Los jihadistas tomaron hoy tres nuevas capitales, entre ellas, la segunda más grande del país, Kandahar; el gobierno necesita de los líderes de los grupos tribales del país para volver a ganar fuerza
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La velocidad del avance talibán en Afganistán parece haber tomado a muchos por sorpresa. Las capitales regionales parecen estar cayendo como fichas de dominó.
El jueves tomaron la tercera ciudad, Herat, y la estratégica Ghazni; y hoy, tomaron la segunda más grande del país, Kandahar.
La balanza parece estar a favor de los insurgentes, mientras que el gobierno afgano, producto de una alianza con Estados Unidos tras la invasión de 2001, lucha por mantener el control del poder.
Esta semana, un informe filtrado de los servicios de inteligencia estadounidenses estimó que Kabul podría ser atacada en cuestión de semanas, y que el gobierno podría caer en 90 días.
¿Cómo se produjo este inédito impulso de las milicias talibanas?
Estados Unidos y sus aliados de la OTAN han pasado la mayor parte de los últimos 20 años entrenando y equipando a las fuerzas de seguridad afganas. Innumerables generales estadounidenses y británicos dijeron una y otra vez que crearon un ejército afgano poderoso y capaz. Promesas que hoy parecen bastante vacías.
¿Quién tiene más soldados?
El gobierno afgano debería seguir teniendo la ventaja. Su poder militar es, en teoría, mayor.
Las fuerzas de seguridad afganas cuentan, al menos sobre el papel, con más de 300.000 miembros. Esto incluye el ejército afgano, la fuerza aérea y la policía.
Sin embargo, Afganistán siempre ha tenido problemas para cumplir sus objetivos de reclutamiento militar.
El ejército y la policía afganos tienen un problemático historial de bajas, deserciones y corrupción, con algunos mandos sin escrúpulos que reclaman salarios de soldados que no existen: los llamados “soldados fantasmas”.
En su último informe al Congreso de Estados Unidos, el Inspector General Especial para Afganistán expresó “su grave preocupación por los efectos corrosivos de la corrupción... y la dudosa exactitud de los datos sobre la dotación real de la fuerza”.
Jack Watling, del Royal United Services Institute (RUSI), afirma que ni siquiera el ejército afgano sabe, ni ha sabido nunca, cuántos efectivos tiene.
Además, Watling dice que ha habido problemas con el mantenimiento del equipo militar y la moral de la tropa.
Es frecuente que los soldados sean enviados a zonas donde no tienen conexiones culturales o familiares, una de las razones por las que algunos pueden apresurarse a abandonar sus puestos incluso sin haber combatido.
El poderío militar de los talibanes es aún más difícil de medir.
Según el Centro de Lucha contra el Terrorismo de Estados Unidos, las estimaciones sugieren un núcleo de 60.000 combatientes. Si se suman otros grupos de milicianos y partidarios, esa cifra podría superar los 200.000.
Pero Mike Martin, exoficial del ejército británico que habla pastún y que ha seguido la historia del conflicto, advierte de los peligros de definir a los talibanes como un único grupo monolítico.
En su lugar, afirma que “los talibanes se acercan más a una coalición de titulares de franquicias independientes, afiliados de forma imprecisa, y muy probablemente temporal, unos a otros”.
Martin señala que el mismo gobierno afgano está desgarrado por los vaivenes de las facciones locales, que cambian de un lado al otro con frecuencia.
La historia cambiante de Afganistán ilustra cómo las familias, las tribus e incluso los funcionarios del gobierno han ido cambiando de bando, en parte para asegurar su propia supervivencia.
¿Y las armas?
Más allá del número de soldados, en cuanto al arsenal que posee cada ejército, una vez más, el gobierno afgano debería tener ventaja tanto en términos de financiación como de armas.
El ejército oficial ha recibido miles de millones de dólares para pagar los salarios y el equipamiento de los soldados, en su mayoría por parte de Estados Unidos.
