El abogado, filósofo, académico, escritor, intelectual y columnista habla del período de la vida que atraviesa: la tercera edad; además desmiente el mito de que durante la vejez “la sexualidad eclipsa”
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“¿Viejo yo? Solo lo seré el día en que tenga 15 años más de la edad en que me lo pregunten”. El abogado, filósofo, académico, escritor, intelectual y columnista chileno, Agustín Squella, recita esa frase con picardía. A sus 79 años, está sentado tranquilamente en la oficina de su casa en la ciudad de Valparaíso, Chile. Es un viernes de julio y, aunque allá es invierno, dice que hay un día soleado. De esos que hacen que el mar chileno se vea de un azul profundo.
En conversación con BBC Mundo -realizada a través de zoom- quien fue reconocido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2009) habla distendidamente sobre el período de la vida en el que le toca estar: la vejez.
Este mismo tema lo abordará en un taller que dictará en agosto denominado “La Vejez. ¿Años dorados o fatales?”. Aquí, se refiere al amor, la soledad, el cambio físico, la sexualidad y los mitos que hay en torno a esta etapa que, en sus palabras, se debe disfrutar con humor y sin autocompasión.
—Si tuviera que elegir una cosa: ¿qué es lo mejor de la vejez?
—El poder dedicarse por primera vez en la vida solo a lo que uno más quiere. Yo siempre me he dedicado a lo que quiero, a la docencia e investigación universitaria, y estoy muy agradecido. Pero al llegar a esta etapa, puedo hacer lo que más me ha gustado siempre que es leer y escribir, o ver cine. No tener prisa, caminar con lentitud. Y si tuviera que elegir una segunda cosa…
Refugiarme todas las mañanas en un café. Leer, a veces hablar con alguien. Pero, sobre todo, escuchar las voces interiores, esas que normalmente, por el ruido de la ciudad, no solemos escuchar con suficiente atención.
—¿Hay mitos o estereotipos sobre la vejez?
—Hay dos estereotipos de los que es preciso tomar distancia: el estereotipo de la celebración incondicional de la vejez, y, por otro lado, la lamentación de la vejez.
La vejez es, ante todo, una vivencia personal. No hay solo una vejez, sino vejeces. Es difícil compararse con los demás.
—¿Qué tan cierto es que uno se va poniendo más sabio con los años?
—Eso lo inventó la gente mayor. Yo pienso que no es cierto. La vejez no nos pone más sabios, más bien estamos en riesgo de ponernos muchísimo menos sabios.
Los viejos tenemos que hacer un esfuerzo por mantener una actividad cognitiva, mantener viva la memoria. Una persona sin recuerdos ya no vive. Hay muchos viejos que son muy lúcidos pero que su cuerpo no va a la misma velocidad. Ser lúcido en esos casos, ¿es un regalo o un problema?
La lucidez siempre es un regalo. Ahora, por supuesto que si mantienes la lucidez y el cuerpo en general no te acompaña, te va a afectar. Pero, yo prefiero la lucidez a cualquier otra cosa porque es lo que nos permite tener conciencia de uno mismo y de los demás.
—¿Cómo se sobrelleva la frustración de que el cuerpo ya no responda como antes?
—Es difícil. Pero no hay que incurrir en la autocompasión, que es una propensión humana muy común y natural pero tóxica. Hay que evitar la autocompasión, hay que tratar de ajustarse a las circunstancias que te tocan y refugiarte en los lugares, personas y rutinas que más te satisfacen.
—Y cómo se sobrelleva el cambio físico, las arrugas, las canas, el volverse calvo…
—Nunca he tenido una gran opinión de mi aspecto físico pero sé que a muchos sí les preocupa ese tema… te diría que me molesta un poquito cuando me encuentro en la calle con una persona que no veía hace años y me dice: ‘Pero qué bien estás, los años no han pasado por ti’. Acepto esos elogios, pero no me los creo mucho. Y, aunque hay que tratar de tomarse las cosas con humor, creo que es una mala costumbre el comentar el aspecto físico del otro.
Por otro lado, tampoco me gusta cuando los jóvenes se acercan a ayudarte a cruzar la calle. De pronto te dicen ‘abuelito, ¿necesita algo? ¿Quiere que lo ayude?’. No es necesario. Son conductas que incomodan. Me dan ganas de decirles: ¿Viejo yo? Solo lo seré el día en que tenga 15 años más de la edad en que me pregunten. Ese es un dicho que me gusta mucho.
—Volviendo al humor… ¿Qué tan importante es en la vejez?
—En la vejez y a lo largo de toda la vida es muy importante. Necesitamos el humor para vivir. El humor es una virtud, así como la honradez, la valentía… Y hay que practicarlo a costa de uno mismo. No hay que evitar reírse de nosotros mismos porque es enteramente saludable. Y si uno descubre que en la vejez se está perdiendo el humor, hay que hacer un esfuerzo para que eso no ocurra. Porque el humor en la vejez salva, ayuda, es una manera de hacer de la vida algo jocoso, algo que de verdad se disfrute.
