Adoración, miedo y reclamos: El Salvador en el que Bukele se encamina a la reelección
El presidente más popular de la región llega a los comicios del domingo con una amplia ventaja y cuestionamientos sobre su candidatura; la economía y los derechos humanos, entre sus deudas para un segundo mandato
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SAN SALVADOR.- La imagen sorprende a los turistas recién llegados mientras se acercan a la puerta de salida del Aeropuerto Internacional de El Salvador. Es una instalación con dos sillas, dos banderas, un sello dorado de Presidencia y dos retratos: uno del presidente, Nayib Bukele, y otro de la primera dama, Gabriela Rodríguez. “Bastante nacionalista, ¿no?”, dice María, una hondureña que frenó para sacarle una foto.
Esa “oficina presidencial” es parte de una iniciativa reciente que ofrece a los turistas “spots” para sacar fotos simbólicas. Y Bukele hoy es un símbolo. Es el símbolo de la “guerra contra las pandillas” que logró una reducción histórica de la violencia en este pequeño país centroamericano y que lo llevó a convertirse en el presidente más popular de la región. Pero también es símbolo de una deriva autoritaria que podría culminar el domingo, con una reelección cuestionada por transgredir la Constitución.
Fue el propio Bukele quien lo explicó en una entrevista en 2013, cuando era alcalde de Nuevo Cuscatlán: “La Constitución no permite que la misma persona sea presidente dos veces seguidas… puede ser presidente 80 veces si quiere, pero no seguidas. Eso es para garantizar que no se mantenga en el poder y que no use el poder para quedarse en el poder”.
Ahora, ese mismo Bukele se encamina a lograr aquello que, según sus palabras, la Constitución no permite: las encuestas anticipan que este domingo ganará las elecciones presidenciales en primera vuelta con más del 70% de los votos.
Al presidente salvadoreño, que se pudo presentar a estos comicios con el aval de una Justicia en la que tiene una fuerte influencia, ya no le importa que la Constitución no permita la reelección consecutiva. Y a la gran mayoría que piensa votarlo, tampoco.
Una encuesta del Instituto Universitario de Opinión Pública (Iudop) de noviembre muestra esta paradoja: para el 75% de los salvadoreños es “muy importante” que se respete la Constitución, y al mismo tiempo, el 70% está de acuerdo con que Bukele se haya presentado a la reelección que la Carta Magna prohíbe.
“Eso lo permite Dios. Él es humano, pero ha venido a dar un giro de 180 grados a la seguridad del país”, dice a LA NACION Lucio Rodríguez, un taxista de 22 años que este domingo votará por primera vez, y lo hará por Bukele. “Hace dos o tres años no podía entrar a San Marcos, donde vamos ahora. No podía ni pasar por ahí porque estaban los bichos [los pandilleros], que te paraban. Andaba con miedo. Ahora vino hasta Messi. La violencia ha cambiado de una manera increíble”, señala este joven bajo unos 35 grados que, sin embargo, para él son “frescos” porque hay brisa.
La política de “mano dura” de Bukele es la llave de una popularidad pocas veces vista. La Policía de El Salvador celebró a fin de año que 2023 fue “el año menos violento de la historia” de este país de 6,3 millones de habitantes, con un notable descenso desde el récord de 106,4 muertes cada 100.000 habitantes de 2015 a 2,4, según sus registros, cuestionados por algunas organizaciones.
Lucrecia Artigas, una vendedora del mercado municipal San Marcos, en San Salvador, una zona que hasta hace un tiempo era tierra de pandillas, también va a votar a Bukele y es porque nunca más quiere vivir lo que le pasó un 23 de diciembre, años atrás, cuando fue a visitar a su hermana en la zona de las Cimas de San Bartolo, que –como buena parte de esta capital- estaba bajo dominio de las pandillas, en este caso, la Mara Salvatrucha 13 (MS-13). “Eran como las 6.30 de la tarde, entonces estaba con las luces prendidas [del auto]. De repente, salen seis muchachos y empezaron a pegarle al carro. Yo tenía un miedo.... Estaba con mis dos hijas”, cuenta la mujer de 48 años a LA NACION. Entonces su hermana, que era del barrio y conocía a los pandilleros, pidió que la dejaran en paz. “Pero tiene que apagar las luces”, era la exigencia. Artigas, sin saberlo, había roto el código pandillero.
