Ayer, los talibanes entraron a la capital afgana Kabul y clamaron “victoria” desde el palacio de gobierno, horas después que el presidente Ashraf Ghani huyera al extranjero
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Los días de trabajo de la partera Nooria Haya incluían regularmente reuniones y debates con médicos hombres. Decidían los tratamientos para los lugareños y las prioridades de la clínica pública en la que trabaja. Está en Ishkamish, un distrito rural con escasos servicios, en la provincia de Takhar, en la frontera noreste de Afganistán con Tayikistán.
Pero, recientemente, la joven de 29 años descubrió que las reuniones entre el personal masculino y femenino estaban prohibidas. Fue la primera orden que les dieron los talibanes cuando el grupo tomó el control de la región, dice. Solo podía preguntarse a sí misma de qué otra manera cambiaría su vida.
Ishkamish está ubicada en la región montañosa de Hindu Kush. Es una área clave en la frontera que el Talibán, después de que la OTAN sacara las 10.000 tropas que tenía en la zona, tomó para su control. El grupo islamista fundamentalista se adueñó del distrito luego de intensos combates con fuerzas gubernamentales aparentemente no preparadas.
Las personas que residían en el área eran conscientes del avance de los talibanes. “Todos estábamos asustados”, le dijo a la BBC Agha, de 54 años, que vive en el distrito de Arghistan, en la frontera con Pakistán, y que está a dos horas por tierra desde Kandahar.
La gente comenzó a encerrarse en sus casas. Pero los talibanes lograron tomar control de cada lugar. Los locales no pudieron escapar de ellos. Militantes islamistas comenzaron a deambular por las calles en la mañana y en la tarde. Algunos comenzaron a tocar las puertas para pedir comida. Las personas les daban lo que tenían por miedo de ser atacados.
“Cada casa ahora mantiene tres o cuatro panes o platos de comida para ellos”, relata Jan, uno de los habitantes del lugar y que se dedica a vender frutas. Y agrega que no importa lo pobre que seas en un país cada vez más pobre. Además, si los militantes quieren quedarse en las casas, lo pueden hacer.
Durante junio, los talibanes tomaron varias ciudades y obligaron al ejército afgano a retroceder de forma estratégica. Los afganos criticaron la salida de las tropas internacionales por considerarla muy apresurada. Muchos señalan que los diálogos de paz de los últimos dos años solo sirvieron para que aumentara su ambición, reclutamiento y legitimidad ante sus militantes.
Y el fin del conflicto -que empezó con una invasión liderada por EE. UU. hace 20 años y acabó con el régimen Talibán que llevaba en ese entonces 10 años en el poder- no ocurrió.
Vuelta atrás en los derechos sociales
Mientras el Talibán resurgía en junio, sus militantes consiguieron, a través del miedo, más que comida y un lugar para dormir. Derechos sociales y económicos alcanzados durante los últimos 20 años se acabaron de repente. Las prohibiciones hacia las mujeres cayeron sobre Nooria por primera vez en su vida.
“Hay muchas restricciones ahora. Cuando salgo tengo que llevar la burka, como me lo ordenan los talibanes, y un hombre me tiene que acompañar”, dice Nooria. Viajar como partera por todo el distrito es especialmente difícil. Los hombres no se pueden afeitar sus barbas, porque los talibanes dicen que es contra el Islam. Los peluqueros están prohibidos por hacer cortes de tipo extranjero.
Un grupo dentro de los talibanes llamado Amri bil Marof (literalmente: Orden de los Buenos) hace cumplir las normas de socialización. Sus castigos fueron los que llenaron de miedo a los afganos en la década de los 90. Ahora de nuevo están imponiendo su ley de dos fallos: primero es una advertencia, segundo es un castigo: humillaciones públicas, prisión, palizas, latigazos.
“De repente, nos quitaron la mayoría de las libertades”, dice Nooria. “Es tan difícil. Pero no tenemos otra opción. Son brutales. Tenemos que hacer lo que digan. Están usando el Islam para sus propios fines. Nosotros mismos somos musulmanes, pero sus creencias son diferentes”, agrega.
Esa diferencias también se traduce en más seguridad y menos guerra, porque el conflicto se trasladó hacia otras áreas. Los locales le dan la bienvenida a esta calma, como lo harían si el gobierno tuviera el control. Pero incluso dudan de su durabilidad.
Adiós al turismo en la zona
Sin embargo, otras cosas se han ido. Los afganos solían visitar Takhar, famoso por sus montañas y su aire puro. En el distrito de Farkhar, el taxista Asif Ahadi señala que él solía ganar unos 900 afganos (US$11), pero con la llegada de los talibanes, el turismo se acabó.
“Los turistas eran mis clientes”, dice Asif, de 35 años. “El dinero que me pagaron lo usé para alimentar a mi familia. Ahora mi mejor día solo me permitirá ganar 150 afganos. Ni siquiera es suficiente para cubrir el costo de mi combustible, que ahora se ha más que duplicado”, cuenta el conductor.