En su informe de julio de 2021, el inspector estadounidense en Afganistán afirmó que se habían gastado más de US$88.000 millones en seguridad.
Pero añadía casi como un presagio: “La cuestión de si ese dinero se ha gastado bien se responderá en última instancia con el resultado de los combates sobre el terreno”.
La Fuerza Aérea de Afganistán debería proporcionarle una ventaja crítica en el campo de batalla, pero siempre ha tenido problemas para mantener y volar sus 211 aviones (un problema que se agrava con los ataques deliberados de talibanes a los pilotos).
El ejército tampoco es capaz de satisfacer las demandas de los comandantes sobre el terreno.
De ahí el apoyo aéreo de Estados Unidos en ciudades como Lashkar Gah ante el ataque talibán. No está claro cuánto más tiempo Estados Unidos seguirá prestando ese apoyo.
Afganistán quedó inundado de armas desde la invasión soviética en los años 80, y los talibanes han demostrado que incluso la artillería más rústica puede derrotar los sofisticados comandos occidentales.
Piénsese en el efecto mortífero de los artefactos explosivos improvisados (conocidos como IED) sobre las fuerzas estadounidenses y británicas. Eso, y el conocimiento local y la comprensión del terreno, son una ventaja crucial.
Una estrategia inédita vs. una estrategia indescifrable
A pesar de la naturaleza desordenada de los talibanes, algunos ven indicios de un plan coordinado en su reciente misión.
Ben Barry, antiguo brigadier del ejército británico y actual miembro del Instituto de Estudios Estratégicos, un centro de estudios, reconoce que los avances talibanes pueden ser oportunistas, pero añade que “habría sido difícil diseñar un plan mejor que este”.
El experto señala que los ataques talibanes se centran en el norte y el oeste, y no en sus tradicionales bastiones del sur, y que las capitales regionales han caído en sus manos.
Los talibanes también han capturado pasos fronterizos y puestos de control clave, desviando los muy necesarios ingresos aduaneros de un gobierno con problemas de liquidez.
También han intensificado los asesinatos selectivos de funcionarios importantes, activistas de derechos humanos y periodistas. Y lenta pero inexorablemente están acabando con algunos de los pequeños logros conseguidos en los últimos 20 años.
La estrategia del gobierno afgano, en cambio, resulta más difícil de definir.
Las promesas de recuperar todo el territorio capturado por los talibanes suenan cada vez más vacías. Barry dice que parece haber un plan para mantener el control de las ciudades más grandes. Las fuerzas especiales afganas son relativamente pequeñas en número, alrededor de 10.000 efectivos, y ya están al límite.
Los talibanes también parecen estar ganando la guerra de la propaganda y la batalla de la narrativa. Barry afirma que su impulso en el campo de batalla ha elevado la moral y les ha dado una sensación de unidad. Por el contrario, el gobierno afgano ha estado a la defensiva, discutiendo y despidiendo a los generales.
¿Cómo termina esto?
La situación parece ciertamente sombría para el gobierno afgano.
Sin embargo, Jack Watling, de RUSI, afirma que, aunque el panorama es cada vez más pesimista para los militares afganos, “la situación aún podría salvarse a través de la política”.
Si el gobierno puede ganarse a los líderes de los grupos tribales del país, dice, todavía existe la posibilidad de llegar a un punto muerto.
Mike Martin coincide, y señala que varios líderes ya han llegado a ciudades importantes, y ya están cerrando acuerdos.
La temporada de combates quizá termine cuando llegue el invierno, que dificultará las maniobras de las fuerzas sobre el terreno.
Todavía es posible que haya un estancamiento a finales de año, y que el gobierno afgano se aferre a Kabul y a una serie de ciudades más grandes.
La marea podría incluso cambiar si los talibanes se fracturan.
Pero por el momento parece que los esfuerzos de Estados Unidos y la OTAN por llevar paz, seguridad y estabilidad a Afganistán han sido tan inútiles como los de los soviéticos antes de ellos.
Jonathan Beale
Corresponsal de Defensa de la BBC
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