“Yo no quiero volver a eso”, insiste Artigas, y dice que desea que en su segundo mandato, el líder de Nuevas Ideas “baje un poco la canasta básica”, la principal preocupación de los salvadoreños hoy. “Yo subí 1 cora [25 centavos de dólar], de 1,50 a 1,75, el almuerzo, y ya acá me dicen que está muy caro. Y eso que a mí ya no me queda el mismo margen de ganancia. Desde la pandemia todo está muy caro”, dice desde su puesto, mientras atiende a un cliente.
Lo cierto es que prácticamente nadie en El Salvador desconoce que su vida mejoró desde que el gobierno logró, al menos por ahora, neutralizar a las pandillas que amedrentaban a la sociedad, especialmente la MS-13 y Barrio 18. Aunque el “modelo Bukele” tiene su contracara: un estado de excepción que, camino a cumplir dos años, suma denuncias de organizaciones de derechos humanos dentro y fuera de El Salvador por detenciones arbitrarias, desapariciones y torturas.
En ese tiempo, más de 75.000 personas fueron detenidas por presuntos vínculos con pandillas, de los que más de 7000 fueron después liberados, según cifras del gobierno. Entre esos civiles liberados se multiplican los testimonios de estigmatización, malos tratos y hostigamiento por parte de las fuerzas de seguridad.
En el mercado de San Marcos, un hombre de unos 60 años, con una chomba de colores, atiende un puesto sin clientes. Tiene ganas de contar su historia, pero no quiere siquiera que quede un registro de su voz, porque podrían identificarlo, y le teme a la represión. Es que hace 22 días –los tiene contados- intentaron llevarlo detenido aún adentro de su propia casa. “Me iban a llevar preso. Me acusaron de falsas acusaciones, de que había ultrajado a una señora. Les supliqué que me oyeran, y no querían, solo me querían llevar preso. Gracias a Dios había un testigo y me salvé”, cuenta Julio –su nombre fue cambiado para proteger su identidad-.
“Esto es peor que los militares en los 80″, dice, en referencia a la guerra civil en El Salvador. Pero admite que peor eran las pandillas, que lo extorsionaban a él y a su hijo y los amenazaban de muerte si no les pagaban dos dólares diarios, e incluso una vez les pidieron 500 dólares para el día. “Hemos mejorado”, dice Julio sobre la seguridad, pero igual rechaza a Bukele. Cuestiona que bajo su gestión se perdió el derecho a la defensa, que la economía “está botada por el suelo” y que si gana el próximo domingo, “la dictadura habrá entrado a El Salvador”.
En una entrevista con la agencia AP, el vicepresidente en licencia, Félix Ulloa, admitió que se encarcelaron personas inocentes en estos 22 meses de estado de excepción, dijo que es una situación que se está corrigiendo, y agregó que el régimen continuará hasta que puedan declarar a El Salvador como un país “libre de pandillas”.
¿Reelección indefinida?
Si antes una persona podía ser presidente 80 veces si quería, pero no seguidas, ahora quizás sí pueda. Dirigentes de la oposición y analistas políticos de El Salvador advierten que, una vez que acceda a un segundo mandato, Bukele podría buscar una reforma constitucional para habilitar la reelección indefinida.