—¿Es necesaria la pareja en la vejez o alcanza con los amigos?
—Yo creo que es necesaria la pareja a condición de que la tengas. No vivimos bien estando solos porque de pronto la soledad se puede transformar en un mal, que es el aislamiento. Envejecer junto a una persona tiene el mérito de ayudarse el uno al otro y de tener a tu lado una compañía.
—¿Qué tan importante es el amor en la vejez?
—El amor en la vejez es tan importante como a lo largo de toda la vida. El amor que yo siento por mi pareja, por mis hijas, por mis nietos, es de los puntos de apoyo más importantes para sobrellevar una buena vejez.
Sobre la relación de pareja, yo distingo entre la relación misma y la convivencia. Tengo la certeza de que la convivencia en la vejez se va tornando progresivamente más difícil. Hay más inconvenientes que superar en lo cotidiano. Pero, mientras la relación se mantenga firme y esas dificultades no dañen la relación, no importa tanto.
—¿Y la sexualidad?
—La sexualidad nos acompaña desde el nacimiento hasta la muerte. De una u otra manera. Por supuesto que no es la misma en términos de intensidad o frecuencia.
Pero, otro de los mitos respecto de la vejez es que la sexualidad eclipsa, acaba del todo. Eso no es así, menos en los tiempos en que vivimos, en que hay apoyos químicos de los que uno puede echar mano muy felizmente. El deseo sexual no desaparece nunca.
—¿Qué tan distinta es la sexualidad en hombres versus mujeres? ¿Qué frustraciones sienten los hombres en la vejez?
—Hay que asumir los momentos de la vida. A lo largo de la vida, los hombres, más que las mujeres, presumimos mucho en el terreno sexual. Y eso nos puede jugar una mala pasada cuando llegamos a la vejez y tenemos que hacer un ajuste a la baja. Tal vez habría que partir por ser menos presuntuoso en ese ámbito a lo largo de la vida y llegar a la vejez aceptándose.
—¿Cómo se ve a la juventud siendo viejo?
—Hay un vicio en el que incurren la mayoría de los viejos. Yo le llamo efebofobia. Es decir, el rechazo -y a veces, odio- a los jóvenes. Es una muy mala manera de envejecer. También existe la efebofilia, que es la rendición incondicional hacia los jóvenes. Esos dos extremos son negativos. El más frecuente es el primero.
En este momento, Chile tiene un presidente de 37 años y a veces se le nota: para bien, porque trae ideas nuevas, y para mal, porque comete errores que no habría cometido tal vez un gobernante de mayor experiencia. Pero, a veces los viejos no solo tienen actitud crítica frente al poder, sino una especie de rechazo fundado en la juventud. A mí eso me parece absurdo.
—¿Hay algo de liberación en la vejez?
—Uno se pone menos obstáculos para emitir puntos de vista en privado o público. Se desinhiben. Y es muy bueno ir por la vida lo más desinhibidos posible, de manera abierta, franca, sin autolimitaciones.
—¿Por qué se le teme tanto a la vejez, a mostrarla?
—Quizás lo peor es la proximidad a la muerte. Porque la vejez es la antesala a la muerte. La vida es un tendido ferroviario, ojalá largo, y en la estación de término, la vejez, todos los pasajeros deben descender.
Cada edad de la vida tiene la expectativa de la otra que le sigue. Después de la niñez, viene la adolescencia. Luego la juventud, la adultez… en cambio, llegada la vejez, no hay edad posterior. Y salvo para los que creen en la vida eterna, eso produce un desgarro. Si uno lo ha pasado más o menos bien en la vida, quiere seguir viviendo. Lo que más torna dolorosa la vejez es la falta de expectativas respecto del futuro. Porque sabes que el desenlace vendrá pronto.
—Sin embargo, hay quienes no quieren seguir viviendo. ¿Qué opinión tiene de la eutanasia?
—Es un tema serio, que compromete concepciones morales muy importantes. Pero creo que quien llega a la conclusión de que quiere terminar con su vida, hay que respetarlo.
Recuerdo el consejo de (Lucio Anneo) Séneca: lo que nos debemos los seres humanos, los unos a otros, es un contrato de indulgencia. Si hay una ley de eutanasia y alguien tiene razones para que no se le aplique, perfecto. Pero si alguien tiene la convicción contraria, debería ser respetado.
Imagínate la soledad en que incurre un enfermo terminal, con dolores agudos y persistentes. Para que esa soledad sea honorable, como dice Gabriel García Márquez, hay que respetar su opción de acabar con su vida.
—¿Es la soledad lo más complejo de la vejez?
—Más que la soledad, lo más duro es ser testigo del deterioro de tu cuerpo. No por una cuestión estética sino porque ese deterioro dificulta acceder a placeres que te transmitían todavía más ganas de vivir.
*Por Fernanda Paúl
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