo extrañamente tranquilizadora. Se ha debatido mucho si Putin está en sus cabales, porque atacar Ucrania con un ejército tan chico fue un acto de locura. Ahora queda claro que Putin, si bien aislado y proclive a los errores de cálculo, no está demente.
De hecho, hasta parece entender que la movilización general de tropas traería más problemas que soluciones. Entre otras cosas, podría terminar de hundir la ya maltrecha economía rusa, y con ella el apoyo popular a su régimen criminal, sin la contraprestación de algún beneficio militar inmediato. Movilizar más tropas llevaría muchos meses, y sería sumamente difícil entrenarlas, equiparlas o abastecerlas. En cuanto al uso de armas nucleares, sería el accionar de un loco que teme que el final esté cerca. Las tropas de Putin están cometiendo atroces crímenes de guerra, pero el presidente ruso está muy lejos de la situación de Hitler en su búnker final.
Putin también parece entender que la guerra no va como él quiere, de ahí su retirada de los alrededores de Kiev a principios de abril, en lugar de arriesgarse a la destrucción total de sus fuerzas. Apostó a lograr una victoria más limitada en Donbass, en el este de Ucrania, pero eso tampoco estaría ocurriendo. Según informó el domingo el Instituto para el Estudio de la Guerra, “Al 8 de mayo, las fuerzas rusas no lograron progresos significativos en ningún eje de avance”. Putin se está quedando sin opciones.
Rusia ha pagado un precio abrumador por exiguas ganancias. Kiev afirma que han muerto más de 25.000 soldados rusos: la cifra puede ser un poco exagerada, pero tampoco tanto. Las informaciones de fuente abierta confirman que Rusia ha perdido más de 3500 vehículos —incluidos más de 600 tanques—, 121 aviones y nueve buques de guerra, incluido el buque insignia de su flota del Mar Negro. Son las peores pérdidas militares que ha sufrido Rusia desde la Segunda Guerra Mundial.
Y mientras Rusia se debilita, Ucrania se fortalece: ahora tiene más tanques que al comienzo de la guerra, mejor artillería y muchos más sistemas armamentísticos de todo tipo. La moral de las tropas rusas está muy baja, y según los informes, los oficiales desobedecen las órdenes. El ánimo de los ucranianos, por el contrario, está por las nubes.
La economía rusa no se ha derrumbado bajo las sanciones, pero el golpe ha sido duro: los pronósticos señalan que durante este año la economía de Rusia se contraerá hasta en un 10% y la inflación podría llegar al 23%. Y a medida que las líneas de producción rusas queden desabastecidas de las importaciones occidentales —como los microchips— el daño económico se acelerará.
Lejos de asestarle un golpe a Occidente, Putin ha encolumnado a Occidente en su contra, y con su invasión solo ha provocado un aumento de la actividad militar de la OTAN en Europa del Este. Si Finlandia y Suecia se unen a la alianza atlántica, como parece probable, a las puertas de Rusia habrá todavía más tropas de la OTAN.
Putin se encuentra ahora frente a un atolladero estratégico que los norteamericanos, después de sus fallidas guerras en Vietnam, Afganistán e Irak, conocen muy bien, salvo que esta vez es cien veces peor. Rusia ha lanzado una “guerra de elección” basada en mala información de inteligencia, como la suposición de que los ucranianos celebrarían la llegada de los “libertadores” rusos. A Rusia, la guerra le está saliendo mal, pero cuando ya hay tropas comprometidas en el conflicto, las emociones se disparan y lo que está en juego es el prestigio nacional. Tanto una escalada bélica como un retiro de las tropas son opciones demasiado costosas para ser consideradas. Lo más fácil es seguir como hasta ahora, por pocas esperanzas que haya de lograr mejores resultados.
Por lo general, para sacar a un país de este tipo de atolladeros hace falta un nuevo líder. Es lo que hizo Richard M. Nixon en Vietnam, Mikhail Gorbachov en Afganistán, y más recientemente Joe Biden en Afganistán. Occidente debería darles a entender a los siloviki —los integrantes de la élite militar y de seguridad de Rusia —que si quieren recuperar la buena vida que llevaban hasta hace poco, tiene que deshacerse de Putin y salir de Ucrania. Pero Putin tiene un control férreo del poder desde hace más de 22 años, y no hay razones para esperar su derrocamiento en el corto plazo.
O sea que el resultado más probable en Ucrania es otro conflicto congelado: la misma situación estanca que predominó entre 2014 y 2022. Ahora la cuestión principal es hasta dónde se extenderá hacia el este la línea del frente. No es en absoluto una situación ideal, pero si Ucrania logra recuperar sus fronteras vigentes al 24 de febrero y las sanciones siguen erosionando la economía rusa, será una gran victoria para Occidente y una terrible derrota para Rusia. El discurso del Día de la Victoria de Putin podría indicar que está tanteando una salida, como sugirió el ministro de defensa británico, pero el desastre que él mismo creó no tiene salida fáciles.
Por Max Boot
Traducción de Jaime Arrambide
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