Tendría los recursos para hacerlo: en estos primeros cinco años de gobierno, el presidente alcanzó una mayoría en la Asamblea Legislativa que, en su primer día de sesión, removió y reemplazó a los jueces de la Sala Constitucional de la Corte Suprema y al fiscal general, sumando un poder casi irrefutable en los tres poderes del Estado. Fue esa sala la que en 2021 avaló la reelección presidencial inmediata y el Tribunal Superior Electoral el que autorizó la candidatura de Bukele el año pasado, mientras que la Asamblea Legislativa dio luz verde en noviembre a una licencia de seis meses del presidente y su vice para poder cumplir con los retocados requisitos de aquella reinterpretación de la Constitución. Aunque para todos aquí, el presidente sigue siendo Bukele, más allá de esa licencia.
Ulloa dejó abierta la posibilidad de una reelección indefinida en la entrevista con la agencia AP: “Si cambia la Constitución y él quiere hacerlo y la Constitución se la habilita, supongo que [Bukele] estará habilitado” a un tercer mandato.
La mayoría legislativa para una reforma constitucional estaría garantizada. Tras un cambio en el Código Electoral, la próxima Asamblea Legislativa va a pasar de tener 84 diputados a 60. Y de ese total, hasta 58 podrían ser de Nuevas Ideas, el partido de Bukele, según las últimas proyecciones. Algunos expertos advierten incluso que El Salvador puede estar camino a un sistema de partido único.
Una de ellas es Ana María Méndez, directora para Centroamérica de la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), quien hace un llamado a la comunidad internacional: “Hay que seguir el caso y ver cómo se logran los contrapesos nacionales e internacionales para evitar la reelección indefinida. Proteger que no haya cambios constitucionales que busquen perpetrar a alguien en el poder es el primer paso”, dice a LA NACION. “El 90% de aprobación no es una justificación para seguir rompiendo la Constitución”, agrega sobre el país que ya es considerado un régimen híbrido (que combina elementos democráticos y autocráticos) en el Índice de Democracia elaborado por The Economist. Según el último informe, del año pasado, el pequeño país centroamericano mostró el cuarto mayor retroceso democrático del mundo en 2022, y el segundo de la región, después de Haití.
Qué pasa con la oposición
Al filo de la resignación, los cinco candidatos a la presidencia de la oposición se abrazan a una ilusión: llaman a los salvadoreños a votar masivamente para que Bukele no alcance la mitad más uno de los votos. Según los sondeos, ninguno de los candidatos que compiten con Bukele –ni siquiera los tradicionales Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN, de izquierda) y la Alianza Republicana Nacionalista (Arena, de derecha)- alcanza los cinco puntos de intención de voto. De hecho, son más los que se inclinarían por la abstención (16%) o el voto nulo (6%), según Observa El Salvador, en un país donde ir a votar es optativo.
Julio –el vendedor de San Marcos- dice estar indeciso de cara al domingo. Cuenta que muchos vecinos, como él, están en contra de Bukele pero que no van a votar porque “está el temor de que ya esté fabricado el fraude para que no pierda”. De todas maneras, solo conoce a dos candidatos presidenciales -los de los dos partidos tradicionales- y “al candidato oficial inconstitucional”.
A gente como ellos apuntan los candidatos de la oposición, quienes aseguran que los desencantados de la gestión Bukele son silenciosos, por temor, pero que se están multiplicando. Según un sondeo del Iudop publicado en enero, el 62,7% de los encuestados dijo que ahora tiene “más cuidado” al compartir su opinión política con otras personas. Laura Andrade, directora del instituto, menciona que esa cifra da cuenta de “un elemento de autocensura” y “un retroceso en la cultura política de los salvadoreños”.
Luis Parada, candidato presidencial por el partido emergente Nuestro Tiempo, apuesta al bollattage: “Si entre las cinco candidaturas constitucionales se lograra llegar a los 50 más uno de los votos, uno de los cinco pasaría a segunda vuelta”, señala a LA NACION, y dice que él apoyará a cualquier candidato que logre esa hazaña. “Porque este no es un proyecto individual, es un proyecto de frenar a un gobierno que le va a poner el sello final para la dictadura si Bukele es reelegido. Esta sería la última elección, hasta cierto punto, libre”.
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