A veces sueño, a veces pesadilla: ¿es realista la ambición de una sola Corea?
Impulsadas por sus dos líderes, las negociaciones ganaron fuerza en los últimos años, pero los obstáculos son gigantescos; las enormes diferencias culturales, el costo del proceso, los reparos de los surcoreanos más jóvenes y el modelo a seguir son algunos de los desafíos
SEÚL.- La calma domina, por igual, las dos orillas en la otoñal tarde de sábado. Del lado norte de la confluencia de los ríos Han e Imjin, los aldeanos inspeccionan a pie y con paciencia los pelados campos de cultivos que rodean el pueblo. En el costado sur, cientos de jóvenes almuerzan tardíamente, toman café o hacen compras en la vanguardista villa artística de Paju Heyri.
La aldea y la villa están separadas por unos 2000 metros de agua, un puñado de kilómetros de tierra, años y años de desconfianza y enfrentamiento y tantas décadas de desarrollo que parecen siglos.
Hasta 1948, allí donde hoy hay dos países había uno, Corea, y un solo pueblo, el coreano. Entonces el país, ya marcado por décadas de intervención japonesa y por un proceso de división que había comenzado en 1945, inauguró otro capítulo de dolor con la partición final: el Norte se alió con la entonces Unión Soviética y el Sur, con Estados Unidos.
Casi 71 años después, el paralelo 38 no es más una línea de separación, sino un verdadero abismo, gracias a guerras, dictaduras, hambrunas, comunismo, capitalismo y programas nucleares.
Hoy, sin embargo, con el avance de las negociaciones entre Washington y Pyongyang, las dos Coreas se animan a hablar con insistencia de volver a ser lo que eran, un solo país, uno en el que prevalezca la paz y desaparezca la amenaza atómica que tanto inquieta al mundo.
La ambición de la reunificación pertenece a sus dos presidentes, el norcoreano, Kim Jong-un, y el surcoreano, Moon Jae-in; los desafíos, también. Y serán -llegado el caso- incontables, enormes y de un impacto aún incierto en la península y en el resto del mundo.
El reto más obvio será conciliar la vida diaria de un pueblo tan partido por el tiempo y el desarrollo que parece habitar en épocas y lugares diferentes.
La grieta de todos los días
En el Norte, los aldeanos y los otros casi 26 millones de norcoreanos comparten un PBI anual de 40.000 millones de dólares, por primera vez en mucho tiempo pueden disfrutar de electricidad ininterrumpida durante varios días seguidos y recién ahora comienzan a asomarse al furor de los teléfonos celulares.
En el Sur, en cambio, el PBI es 50 veces más grande, el avance tecnológico es tal que el país es uno de los mayores exportadores de circuitos integrados del planeta y los 51 millones de surcoreanos se convirtieron, hace unos 10 días, en los primeros ciudadanos del mundo en contar con redes celulares 5G.
La brecha se agigantó tanto con el paso de los años que saltó de la economía a la fisonomía y a los hábitos diarios. Golpeados cíclicamente por hambrunas y por una tierra poco fértil, rehenes de un sistema de salud primitivo y falto de insumos, los norcoreanos son -en promedio- 10 centímetros más bajos y 10 kilos más flacos que sus hermanos del sur.
Varios expertos y organismos advierten sobre el aluvión interno que podría generar el fin de las fronteras; miles y miles de norcoreanos se mudarían en masa al Sur en busca del bienestar que les fue esquivo durante más de siete décadas, dicen. Sin embargo, la vida diaria en el Sur no les sería tan fácil.
Para empezar, el idioma también se fisuró y el "korenglish" que prevalece en el Sur no se lleva muy bien ni se entiende mucho con el hablar duro, cerrado y cortante del Norte.
Una vez superada la brecha lingüística, les restaría una traba aún mayor a esos cientos de miles de norcoreanos acostumbrados a un Estado que todo lo domina: adaptarse a una vida vertiginosa, llena de pequeñas competencias individuales para sobrevivir, sea para acceder a alguna de las mejores universidades y garantizarse un futuro próspero, o sea, para mantener un trabajo que permita financiar la educación de los hijos, el gran desvelo de los surcoreanos.
La llegada de Kim Jong-un al poder, en 2011, en cierta forma comenzó a preparar a los norcoreanos para una vida menos sojuzgada por el Estado y más abierta a la competencia. Consciente de que la pobreza endémica de su país era un riesgo para la perduración del régimen y de la dinastía familiar, el joven presidente soltó un poco las riendas de la economía. Fueron solo unos centímetros y sin mucha fanfarria, lo suficiente como para que florecieran los mercados negros y como para que Pyongyang empezara a atraer más turistas.
Política y reconciliación
Jeong Yong-soo, periodista del prestigioso diario JoongAng Ilbo, estuvo 50 veces en Corea del Norte en los últimos 10 años y cuenta a LA NACION que el contraste entre lo que vio en el primer viaje y el último es asombroso.
"Los cambios son visibles. No son solo los más de 400 mercados negros o el mayor consumo, sino también el cambio de percepción de los jóvenes o de los funcionarios. Ellos dicen: 'Nosotros estamos cambiando, ya no somos el pasado, somos otro país.' Ahora la ideología dejó paso al pragmatismo, ahora lo importante es comer", relata.