Y la presencia ha tenido un impacto negativo en su vida social. “La gente solía tener fiestas todos los viernes por la noche, escuchar música y bailar, divertirse. Todo está completamente prohibido ahora“, dice Asif, y suma: “Todos los negocios han sufrido lo mismo”.
El avance de los talibanes
Para el 4 de julio, dos días después de que las tropas de EE. UU. y la OTAN dejaran la base aérea de Bagram, la más grande de Afganistán, donde se habían centrado las operaciones de Estados Unidos las últimas dos décadas, los talibanes tomaron el distrito de Panjwai, en la provincia de Kandahar. Es el lugar donde habían nacido y siempre fue bastión talibán. Y menos de una semana después, ellos mismos señalaron que ya controlaban el principal punto fronterizo con Irán, Islam Qala.
Para la tercera semana del mes de julio, la insurgencia señaló que ya controlaban el 90% de los puntos fronterizos y el 85% del territorio del país. En ese momento, el gobierno refutaba esas cifras. Pero los talibanes controlaban cada vez más áreas urbanas.
Mientras los talibanes aumentaban su control, las personas comenzaron a dejar sus hogares, donde se habían refugiado. Muchos de ellos nunca habían visto la forma en la que los talibanes repartían justicia y gobernaban las zonas que estaban bajo su dominio.
“Toman decisiones rápidamente sobre asuntos como el crimen”, dice Asif. “No hay burocracia, ni trámites burocráticos; todo tipo de problema se puede resolver en días, y nadie puede impugnar ninguna decisión”, agrega.
Ellos también recolectaban una especie de ofrendas para los pobres, que significan cerca del 10% de la cosecha en los sectores agrícolas o una porción de los ingresos, pero los talibanes han cambiado eso hacia una especie de impuesto para su funcionamiento. Esto suma más presión financiera a los locales, además de que “todos los bienes que se elevan hasta el cielo”, dice Asif, ya que el comercio externo e interno está restringido y la economía está comprimida. Las obras públicas se detuvieron.
“La gente ya era muy pobre, y no hay oportunidad de trabajo, ni inversión”, agrega Asif. Sin embargo, algunos ya vieron el sistema de los talibanes antes. “Su ideología y pensamiento son exactamente como eran durante la época del Emirato. Nada cambió en absoluto”, dice Jan. “Los talibanes dicen que han sacrificado mucho para restablecer el Emirato islámico, por lo que no se puede dejar de lado”.
Y señala que los talibanes cerraron todas las escuelas en su área. Y afirmaron que cualquier educación debe realizarse de acuerdo con su estricta interpretación de la ley islámica. Es uno de los muchos indicadores preocupantes para los que viven allí. Durante su último gobierno, de 1996 a 2001, los talibanes prohibieron la educación y el trabajo para mujeres y niñas, y restringieron su acceso a la atención médica.
Desde que fueron expulsados del poder, las mujeres volvieron a ocupar lugares en la vida pública, constituyendo una cuarta parte del parlamento. El número de niñas en la educación primaria aumentó al 50%, aunque al final de la secundaria la cifra rondaba el 20%. La esperanza de vida de las mujeres aumentó de 57 a 66 años. Las cifras son comparativamente malas, pero han ocurrido mejoras. Sin embargo, ahora solo existe el temor de que todos esos números retrocedan.
Llegaron a Kabul
Los talibanes avanzaron de manera arrolladora. Tomaron las principales ciudades del país y ya están en Kabul, la capital. Este domingo, el presidente, Ashraf Ghani, abandonó el país.
La Fuerza Aérea de EE. UU. estuvo apoyando al ejército afgano con ataques, pero se espera que las últimas fuerzas extranjeras abandonen el país el 11 de septiembre. La fecha marca el vigésimo aniversario de los ataques del 11 de septiembre de al-Qaeda en Estados Unidos, que llevaron a la invasión de Afganistán liderada por George W. Bush para sacar a los talibanes del poder por albergar a Osama Bin Laden y otras figuras de al-Qaeda.
Y esta lucha pasa factura en vidas humanas. Mil civiles murieron hasta la primera semana de agosto, dice la ONU. Cientos de miles de personas huyeron de sus hogares. El control del país ahora parece estar en manos de los talibanes, y el cambio es claro.
“Tienes que inclinar la cabeza para vivir tu vida”, dice Jan. “No puedes atreverte a oponerte a ellos. No puedes decir nada en su contra. Si dicen ‘sí’, tienes que decir ‘sí’. Si dicen ‘no’, debes decir ‘no’”, reconoce. Ese miedo prevalece, dice Nooria. “Aunque parezca que la gente está relajada, cuando hablas con ellos, entiendes las serias preocupaciones que tienen. Nos sentamos juntos, orando para que Dios los aleje de nosotros”.
Los nombres en este artículo están cambiados para proteger la identidad de los entrevistados
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