Fijó un calendario para la retirada de las tropas de Estados Unidos y sus aliados internacionales en un plazo de 14 meses desde su anuncio
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El guion de la vertiginosa recuperación del poder en Afganistán por parte de los talibanes se gestó mucho antes de la toma de Kabul el pasado 15 de agosto.
El 29 de febrero de 2020, el gobierno de Estados Unidos, presidido por Donald Trump, y los talibanes firmaron en Doha, Qatar, el acuerdo que fijó un calendario para la retirada definitiva de Estados Unidos y sus aliados tras casi 20 años de conflicto.
A cambio se firmó el compromiso de los talibanes de no permitir que el territorio afgano fuese utilizado para planear o llevar a cabo acciones que amenazaran la seguridad de Estados Unidos.
Se le llamó oficialmente Acuerdo para Traer la Paz a Afganistán, aunque de momento su único resultado observable es la caída del gobierno afgano, con la salida del presidente Ashraf Ghani del país, y el temor a que los talibanes restauren el régimen integrista que impusieron en Afganistán antes de la invasión occidental.
Muchos expertos creen que el retorno de los talibanes es consecuencia del Acuerdo de Doha. “Aquello no fue un acuerdo de paz, fue una rendición”, le dijo a BBC Mundo Husain Haqqani, director para Asia Central y Meridional del Instituto Hudson y exembajador de Pakistán en Estados Unidos.
Qué se acordó en Doha
El acuerdo fijó un calendario para la retirada de las tropas de Estados Unidos y sus aliados internacionales en un plazo de 14 meses desde que se anunciara el acuerdo.
Washington se comprometía también a levantar las sanciones que había impuesto sobre líderes talibanes.
A cambio, Washington obtenía el compromiso de que los talibanes no permitirían “que ninguno de sus miembros, ni otras personas o grupos, incluida al-Qaeda, usen el territorio afgano para amenazar la seguridad de Estados Unidos y sus aliados”.
Igualmente, se establecía que los talibanes y el gobierno afgano entablarían después las llamadas negociaciones entre afganos, que deberían desembocar en un alto el fuego y un acuerdo definitivo sobre el futuro político del país.
Los talibanes incluyeron al final de la negociación la exigencia de un acuerdo de liberación de prisioneros, que fue finalmente incluida. Hasta 5.000 prisioneros talibanes y 1.000 funcionarios del gobierno afgano presos de los talibanes serían liberados.
Qué falló en el Acuerdo de Doha
Para Laurel Miller, diplomática estadounidense retirada y directora del Programa de Asia del International Crisis Group, un centro de análisis, “nada de lo que está pasando es sorprendente”.
Haqqani, por su parte, asegura que “lo único que acordaron los talibanes fue una retirada estadounidense”.
“Dijeron: ‘De acuerdo, comenzaremos un diálogo con el gobierno afgano’. Pero nunca se lo tomaron en serio”.
El hecho es que el gobierno afgano cayó antes de que el diálogo con los talibanes produjera el alto el fuego previsto y un acuerdo definitivo. E incluso la violencia se recrudeció en los meses posteriores al acuerdo, según algunos observadores, debido al interés de los talibanes en controlar el mayor territorio posible y ganar fuerza de cara a esas negociaciones inconclusas.
El Acuerdo de Doha se basaba en la premisa, repetida por el gobierno de Joe Biden y de su antecesor, Donald Trump, de que serían las fuerzas de seguridad afganas las que tomarían el control de la situación después de la retirada occidental.
Pero las capitales afganas fueron cayendo en los últimos días en manos de los talibanes sin apenas resistencia de las fuerzas estatales, en cuyo entrenamiento y equipamiento invirtió Estados Unidos millones de dólares en los últimos años.
Según fuentes militares anónimas citadas por el diario The Washington Post, muchos mandos militares y policiales afganos aceptaron rendirse a los talibanes a cambio de dinero, una vez el Acuerdo de Doha dejó claro que la retirada de las fuerzas de Estados Unidos era inminente.
Una de las grandes preocupaciones ahora es qué pasará con las afganas, ya que se teme que vuelvan a sufrir la discriminación y violencia machista que fueron la tónica en el régimen talibán de la década de 1990.
El Acuerdo de Doha no menciona nada sobre ellas, ni obliga a los talibanes a respetar los derechos humanos.
Suhail Saheen, portavoz de los talibanes, le dijo a la BBC que en el nuevo Afganistán “las mujeres pueden tener acceso a la educación y al trabajo”.
El analista Haqqani alerta, en cambio, de que nunca se puede confiar “en la palabra de los talibanes: siempre llevan sus promesas a tribunales que se rigen por su interpretación del islam”.
Haqqani cree que “es solo cuestión de tiempo que se materialice” la amenaza de acciones terroristas desde Afganistán que temen los países occidentales y lamenta que el Acuerdo de Doha no incluye ningún mecanismo para garantizar que, efectivamente, los talibanes cumplen su compromiso de no permitir que Afganistán se convierta en una base terrorista.
Él es uno de los que teme que entre los 5.000 presos liberados en virtud del Acuerdo de Doha pueda haber integrantes de organizaciones yihadistas como Al-Qaeda, Estado Islámico o el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental, que tiene como objetivo la región china de Xinjiang, donde viven los uigures, una minoría de chinos musulmanes.
Cómo se llegó al Acuerdo de Doha
La invasión de Afganistán fue parte de la “guerra contra el terror” declarada por el expresidente estadounidense George W. Bush después de los ataques del 11 de septiembre de 2001.
El Afganistán de los talibanes era una de las bases de Al-Qaeda y la inteligencia estadounidense ubicaba allí y en el vecino Pakistán la sede principal de actuación de su líder, Osama Bin Laden.
A sus acciones contra intereses estadounidenses y occidentales se sumarían más tarde las del autodenominado Estado Islámico.
Cuando Trump llegó a la Casa Blanca en 2017 lo hizo con la promesa de poner fin a las “guerras interminables” de Estados Unidos.
En 2018 comenzaron las conversaciones con los talibanes para poner fin a un conflicto en el que han muerto más de 2.400 militares estadounidenses y más de 32.000 civiles afganos.
Trump le encargó al enviado especial de Estados Unidos en Afganistán, Zalmay Khaliljad, negociar un acuerdo con los talibanes en Doha, donde llevaba tiempo instalada gran parte de la dirigencia talibán, encabezada por Mulá Abdul Ghani Baradar.
Las negociaciones se interrumpieron varias veces y Trump llegó a dar por “muerto” el acuerdo, pero finalmente Washington acabó aceptando la demanda talibán de que se apartara al gobierno afgano de las negociaciones y eso desbloqueó el diálogo.
Cuando anunció el acuerdo, Trump advirtió: “Si las cosas van mal, volveremos con una fuerza como nunca antes se ha visto”.
Su sucesor en la Casa Blanca, Biden, decidió acelerar la retirada y, pese a las imágenes de las últimas horas, se ha reafirmado en su decisión de poner fin a “la guerra más larga de Estados Unidos”.
Para las hemerotecas quedarán palabras como la del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, tras el anuncio del Acuerdo de Doha: “Solo nos marcharemos cuando las condiciones sean adecuadas”.
También las de la activista afgana Zahra Husseini: “Mientras veía como lo firmaban, tuve ese mal presentimiento de que llevaría al retorno de los talibanes al poder y no a la paz”.
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