Detrás del pragmatismo del presidente Kim, hay también una vieja aspiración familiar. "Sus antecesores siempre quisieron la reunificación, por eso él quiere cumplir con ese sueño".
El primer Kim quiso hacer realidad ese anhelo con una invasión. En 1950, Kim Il-sung ordenó a sus tropas entrar en el Sur -entonces más pobre y menos poderoso- para anexarlo; la medida terminó en una guerra de más de tres años, cinco millones de muertos y las dos Coreas más enfrentadas que nunca.
El segundo, Kim Jong-il, a cargo de un país ya pobrísimo, dejó la estrategia bélica y se inclinó por algunos destellos de diplomacia y por iniciar el programa nuclear como contrapeso a la amenaza de la presencia militar de Estados Unidos en el Sur.
El tercero, el joven Kim, apuró ese programa hasta convertirlo en su mejor arma, la forma más eficaz de devolver a Corea del Norte al mundo y al camino de la reunificación. "El proyecto nuclear llegó a su techo y ahora quiere dar un salto más, usar ese plan para negociar el desarrollo de Corea del Norte. La economía lo necesita", dice Jeong.
Uno de los principales promotores de esa negociación es el presidente surcoreano, Moon Jae-in. Fue él quien usó todo su espíritu de malabarista para acercar a dos personalidades fuertes y narcisistas como Trump y Kim luego de que Corea del Norte diera señales de distensión en los Juegos Olímpicos de Invierno de 2018.
Su mayor ambición es hoy la coexistencia pacífica, pero, hijo de padres norcoreanos, Moon nunca ocultó que su sueño también es el de la reunificación. Hace dos años, cuando llegó al gobierno en medio de la debacle de una derecha manchada por la corrupción, este dirigente progresista local contaba con un mandato fuerte para convencer a los surcoreanos de que el momento había llegado para avanzar en la reunificación. Hoy no tanto.
La economía surcoreana pierde potencia y el desempleo alcanzó en enero su mayor nivel (9%) en una década; ninguno de esos datos ayuda a Moon, cuya popularidad cae mientras los conservadores vuelven a la carga.
El modelo ideal
Reforzada por triunfos electorales recientes, la derecha duda de la voluntad de reconciliación de Kim y advierte que, de haber reunificación, debería ser sí o sí bajo términos surcoreanos, con el plan nuclear norcoreano bajo control el Seúl. Semejante idea debe provocar risotadas en Pyongyang.
"Probablemente el modelo de unificación que quiere Kim es el de Vietnam [el Norte absorbió al Sur, tras el fin de la guerra en 1975]. Pero su alternativa más probable es la de una confederación. Aunque a decir verdad Kim tampoco duraría mucho en ese escenario porque abriría Corea del Norte y perdería el control del país", advierte a LA NACION Bruce W. Bennett, especialista en las Coreas del Instituto Rand.
Vietnam, Alemania, la Unión Europea, una mezcla, ninguno de ellos... encontrar el modelo negociado y pacífico de unificación es otro de los grandes desafíos de uno y otro gobierno.
Kim -acostumbrado a la dictadura y a tomar decisiones sin cuestionamientos- está convencido de que el poder y la amenaza de su plan nuclear le permitirán imponer las condiciones, exigir el retiro de tropas de Estados Unidos del Sur y elegir el modelo de la nueva Corea.
Moon -habituado a la democracia y a negociar cada medida- preferiría un modelo como el de la Unión Europea y sabe que su país cuenta con una influyente arma para imponer condiciones: dinero.
El precio estimado de una posible unificación es cinco billones de dólares, algo así como 10 veces el PBI argentino. Alguien debería costear esa cuenta y los números se los lleva Corea del Sur, otro desafío para uno y otro presidente.
"Para el gobierno surcoreano, apoyar a los ciudadanos norcoreanos y asumir una responsabilidad económica para ellos será una gran carga. En segundo lugar, hay otro tema más complicado. El sueldo de los trabajadores norcoreanos era de 100 dólares al mes. Actualmente los graduados universitarios de Corea del Sur ganan 3000 dólares al mes como su primer sueldo promedio. Así, hay una brecha de 30 veces. Por eso si se realiza la unificación de las dos Coreas, la dualidad del mercado laboral empeorará. Además hay factores políticos. Actualmente en Corea del Sur existe una división política; si vemos el porcentaje de la popularidad política, confirmamos que se divide 40% para el partido gubernamental y 30% para el primer partido opositor. Entonces después de la unificación, si añade un partido socialista [del Norte] en la asamblea, el entorno político será aún más difícil", explica a LA NACION Chunuk Hong, analista económico de la consultora Kiwoom, de Seúl.
Los desafíos que plantea la democracia surcoreana a la unificación van incluso más allá. Si bien los sondeos muestran que una mayoría -decreciente- de surcoreanos apoyan la idea de volver a ser un solo país, los más jóvenes, los menores de 35, no están seguros de querer hacerse cargo de la factura y menos aún de que un Kim esté a cargo o cerca del poder en una Corea unificada.
Ellos son los que estarán a cargo cuando el momento de la reconciliación llegue y, por ahora, su desconfianza parece bastante más grande que la distancia que separa una y otra orilla de la confluencia de los ríos Han e Imjin.
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