Acapulco, la metáfora perfecta de todos los fracasos juntos
La ciudad fue arruinada por los mismos factores que alientan la violencia en América Latina
ACAPULCO.- En más de un sentido, Acapulco es la metáfora perfecta de todos los fracasos de América Latina, un lugar de belleza deslumbrante arruinado por los mismos factores que fogonean la violencia en el resto de la región: la desigualdad, la urbanización rápida y a los ponchazos, la corrupción enraizada, la debilidad de las instituciones, desde la educación hasta las fuerzas de seguridad, y el desprecio generalizado por la legalidad.
Elizabeth Taylor, Frank Sinatra y John Wayne eran habitués de la Acapulco dorada de las décadas de 1940 y 1950. Dos presidentes norteamericanos -John F. Kennedy y Bill Clinton- la eligieron como destino de su luna de miel. Más tarde, para los turistas más osados, Acapulco fue el lugar donde podían hacer lo que en casa no podían: marihuana y cocaína fácilmente asequibles en discotecas y a través de los taxistas, y prostíbulos por doquier, a pocos metros de la calle principal.
"Acapulco era el lugar donde los turistas podían hacer lo que quisieran. Así que no sorprende que los propios habitantes de Acapulco también empezaran a ver su ciudad como un lugar sin ley", dice Elisabet Sabartes, una periodista española que está escribiendo un libro sobre la violencia en esa ciudad.
A pesar de las plantaciones de opio en las montañas cercanas, la violencia en Acapulco recién tomó vuelo en 2006, cuando la banda narco que controlaba el estado de Guerrero se partió en dos grupos rivales. Y la situación empeoró en 2011, cuando los marines mexicanos asesinaron al capo narco Arturo Beltrán Leyva, lo que generó nuevas fracturas. Ahora, más de 25 bandas rivales se disputan el mercado de la delincuencia en la ciudad.
De hecho, muchas de ellas ya no tienen los medios para hacer grandes negocios con drogas, así que se vuelcan a otras actividades, como la extorsión. En Acapulco, cualquier negocio ilegal rinde. El sacerdote Jesús Mendoza dice que algunos de sus colegas sufren extorsiones y que las pandillas se roban las campanas de las parroquias para vender el metal. El efecto sobre la actividad económica legal ha sido predeciblemente nefasto: hace más de una década que en Acapulco no se construye un solo hotel nuevo.
"A los únicos que les va bien es a los funebreros", dice Laura Caballero, directora de la cámara del calzado. Hace tres años, Caballero tuvo que cerrar los seis locales que tenía sobre la línea de playa porque la cuota de "protección" que le exigían había alcanzado los 800 dólares mensuales por cada local. La empresaria dice que varios de sus colegas del rubro que se negaron a pagar fueron asesinados.
La policía parece impotente ante el auge de violencia. En 2014, casi la totalidad de las fuerzas policiales de Acapulco fue sometida a una batería de tests para determinar si eran honestos, con perfiles psicológicos y detector de mentiras de por medio: sobre un total de 1100 agentes, 700 no pasaron la prueba. Cuando el entonces alcalde de la ciudad decidió dar de baja a los agentes que habían fallado, la totalidad de la fuerza policial abandonó sus puestos de trabajo durante 11 meses. El alcalde dio marcha atrás. Lo cierto es que durante esa huelga el crimen en realidad disminuyó levemente. Según expertos en seguridad y expolicías, la mayoría de los agentes que no pasaron la prueba siguen en sus puestos.
El jefe de policía de Acapulco, Max Sedano, no pasó su más reciente prueba con el detector de mentiras, según Ricardo Mejía, legislador opositor de un partido local. Sedano, quien sigue en el cargo, les dijo a los periodistas que no sabía si había pasado o no la prueba. Esas pruebas, realizadas generalmente por funcionarios federales, son confidenciales, y según la ley, solo el municipio puede dar de baja a sus propios agentes.
Tal vez el crimen más resonante de los últimos años en Acapulco haya sido el secuestro y asesinato de al menos diez adolescentes por parte de una pandilla de estudiantes que asistía a la universidad local. La pandilla apuntó contra sus propios conocidos, incluidos compañeros de clase y amigos de la secundaria. Un integrante de la banda incluso mandó secuestrar y asesinar a su propia novia. Los miembros de la banda, después de cobrar la recompensa y asesinar de todos modos a sus rehenes, a veces incluso iban al velatorio de sus víctimas y lloraban.
Javier Morlett es oriundo de Acapulco y conoce la ciudad mejor que nadie. Su padre fue alcalde de la ciudad en la década de 1960 y a lo largo de su vida el hijo dirigió el aeropuerto y el puerto de la ciudad. En 2012, la hija de 21 años de Morlett, que cursaba la universidad en Ciudad de México, fue secuestrada. Tras una semana de búsqueda encontraron el cuerpo. El crimen sigue irresuelto. "Me parece que no tiene solución -dice Morlett en referencia a la violencia-. Este lugar era el paraíso, pero lo transformamos en un infierno".
Traducción de Jaime Arrambide